Tesla y los consumidores
«Muchos potenciales clientes deciden no comprar esos automóviles como castigo a una formación política que consideran nefasta»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Entre los muchos factores que el neoliberalismo económico ha utilizado para presentar una imagen idealizada del mercado sobresale el principio de «la supremacía del consumidor». Recuerdo que, cuando en los primeros tiempos de la carrera estudiábamos esta tesis cundía en todos la extrañeza.
Se citaba a Von Mises y se nos pretendía convencer de que la capacidad de decisión no está ni en los empresarios ni en los terratenientes ni en los capitalistas, que los dueños y señores del sistema económico son los consumidores, y que son estos los que ordenan y mandan a todos los anteriores, a los que transforman en dóciles sirvientes. Es más, el enriquecimiento o la ruina dependen tan solo de que se asuman, obedientemente o no, los dictámenes de los consumidores. Así de fácil.
Los consumidores no solo determinan el precio de los bienes de consumo, sino también el precio de los factores de producción. Son ellos los que fijan los beneficios a los empresarios, la rentabilidad del capital y los salarios de los trabajadores. La economía de mercado constituye, pues, un sistema democrático perfecto, más perfecto que la mayoría de las democracias políticas. En estas solo valen los votos concedidos al partido triunfante, mientras que aquí cada céntimo tiene su finalidad y uso.
Von Mises comprende que no todos los ciudadanos disponen de los mismos votos porque no todos tienen la misma capacidad económica, pero esas diferencias tan solo son el resultado de una votación anterior, porque nadie se enriquece si previamente no ha tenido la aquiescencia de los consumidores.
Esta exposición de Von Mises contrasta crudamente con la experiencia que cualquier ciudadano tiene de la realidad y supone, tal vez, el alegato más firme para demostrar el mundo irreal, pero no inocente, en el que se mueve el neoliberalismo económico, porque lo cierto es que en nuestro capitalismo desarrollado el consumidor resulta ser el agente social y económico más desamparado. Tal vez sea el nuevo proletario de nuestra era. La información no existe o, mejor dicho, está manipulada y adulterada por los sofisticados sistemas de publicidad. El consumidor se ve bombardeado a diario por un sinfín de estímulos propagandísticos, y condicionado por hábitos sociales impuestos por las grandes empresas. Son ellas las que marcan las normas del consumo, las que determinan la dirección de la demanda.
«El ciudadano, en cuanto consumidor, se encuentra inerme ante la inmensidad del mercado»
El ciudadano, en cuanto trabajador, ha sabido agruparse en sindicatos y, mal que bien, se apresta a la lucha, acomodándose a la falta de concurrencia; el ciudadano, en cuanto consumidor, se encuentra inerme ante la inmensidad del mercado, y es despojado de su salario de una manera sofisticada pero real. Solo si en un futuro llegan a crecer y potenciarse las asociaciones de consumidores, podrían estos constituirse en una fuerza dentro de ese mercado y tener alguna oportunidad de enfrentarse a los otros agentes económicos.
El principio de la supremacía del consumidor se fundamenta, entre otras cosas, en la capacidad de elección libre. Pero difícilmente puede haber libertad si no hay conocimiento. Últimamente el mundo económico es de tal complejidad que resulta imposible poseer una percepción adecuada de todos sus engranajes y, por lo tanto, de todas las alternativas. Se hace inviable realizar una elección fundada.
La publicidad está contaminada desde su origen. Incluso últimamente se ha extendido una costumbre un tanto bochornosa. No se hace la debida separación entre publicidad e información. Determinados presentadores de televisión o de radio con elevadas audiencias se han prestado -lógicamente por motivos crematísticos- a interpretar ellos mismos de forma directa los anuncios, de manera que quizás se induce a muchos a confusión, y resulta imposible eliminar la tendencia a trasladar la credibilidad de la que goza el periodista a lo aseverado en el anuncio.
La indefensión del consumidor aparece de una manera más evidente al relacionarse con las grandes empresas. Bancos, compañías de seguros, eléctricas, etc. Nos recuerda la novela de El proceso, y a la atmósfera imbuida del absurdo al que Kafka sometió a su protagonista. Es cierto que en la obra literaria se trata de un Estado autocrático, pero hoy existen sociedades cuyo tamaño supera el de muchos Estados.
