The Objective
Ignacio Vidal-Folch

Recordando la carta de amor de Alexéi Navalni

“Su asesinato en prisión –tras sobrevivir a un envenenamiento- fue el golpe más demoledor que pudieran recibir las fuerzas prodemocráticas y antibelicistas rusas”

Opinión
Recordando la carta de amor de Alexéi Navalni

Aléxei Navalni junto a su esposa.

Algo nos dice que las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania en Turquía, a la que Rusia envía funcionarios de segundo nivel, no llegarán a buen puerto. Rusia quiere la guerra.

He recibido un largo e instructivo ensayo titulado ¿Adoran los rusos la guerra? de Gary Saul Morson (en la publicación norteamericana Commentary), texto altamente interesante para entender cómo la tradición de un estado de guerra permanente, durante siglos, ha dejado en la psique de la sociedad rusa una idea de que el belicismo es sencillamente inseparable del destino de la nación. Quizá la semana próxima les traduzca el ensayo o por lo menos las ideas más sustantivas del mismo. Ahora sólo copio aquí un párrafo:

“Los rusos simplemente no piensan en la guerra como lo hacen los estadounidenses. Como observa Gregory Carleton en su excelente estudio de 2017 Russia: The Story of War, la guerra es una parte indispensable de cómo los rusos ven el mundo y su lugar en él. El grado en que la Segunda Guerra Mundial y todas las guerras anteriores, que se remontan mil años atrás, definen la identidad nacional rusa, es realmente asombroso. A menos que comprendamos la forma rusa de pensar, nuestras políticas están destinadas a ser ineficaces, si no contraproducentes. Si bien algunas de nuestras respuestas al intento de sometimiento y subyugación de Ucrania tienen sentido, otras pueden aumentar la determinación de los rusos de continuar luchando sin importar el coste o el sacrificio”.

Entiendo el concepto, y le concedo razón, pero no me gustan los análisis de los conflictos que se fundan en las particularidades de una psique colectiva. Pienso que la acción de las individualidades es también un potente motor de la historia, y de los cambios de mentalidad colectiva. Es decir, que existen de verdad los llamados “hombres providenciales». Ahora bien, si un déspota asesina sistemáticamente a todas esas figuras decisivas, el cambio no puede producirse fácilmente.

Lo vimos, por ejemplo, en el País Vasco, donde las personalidades más destacadas de socialistas y populares fueron sistemáticamente asesinadas por los nacionalistas, de manera que ahora los partidos que ellas encabezaban tienen una presencia poco más que testimonial. 

“Hace un año fue asesinado el hombre que encarnaba la esperanza del sentido común, la civilidad y la democracia”

En Rusia ha pasado lo mismo. Hace un año fue asesinado el hombre que encarnaba la esperanza del sentido común, la civilidad y la democracia –sistema democrático que no ha conocido Rusia salvo en el brevísimo periodo del gobierno provisional de Kerensky, entre la revolución contra la monarquía y el golpe de Estado bolchevique, dirigido por una minoría que podía parecer insignificante pero que no tenía escrúpulos-.

El asesinato de Navalni en prisión –después de haber sobrevivido a un envenenamiento, haber podido salir del país para convalecer en Alemania y regresar voluntariamente al martirio— fue el golpe más demoledor que pudieran recibir las fuerzas prodemocráticas y antibelicistas rusas. Un crimen de Estado tan descarado era un aviso para navegantes bien claro. En el país no se mueve una hoja. Rusia puede seguir la guerra todo el tiempo que le convenga.

A propósito de Navalni, cuando murió Masha Gessen, la famosa periodista de origen ruso pero que para su fortuna vive en América, pues de otro modo desde luego que ya estaría muerta, dedicó en The New Yorker un excelente perfil al desdichado líder democrático. Quizá también lo traduciré para los lectores de The Objective uno de estos días, porque es un vivo retrato desde el interior sobre cómo funciona el sometimiento de la gente al poder tiránico. 

Por ahora me limito a traducir –del inglés- la última y conmovedora carta (en ruso, naturalmente) que desde prisión envió Navalni a su esposa, y que retrata al desdichado mártir con perfiles sublimes. En vez de quejarse de su situación y de las condiciones de su encierro, en vez de comunicarle a su esposa sus temores por su vida, es una de las más admirables cartas de amor que haya yo leído. Da la medida de un hombre:

“Sabes, Yulia, he intentado varias veces escribir la historia de cómo nos conocimos.

Pero cada vez, después de escribir unas pocas frases, me paro, aterrorizado, y no puedo seguir.

Me aterra pensar que pudo no pasar. Quiero decir, fue una coincidencia. Yo podía haber mirado en otra dirección, tú podías haberte dado la vuelta. El segundo que determinó el curso de mi vida pudo ser completamente distinto. Todo hubiera sido diferente.

Yo probablemente hubiera sido el hombre más desdichado de la tierra.

Qué maravilloso es que nos volviésemos a mirar otra vez y que ahora yo pueda sacudir la cabeza, alejar esos pensamientos, rascarme la frente y decir: ‘Fiúuu, qué pesadilla más rara'”.

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