Un Papa para reorientar Europa
«León XIV representa lo que Europa necesita: una autoridad moral capaz de señalar horizontes, reconstruir vínculos y recordar que el poder no es un fin en sí mismo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En un mundo sacudido por diversas crisis, el anhelo de liderazgos estables y con sentido ético urge más que nunca. La reciente elección del Papa León XIV, heredero espiritual de la Doctrina Social de la Iglesia, no representa solo un hito religioso, sino también un posible símbolo ético y cultural para una Europa que ha perdido el rumbo entre los populismos de derecha e izquierda.
Robert Francis Prevost se presenta como continuador de una tradición inaugurada por León XIII con la encíclica Rerum Novarum, un documento revolucionario que trazó las líneas maestras de una tercera vía entre el liberalismo salvaje y el socialismo materialista. En ella se defendía el trabajo digno, la propiedad responsable, el papel del Estado como garante del bien común y la solidaridad entre clases. Desde entonces, la Doctrina Social de la Iglesia ha inspirado a generaciones de políticos y pensadores que, sin necesidad de instrumentalizar la religión, han sabido traducir sus valores en propuestas concretas para la vida pública.
En el siglo XX, esta doctrina proporcionó el fundamento moral e intelectual de la Democracia Cristiana europea. Líderes como Adenauer, De Gasperi o Schuman no solo reconstruyeron sus respectivos países, sino que sentaron las bases del proyecto europeo sobre una concepción ética de la política. Aquella Europa surgida tras la Segunda Guerra Mundial encontró en la Doctrina Social una brújula en tiempos de Guerra Fría, reconciliación y desarrollo.
Hoy, sin embargo, esa brújula parece desorientada. El centro político europeo, durante décadas motor de estabilidad y progreso, atraviesa una crisis profunda. La fragmentación partidista, la pérdida de referentes culturales compartidos y el descrédito de las élites han dejado un vacío que ocupan los extremos. Por un lado, populismos de derecha identitaria que desprecian los derechos humanos y la cooperación internacional; por otro, populismos de izquierda que abrazan el sectarismo ideológico, la retórica simplista contra las élites y la demonización del capitalismo sin ofrecer una alternativa realista. En España, el ejemplo más claro lo ofrece el Gobierno de Pedro Sánchez, que ha abandonado la tradición socialdemócrata centrada en la justicia y la cohesión para abrazar una estrategia de confrontación permanente, deslegitimación del adversario y captura progresiva de las instituciones.
En contraste, León XIV, agustino con formación en justicia social y probada capacidad de mediación, ofrece una figura de autoridad moral global frente a una Europa debilitada y una administración Trump cada vez más aislacionista y mercantilista. Un Papa estadounidense con vocación universal puede convertirse en un inesperado contrapeso ético. La paradoja de un Prevost que defiende la fraternidad universal, la acogida al migrante y la justicia social, frente a un presidente Trump que promueve deportaciones extrajudiciales, aranceles y tribalismo, subraya aún más la necesidad urgente de una Unión Europea firme, centrista y coherente, que se reivindique como defensora del multilateralismo y el bien común.
«Frente al extremismo y la fragmentación, urge reconstruir un centro político que devuelva a Europa su vocación de brújula ética y social»
Es el momento de una Europa que se redescubra a sí misma desde sus raíces democristianas, fundada en la economía social de mercado, el respeto a la dignidad de la persona y el compromiso solidario. Recuperar ese ADN europeo, concebido por los padres fundadores de la UE, no significa anclarse en el pasado con nostalgia, sino reactivar un proyecto civilizatorio que convirtió a Europa en referencia mundial en derechos, equidad y libertad. Frente al extremismo y la fragmentación, urge reconstruir un centro político y moral que devuelva al continente su vocación de brújula ética y social.
En ese contexto, una figura como León XIV representa lo que Europa necesita: una autoridad moral capaz de señalar horizontes, reconstruir vínculos rotos y recordar que el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio para servir al bien común. El nuevo Papa podría denunciar con claridad los ídolos contemporáneos: la inteligencia artificial sin ética, el capitalismo financiero sin rostro, la política convertida en espectáculo, la migración tratada como mercancía o el culto al yo en un mundo que se olvida de la comunidad.
Europa debería escuchar esa voz. Porque solo desde un centro renovado, valiente y con principios sólidos podrá afrontar los grandes desafíos del siglo XXI: el cambio climático, la desinformación, el envejecimiento demográfico, la rivalidad entre potencias o la descomposición del consenso democrático liberal. Esa renovación no vendrá de los extremos, sino de una refundación moral del centro: una nueva Democracia Cristiana del siglo XXI, laica, pero con valores; plural, pero con raíces; moderna en lo tecnológico y profunda en lo espiritual.
Se trata, en definitiva, de recordar que las civilizaciones no se sostienen únicamente con normas o crecimiento económico, sino con principios compartidos y convicciones éticas firmes. Sin ellos, Europa corre el riesgo de ser irrelevante o manipulada. Y frente a quienes reducen la política al arte de resistir o imponer, se impone una visión que recupere la política como el arte de servir.
Quizá no necesitemos un nuevo imperio, ni siquiera una nueva ideología. Solo un centro político y espiritual que vuelva a poner al ser humano en el centro. Un centro que, como León XIV, sepa leer los signos de los tiempos y ofrecer esperanza allí donde otros solo siembran miedo o cinismo.