Ábalos, el contraespionaje del recontraespionaje
«Calla y otorga Ábalos sobre sus andanzas documentadas en el parador de Sigüenza, que este diario ha ido destilando por entregas esta semana»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Calla y otorga Ábalos sobre sus andanzas documentadas en el parador de Sigüenza, que este diario ha ido destilando por entregas esta semana. Sin duda no lo vio venir, no siendo ya su contraespionaje lo que era.
Más allá del estilo, que, como se sabe, es siempre el hombre, lo mollar aquí es la misma pregunta que Josep Pla, boquiabierto con los rascacielos de Nueva York, con las luces de neón rutilantes y con los focos que iluminaban los edificios, le formuló a su guía; una pregunta tan a la pata la llana como determinante: “Escolti, i tot això qui ho paga?”. Porque es crucial saber si en el check-out la factura fue o no a cargo de la VISA oficial.
Desliza el entorno de Ábalos que en la filtración él sólo es responsable de una parte de los guasaps publicados en El Mundo. Cabe colegir pues que en alguna medida le benefician, tanto reputacional como judicialmente. Como si la otra parte no lo beneficiase. Está por ver que el descrédito de Sánchez sea el crédito de Ábalos, el desterrado, que se agarra a su carnet del partido coma lapa a la roca.
En todos ellos vemos a un estrecho colaborador, ex amigo, y luego amigo de nuevo, paño de lágrimas, hombre fuerte, hombre de confianza, hombre de mano, como dicen los franceses, útil para un roto y para un descosido, así en el cielo del Gobierno y aldeaños como en la tierra de las baronías.
Ese ping-pong guasapero le permite a Ábalos, eso cree él, redimirse algo de su imagen pendenciera, con un ojo puesto en su horizonte judicial, sabedor de que el cerco se le va estrechando y pronto se conocerán las peticiones de las partes.
El otro guasapero, Sánchez, calla (es decir otorga) y si bien manda su entorno (entre entornos anda el juego) a agitar el fantasma de una investigación-querella por las filtraciones, lo único que busca es que cese pronto el fuego graneado (qué aciagos desayunos con El Mundo) y poder comprobar que ninguno de los damnificados «pájaros», venidos o por venir, pida su cabeza y abra un cisma en el partido.
En su Manual de resistencia (de insistencia) que le escribió la lozana Irene, están las claves de su única divisa celiana de que en España el que resiste vence.
Sabedor de que mientras haya partido hay partida, y de que hasta el último minuto del último día posterior a la jornada de reflexión no es imposible que el PP y Vox no logren sumar los 176 diputados necesarios para la investidura directa, irá alargando la legislatura amortizando su paulatino deterioro de imagen, intra y extramuros, para fijar el momento que él elija de las elecciones (que puede ser un día cualquiera, incluso mañana mismo, con un golpe de teatro de aquellos de los que hasta la fecha le han salido bien).
Sabe que incluso por un voto podrá reeditar un nuevo Frankenstein, y ésas son su fuerza y sus poderes, la resultona conjura contra la derecha y la ultraderecha que recorre el espectro ideológico, cebaba con una serie de munificentes medidas (o anuncios de) antes de la convocatoria: aumento en las pensiones, ayudas varias, subvenciones a granel, cheques regalo, becas dopadas… Total, por lo que le queda en el convento, pensará que le da lo mismo poner en riesgo el futuro de las finanzas del Estado porque el Estado, a lo Luis XIV, es y no es él, siendo como cree que es… de nadie.
El futuro judicial de Ábalos corre parejo al del entorno familiar de Sánchez, o el de Su Persona. O sea.

Coda 1) El cónclave en clave.
El PP, partido de carácter granítico y reflejo lento, anuncia por fin un congreso. Gran noticia, sí, como lo es abrir las ventanas en una casa donde hace años no se ventila. Pero, cuidado: la gran noticia podría terminar siendo una gran decepción. Porque el PP, como entidad orgánica de reflejos lentos, aborrece los congresos como el gato el agua. Especialmente si implican hacer algo más que perfilar flequillos: cambiar, revisar, reflexionar. Verbos prohibidos.
