Elogio de la honradez
«La izquierda ha asumido todas las taras por las que en su día nos repugnaba la derecha; la peor de todas, su degradación moral»

Miguel Delibes. | Archivo
Un excelente reportaje este domingo de José F. Peláez en ABC recordaba las circunstancias en las que Miguel Delibes rechazó la oferta de dirigir El País poco más de un año antes de la salida del periódico bajo la dirección de Juan Luis Cebrián. El episodio, narrado con la maestría a la que nos tiene acostumbrados el autor, me llevó inevitablemente a pensar qué habría sido del país y de El País si el famoso escritor vallisoletano hubiera dicho que sí, pero sobre todo me hizo reparar sobre la importancia que se concedía en aquel momento a una de las virtudes que sin duda adornaban a Delibes y que lo convertían en el mejor candidato posible a ojos de quienes insistieron en su nombramiento: la honradez.
Delibes poseía muchas de las condiciones que se requerían para ser director de El País. Además de las que conoce cualquiera conocedor elemental de la literatura española, el autor de El camino había desarrollado una brillante carrera como periodista y había sido director de uno de los principales periódicos de España, El Norte de Castilla. Sin embargo, como destaca el reportaje de Peláez, el mérito principal que José Ortega Spottorno y otros de los impulsores de El País atribuían al célebre académico de la lengua era el de su incuestionable honradez, reconocida incluso por quienes nunca le habían mostrado una gran simpatía, como era uno de los personajes centrales en aquella aventura del nacimiento del periódico más importante de la segunda mitad del siglo XX en España, Manuel Fraga Iribarne.
Quienes conjuraban para sacar a la luz un periódico que debía de resultar decisivo en la conformación de la democracia española entendían que al frente debería estar alguien que sirviera de imagen y ejemplo de lo que se pretendía en la nueva España: un hombre honrado a carta cabal. Después de muchos años en el poder, la derecha se había convertido en una verdadera escoria moral: sin principios ni valores, gobernaba únicamente para favorecer a una clase dominante que despreciaba a los ciudadanos. El País venía a subvertir ese estado de cosas, y una de las banderas principales de aquella causa, en la que obviamente la izquierda estaba llamada a ocupar un papel predominante, era la de la honradez.
No necesito continuar para que cualquier lector haya hecho ya su rápida proyección sobre lo que hoy queda de aquella hermosa divisa. Tal vez también porque lleva muchos años en el poder –incluso en los pocos períodos en los que ha gobernado la derecha, la izquierda ha ejercido un papel principal en el establecimiento de las reglas y conductas en la democracia española–, la degradación moral de la izquierda es alarmante.
El déficit de honradez de la izquierda española no atañe sólo a los comportamientos personales y privados. Con ser gravísimos, los casos de Ábalos, Koldo, el hermano y la esposa del presidente del Gobierno, así como los múltiples abusos cometidos en empresas públicas y con el dinero de los españoles, no son los peores ejemplos de la degeneración a la que me refiero. Me parece aún más grave el recurso constante a la mentira por parte de quienes nos gobiernan, el intento permanente de confundir a los ciudadanos y desviar la atención sobre los asuntos que deberían de ser de su preocupación, la permanente adaptación de la realidad y las leyes a la voluntad y la necesidad del nuevo caudillo.
Todos los males que un día nos hicieron repudiar a la derecha y buscar refugio en un periódico por fin honrado, se repiten ahora en la izquierda con la misma y desenfrenada insistencia. Tenemos hoy la ventaja de que gozamos aún de un sistema político que nos permite rebelarnos sin jugarnos la vida y que, cuando las cosas se ponen peor, nos concede la opción de intentar el amparo de la justicia. Pero también contamos con el inconveniente de que hoy no existe un propósito claro por el que rebelarse ni está en marcha –al menos que yo sepa– un proyecto de hombres y mujeres buenos que quiera insuflar honradez en nuestra vida pública. Tampoco sé si habría un Delibes al que acudir o a cualquier otro de los que intentaron cumplir ese papel.