Petro y las drogas
«En realidad, lo de menos es que consuma cocaína. Puede que un estimulante haga más visibles sus defectos, pero los problemas son de Petro, no de la cocaína»

El presidente colombiano, Gustavo Petro.
No sé si son compatibles o si deberían más bien mantenerse alejados, pero entiendo que entre el poder y las adicciones puede haber coqueteos y hasta romances apasionados. No debe ser nada sencillo cargar con responsabilidades de Estado ni estar expuesto las 24 horas del día al escrutinio público. Ni me sorprende ni me escandaliza que a cualquier presidente se le pasen por la cabeza las mismas preguntas. ¿Una copita me relajará, despejará mi mente? ¿Una rayita me ayudará a creerme las memadas que suelto en la plaza pública? ¿Una pastilla calmará mi ansiedad, me ayudará a centrarme en los presupuestos del Estado? Como el cargo de presidente se parece cada vez más al de estrella del entretenimiento, tampoco me extraña que la presión de los escenarios y las pantallas, y sobre todo de la autoficción redentora con la que el político se engaña a sí mismo y engaña a sus seguidores, requiera de un amor propio que en ocasiones, cuando viene el bajón, demande alguna ayudita externa para mantenerse altivo.
Hace unos días, el excanciller colombiano Álvaro Leyva volvió a poner de moda este asunto. En una carta pública, dijo lo que todo el país murmura en privado: que el presidente Gustavo Petro padece de una adicción al alcohol o las drogas, o incluso a ambas, y que su descontrol a la hora de tuitear y tomar decisiones puede ser el resultado de esta dependencia. La verdad es que no lo sé y no me importa, pero me parece plausible. Petro es un personaje muy menor, de una mediocridad exasperante, que, sin embargo, se cree genial, a la altura de García Márquez: un intérprete de la realidad americana y mundial, salvador de pueblos y pacificador de la humanidad. Mantener la línea de flotación de un narcisismo tan desmesurado no debe ser fácil. Más aún si cada dos por tres queda en evidencia, mete la pata, hace el ridículo y además pierde pelo y se le descuelga la papada. Los injertos capilares y el lifting a los que se somete resuelven los desbarajustes físicos, pero ¿cómo se levanta el ánimo para que esté a la altura de un ego colosal?
“Una posible adicción de Petro sería un verdadero problema en una situación concreta: si tiene rabo de paja o algún secreto que pueda convertirse en elemento de extorsión o coacción”
Petro tiene algunas virtudes. Es valiente, vehemente, tiene un sentido innato de la justicia y una oratoria efectista y emotiva, sin duda mejor que la de cualquiera de sus contemporáneos. Es bienintencionado y procura ser coherente y mantenerse fiel a sus principios; se interesa por los marginados y busca integrar a las comunidades tradicionales al proyecto nacional. Pero hasta sus partidarios tendrán que reconocer que su capacidad de gestión es nefasta, su profesionalismo, ínfimo, y además es terrible para diagnosticar los problemas más relevantes de Colombia y peor aún para solucionarlos con criterio técnico. También tendrán que aceptar que es errático, caótico, imprudente, corrosivo, pendenciero, soberbio y que en la cabeza tiene un sancocho de referencias literarias e históricas indigerible. En realidad, lo de menos es que consuma cocaína. Puede que un estimulante haga más visibles estos defectos, pero los problemas son de Petro, no de la cocaína. Las drogas y el alcohol nunca han sido un impedimento para que la gente con verdadero talento brille. Ahí están Maradona, Churchill, los Beatles o los poetas beatniks. Lo que ocurre es que en Petro, borracho o sobrio, predomina una triste grisura.
Dicho esto, una posible adicción del presidente sería un verdadero problema en una situación concreta: si tiene rabo de paja o algún secreto que pueda convertirse en elemento de extorsión o coacción. Petro ha salido beodo a la tribuna pública y se ha pasado de tragos delante de muchas personas. Como el peruano Alejandro Toledo, su imprudencia le ha causado un daño reputacional con el que tendrá que lidiar el resto de su vida. Pero eso, aunque es muy nocivo, aunque daña la imagen de Colombia y convierte la vida pública en un meme perpetuo, no necesariamente incapacita para ejercer la presidencia. Lo que sí podría ser realmente grave es, como insinuó Leyva, que sus escuderos más cercanos, Laura Sarabia, Armando Benedetti y Ricardo Roa, tengan información sensible y lo estén chantajeando con ella. Leyva usó una palabra aún más fuerte: Petro no estaría chantajeado, sino “secuestrado”. Sería una verdadera paradoja que en el tan cacareado “primer gobierno de izquierda de Colombia” no sea Petro quien tiene las riendas ni toma ciertas decisiones, sino Benedetti o Sarabia, que son cualquier cosa menos izquierdistas.
En definitiva, sí, un Petro desatado y borracho, con un teléfono y la aplicación de X abierta, es un espectáculo que deberíamos ahorrarnos. Pero más problemáticos son Benedetti, Sarabia y Roa. Y más grave aún es otra adicción, la que sí me parece realmente grave para el país, la que además, para colmo, tiene más difícil cura. Me refiero a la adicción al líder, a la ideología y al sectarismo político, que ciega y obnubila más que cualquier cóctel psicoactivo. Lo de Petro con la cocaína, de ser cierto, sería anecdótico. Ese otro viaje, en cambio, lleva a los países a la ruina.