The Objective
Laurence Debray

El desafío de la inmigración mundial

«Choques geopolíticos o climáticos serán cada vez más frecuentes. Es un fenómeno que, por su magnitud, será imposible frenar»

Opinión
El desafío de la inmigración mundial

Alejandra Svriz

La mayoría de la población mundial vive fuera de su país de nacimiento. Es la primera vez que esto ocurre en la historia moderna, según una investigación realizada por Meta, la Universidad de Hong Kong y la Universidad de Harvard, publicada la semana pasada por ‘The New York Times’. Nunca antes se habían realizado estimaciones de esta magnitud. Entre 2019 y 2022, una media de 30 millones de personas al año migraron. Y esta tendencia no parece que vaya a disminuir en el futuro. Algo que sacude nuestras políticas, nuestras economías y nuestras identidades nacionales. Esta migración masiva (solo se contabiliza a quienes permanecen más de un año en el país de destino, con excepción de China, Irán y Cuba que no compartieron sus datos) es un fenómeno más complejo de lo que parece, con implicaciones prácticas incontables. Ningún gobierno puede ya ignorarlo.

Una guerra, un cambio político drástico, una catástrofe natural o un colapso económico son los detonantes de un proceso migratorio. Y hay buenas razones para creer que estos choques geopolíticos o climáticos serán cada vez más frecuentes. Es un fenómeno que, por su magnitud, será imposible frenar. El año en que Rusia invadió Ucrania, 2,4 millones de ucranianos abandonaron su país, así como un millón de rusos.

La gran mayoría de las migraciones siguen siendo legales y ordenadas, aunque los medios y algunos líderes políticos se centren en los casos preocupantes de personas sin papeles que recorren rutas peligrosas en manos de traficantes. La gente suele elegir destinos donde serán bien recibidos. Cuando existe una vía legal, suele preferirse, como ocurre dentro de la Unión Europea. En 2022, 1,3 millones de personas hicieron uso del derecho a la libre circulación.

Migrar no consiste únicamente en ir de un país pobre a uno rico. Migrar implica una inversión económica. Los más pobres no tienen ni el tiempo ni los medios para planteárselo. La migración se produce por etapas: las personas de países menos ricos tienden a ir a países vecinos un poco más prósperos. Luego se desplazan hacia países aún más ricos. El flujo puede entenderse como una escalera. Por ejemplo, Turquía es una puerta de entrada entre Oriente y Occidente. Se ha convertido en un destino privilegiado para personas de Oriente Medio y África que desean llegar a Alemania, Francia o los Países Bajos.

Los patrones migratorios siguen anclados en la historia colonial. Los imperios de Europa occidental —como Reino Unido, Francia o España— enviaron a muchos de sus ciudadanos a sus colonias y organizaron una migración forzada de esclavos. Durante el siglo pasado, ese flujo humano se invirtió: los habitantes de las antiguas colonias emigraron hacia sus antiguas metrópolis en busca de mejores oportunidades. Lo hicieron en nombre de los lazos persistentes en lengua, cultura o el acceso más fácil a visados. Al final, las guerras de descolonización no rompieron estos vínculos privilegiados; más bien los reforzaron. Los actuales discursos de arrepentimiento o culpa, por parte de unos y otros, no tienen efecto sobre la migración, que es más pragmática que ideológica.

«Estados Unidos es el principal destino migratorio. En 2022, 4,1 millones de personas emigraron allí, y 840.000 abandonaron el país»

El dato más revelador de este estudio —y que puede explicar en parte el ascenso de Trump y sus deportaciones dudosas y mediáticas de supuestos delincuentes sin papeles hacia cárceles en El Salvador— es que Estados Unidos es el principal destino migratorio. En 2022, 4,1 millones de personas emigraron allí, y 840.000 abandonaron el país. La población aumentó netamente en 3,2 millones de personas sobre un total de 340 millones. Una gota en el océano, apenas el 1 % de la población, que debería pasar desapercibida. Pero en términos acumulados, Estados Unidos es el país receptor más importante del mundo. Ningún otro país se le ha acercado. Esta tierra de libertad y promesas se ha construido históricamente gracias a la inmigración. Pero tras la pandemia de COVID-19, el cambio más notorio en la migración mundial ha sido la duplicación del flujo entre América Latina y Estados Unidos, convirtiendo a este corredor, en 2022, en el mayor del mundo. La violencia, la inestabilidad política y económica de muchos países latinoamericanos, sumadas a la fuerte demanda de mano de obra en Norteamérica, han empujado a millones de personas a cruzar la frontera. Dos tercios de la inmigración estadounidense son latinoamericanos, seguidos de cerca por la India. El español es hoy la segunda lengua del país y podría convertirse en la primera en algunos estados. Las medidas de Biden, y luego las más recientes y radicales de Trump, ya han frenado esta tendencia. Pero ¿qué muro podría hacer hermético a Estados Unidos?

La elección no se reduce simplemente a fronteras abiertas o cerradas. Todas las naciones, ricas o pobres, participan —de forma voluntaria o no— en una vasta red de movimientos humanos. La globalización no solo implica flujos de capitales y mercancías. Existen lazos culturales, históricos, económicos y familiares que nos unen. Alimentan nuestros sueños y también nuestros miedos. ¿Es posible controlar todo esto? Millones de jóvenes africanos buscan un futuro mejor en nuestra envejecida Europa, reacia al trabajo. La inversión europea «a favor del Tercer Mundo» durante los años 70 y 80 no logró el despegue esperado en esa región del mundo. El verdadero desafío ahora es la integración.

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