«Musk ha entrado en el juego político, asumiendo un protagonismo de primer orden en la Administración de Trump»
Recientemente, sin embargo, ha aparecido un fenómeno nuevo y tal vez curioso. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca han aterrizado en el mundo de la política, grandes potentados poseedores de los patrimonios más grandes del mundo. No es que antes el poder económico estuviese fuera de la política, pero hasta ahora en la mayoría de los casos venía asumiendo un papel más discreto, prefería el anonimato y tampoco se pronunciaba tan abiertamente a favor de un partido.
En este sentido, Elon Musk es el paradigma más claro de este comportamiento. Ha entrado claramente en el juego político, asumiendo un protagonismo de primer orden en la Administración de Trump. En paralelo, se ha producido un hecho que invita a reflexionar, la caída en picado de las ventas del coche eléctrico Tesla. Como consecuencia, la cotización de las acciones de la empresa fabricante, en buena medida propiedad de Elon Musk, se han desplomado en bolsa.
Sin duda, la explicación más inmediata de la contracción de la demanda radica en culpabilizar a la competencia de los fabricantes chinos y de otros países orientales, cuyos precios son más económicos. Pero es posible y hay bastantes indicios de que existen además otras causas como, por ejemplo, que muchos potenciales clientes deciden no comprar esos automóviles o que ciertos poseedores actuales se deshagan de ellos, como castigo a una formación política que consideran nefasta. Se produce una traslación curiosa. Un grupo de consumidores conscientes de su desconocimiento del mercado y de los motivos económicos que pueden existir para inclinarse por una u otra opción deciden orientar su voto de consumidor al campo de la acción política, utilizándolo para dañar económicamente al magnate que ha asumido directamente el papel de político. Se hace una lectura curiosa de la supremacía del consumidor.
Un boicot como este desde luego no es habitual, es un hecho sumamente raro que ha necesitado al menos dos condiciones. La primera, una situación política totalmente estresada y escindida tal como la que ha creado Trump no solo en EE UU, sino a nivel internacional. La segunda es la intromisión manifiesta y con total descaro del poder económico en el juego político, tomando abiertamente partido por una opción concreta. Parece que los motivos políticos pueden interferir en la compañía distorsionando su finalidad empresarial.
«Dadas las características de los componentes del núcleo sanchista, la contienda se está trasladando del campo ideológico al territorial»
Se me ocurre pensar si este fenómeno podría ser extrapolable a España. No hay duda de que la primera condición se cumple. El sanchismo ha tensionado fuertemente a la sociedad y ha polarizado la política de forma radical. Sánchez ha hablado de muro, colocándose en un lado con aquellos que consideraban sus aliados, entre los cuales se incluían independentistas, golpistas y herederos de terroristas. En el otro lado, todos los que disentían de sus planteamientos, a los que denomina fachosfera. Hace de ese enfrentamiento su mejor arma y la única posibilidad de subsistencia. Es más, dadas las características de los componentes del núcleo sanchista, la contienda se está trasladando del campo ideológico al territorial. Da la impresión de que la colisión es entre el País Vasco y Cataluña frente al resto del país.
El segundo requisito ha comenzado a hacerse presente últimamente. No es que con anterioridad Sánchez no haya querido jugar con los empresarios, rodeándose de ellos en múltiples ocasiones, y tampoco es que muchos de ellos no coqueteasen con el poder sanchista, pero todo estaba dentro del cortejo más o menos normal entre el poder político y el poder económico. La cosa cambia sustancialmente desde el momento en que el Gobierno, con la excusa de defender las empresas españolas frente al capital extranjero, pretende controlar algunas de ellas con dinero público.
Actuación que choca con el discurso tantas veces repetido de que ya no hay compañías españolas, sino europeas o multinacionales. No estamos hablando de que el Estado intervenga en el sector privado con la finalidad de garantizar la competencia o para proteger determinado interés social, sino de que una o varias grandes sociedades se desvían de su finalidad económica.
No tendría nada de extraño que aquellos que se oponen a Sánchez copiasen el comportamiento de todos aquellos que se niegan a comprar los automóviles eléctricos Tesla. Es decir, la rebelión de los consumidores.