Reino Unido: «Experimento fallido»
«Resulta aterrador ver cómo el Reino Unido está dando marcha atrás en las políticas más lesivas, mientras que en España nos entregamos de manera suicida»

Ilustración de Alejandra Svriz
Hace décadas se decía en Estados Unidos que «un conservador es un progresista al que han atracado por la calle». Viene a significar que no hay nada como sufrir las políticas que uno mismo defiende para ponderarlas en su justa medida. Digo esto porque Reino Unido, uno de los países pioneros en fronteras abiertas, acaba de anunciar que pone fin a ese «fallido experimento» con vistas a contener una inmigración que, admiten los laboristas, está «descontrolada». Lo hace un mes después de que la Corte Suprema británica dictaminara que la definición legal de mujer debe basarse en el sexo biológico asignado en el nacimiento, poniendo así fin al delirio trans, que recibió su primer golpe con el informe Cass, que exponía los efectos terribles de los bloqueadores de la pubertad (agonistas de la GnRH) en menores de edad.
Estas victorias, aunque dignas de ser celebradas, nos ofrecen una panorámica desoladora: mientras Reino Unido da marcha atrás en las políticas más lesivas adoptadas en los últimos años, las que ponen en riesgo la salud de la infancia y la seguridad jurídica de las mujeres, así como la seguridad e identidad de su país, en España nos entregamos de manera suicida, irracional, y muchas veces acientífica, a todas ellas.
El primer ministro británico, Keir Starmer, ha anunciado una serie de medidas, desde el endurecimiento del conocimiento del inglés al implemento de sistemas de control para identificar y expulsar a los inmigrantes ilegales, en pos de «invertir en nuestra propia gente»: «Sin reglas estrictas, corremos el riesgo de convertirnos en una isla de extraños, no en una nación que avanza juntos». Unas palabras razonables que aquí serían tildadas de «ultraderecha», que es en donde se encasilla de un tiempo a esta parte a toda persona razonable.
Reino Unido pone fin así a décadas de multiculturalismo fallido, defendido por igual por idiotas buenistas de izquierda a derecha, de guetización de los barrios, de islamización de las ciudades, y de una inseguridad y crispación social crecientes, y se suma a países pioneros como Suecia, en donde los socialdemócratas han dado un giro de 180 grados a sus políticas tras constatar las miserias de las fronteras abiertas.
El mismo día en que Reino Unido ha anunciado esta decisión, en España se han publicado dos noticias que dan buena cuenta de a dónde nos dirigimos. La primera, que por cada español que nace llegan cinco extranjeros, la mayoría procedentes de Marruecos. Las mentes simples repiten la consigna de que «vienen a pagarnos las pensiones», pero lo cierto es que tan sólo 358.371 de los 893.953 marroquíes afincados en España cotiza: el 40%. También cabría preguntarse si el mantenimiento del (insostenible) sistema de pensiones es motivo suficiente para apostar por la sustitución demográfica y cultural, asumiendo además que fomentar la natalidad no es siquiera una opción a considerar.
La segunda noticia, igual de cruda, tiene que ver con la delincuencia asociada a la inmigración incompatible. En Barcelona, Acardia multicultural dentro de nuestras fronteras, los extranjeros ya cometen el 91% de los hurtos, el 83% de los robos con violencia, el 73% de las agresiones sexuales y el 59% de los homicidios. Además, ya son mayoría en las cárceles catalanas (el 51,8%). Datos de la Generalitat que, cuando menos, deberían invitar a endurecer nuestra política migratoria.
Por desgracia, no aprendemos por experiencias ajenas, y a duras penas lo hacemos por las propias. Martín Varsavsky tuvo que sufrir en sus carnes, junto a sus hijas pequeñas, las bondades de la multiculturalidad en Saint-Denis para abrir finalmente los ojos, y Reino Unido tuvo que tener el escándalo de Rotherham para que hubiera un despertar social. Esta reacción llegará a España, y será abrazada por políticos e intelectuales de todo signo. Dando esto por sentado, pienso: ¿quién y cómo reparará a todos aquellos que fueron (fuimos) señalados por señalar, valga la redundancia, el elefante en la habitación? ¿Será ya demasiado tarde?