The Objective
Antonio Agredano

Pedro Navaja

“La vinculación emocional entre Sánchez y Ábalos es la de un hombre débil con un hombre rudo. Uno ordena y el otro ejecuta. Uno ve fantasmas y el otro dice cazarlos”

Opinión
Pedro Navaja

Ilustración de Alejandra Svriz.

«El poder no corrompe; el poder desenmascara», dijo Rubén Blades en uno de sus conciertos. El cantante llegó a ser ministro de Turismo de su país, de Panamá. Su canción más famosa es Pedro Navaja, en la que canta así: «Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar. Con el tumbao que tienen los guapos al caminar. Las manos siempre en los bolsillos de su gabán. Pa que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal».

Pedro Sánchez se ha desvestido de autoridad y se ha puesto el disfraz de buscabroncas de recreo. Sus mensajes con José Luis Ábalos lo retratan como un líder endeble, es decir, un líder paranoico y de mirada corta. Un presidente vulnerable y, lo que es más peligroso: una de esas personas que necesitan a su lado a una persona más fuerte para que les proteja.

Ahí, en esa sombra, en esa fragilidad, es donde brotan los hombres como Ábalos. Implacables, con determinación y capaces de casi cualquier cosa. De esos que llaman, convencen o amenazan, y solucionan los problemas. De esos hombres que hacen su trabajo, que siempre hacen su trabajo, pero que siempre cobran sus esfuerzos.

La vinculación emocional entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos es la de un hombre débil con un hombre rudo. Uno ordena y el otro ejecuta. Uno ve fantasmas y el otro dice cazarlos. Nuestro Pedro Navaja lleva trajes estrechos, habla con gravedad, seduce en las reuniones en Moncloa, y luego, en la soledad de la noche, tiene miedo. Miedo a perder lo que con tanto dolor consiguió. Miedo a que le pisen los mismos a los que él pisó. Y ahí, cuando los grillos arrancan su función y la televisión ilumina la estancia, cuando el arrepentimiento y el temor asoman, Sánchez necesitó a Ábalos. Y Ábalos, por supuesto, se aprovechó.

El presidente miró hacia otro lado cuando fue consciente del monstruo que había alimentado. Un monstruo que, filtración a filtración, terminará devorándolo también a él. Una persona como Ábalos es capaz de corromper todo a su alrededor. Seguirán saliendo mensajes. Y estarán ahí casi todos, igual que ya están Nadia Calviño o María Jesús Montero. Ábalos se sentía impune. Y su poder era expansivo y sucio. Como el moho en la cesta de frutas. Como la varicela entre hermanos. Su tacto invade a los demás. Y todos pagarán la flaqueza de un solo hombre, la de un Pedro Sánchez que no supo estar solo en la cumbre. Que sintió el vértigo del poder. Que se cogió de la mano de José Luis Ábalos, cerró los ojos y apretó el puño para no caerse.

“Esos insultos melindrosos de Pedro. Esas muestras de cariño hacia su matón. Ese echarle de menos”

Hay muchos Pedro Navaja. Está el porte y el caminar. Pero, a la hora de la verdad, el poder es una habitación fría y destartalada en el peor hotel de la ciudad. Para dormir ahí cada noche hay que valer. Y Pedro no vale. Hay que valer para no asustarse con los ruidos ni con los cristales rotos. Para saber a quién abrir la puerta y a quién no. Hay que saber a quién le entregamos nuestra intimidad y nuestras dudas.

Esos insultos melindrosos de Pedro. Ese rencor pueril hacia Susana Díaz. Esas muestras de cariño hacia su matón. Ese echarle de menos. Ese buscarle, esa impostada virilidad. Y luego, esposas que se inmiscuyen en sus asuntos. Pelotas y aduladores sustituyendo a compañeros críticos y severos. Qué gran hombre pequeño. Hacia dónde nos ha llevado. Qué vulgar será su epitafio político.

«Y créanme gente que, aunque hubo ruido, nadie salió. No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró», cantó Rubén Blades.

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