Este congreso «adelantado» se presenta como una fiesta de reafirmación, un desfile de espejos para que el partido se mire complacido, sin tocar ni una coma de su esencia. Feijóo lo llama «cónclave» –la papamanía que no cesa– y la palabra delata el problema: más eclesial que político. ¿El objetivo? Supuestamente relanzar al PP. ¿La estrategia? Mover algo un poco para no mover nada. Repito: no el lampedusiano que tome cambie para que no cambie nada, sino esto, en verdad, peor.
Feijóo, esa oveja con piel de oveja, el animal más peligroso según Churchill, tiene dos opciones valientes: retirarse sacrificialmente y pedir un congreso en clave de real renovación para elegir a la líder que todo el mundo sabe (que sería la opción más inteligente electoralmente, pues ella abarca más espectro a la derecha del Edén), y proponerse, como premio de consolación, como futuro primer ministro con el apoyo de la nueva secretaria general del partido, que, a su vez, ocuparía la única vicepresidencia y delfinato, entendiendo esta bicefalia como una riqueza, un ticket inverso a la americana; o bien, lo más probable siendo él, tal como se jacta (a la Rajoy) un hombre previsible, buscar el refrendo y aclamación de sus colocados mediante un juego de sillas musicales: un congreso cero patatero. La única duda, y esta sí existencial, es la duda cayetana.
Cree, Feijóo, como Sánchez, que basta con resistir para tener razón. Pero la distancia entre su autopercepción y la opinión del votante medio es sideral. Una masa de ciudadanos que, pudiendo votarles, tal vez no lo hará, dando por descontada la victoria (como el 23 de julio de 2023) o peor: no porque sean de izquierdas o de centroizquierda decepcionados y rebotados, sino porque no se sienten ni representados ni ilusionados por este artefacto conservador por estancado que es el PP.
El diagnóstico es simple: el PP no ofrece una alternativa reconocible, ni ilusionante, ni valiente. Repite fórmulas gastadas, se atrinchera en los clichés de la gestión eficaz, sin revisar su doctrina. Porque el PP necesita algo más que cosmética: necesita cirugía. Convertirse en un partido abierto, transparente, plural. Con controles internos y externos. Donde los compromisarios no sean designados a dedo por el barón de turno. Menos estructura para colocar fieles y más vocación de servicio para todos. Que no tema el conflicto, porque gobernar será también asumir riesgos.
Más debate real, menos aparato. Y lo más fundamental, anunciar un gobierno en la sombra, que marque despiadadamente a cada uno de los ministros de Sánchez al día siguiente del final del Cónclave.
Y que haga unos pre-presupuestos del Estado, con detalle de partidas y asignaciones. Un paquete exprés de gobierno con las primeras 10 medidas para los primeros cien días.
Se dirá, mero sentido común, que en esta ecuación el gran ausente es Vox, sin el cual no podrá llegar a la Moncloa Feijóo.
No: se trata de que los diputados de Vox sean los menos posibles, de modo y manera que su pretensión de entrar en el Gobierno decaiga por poco convincente, o se les dé algún ministerio no estratégico, para que meen hacia fuera y no hacia dentro de la tienda de campaña, o intentar que los apoyos de Vox sean únicamente para la investidura pero sin nada a cambio salvo el mismo cambio de gobierno.
Vox no puede no votar a Feijóo, o al menos permitir que obtenga una mayoría simple en segunda vuelta, o bien … se condena a la irrelevancia absoluta en una repetición de elecciones. A cambio de ese apoyo el PP debería incorporar a algunos independientes, pactados de consuno con Vox: tampoco parece tarea tan difícil.
Si no hace algo de todo esto, si no empieza a andar en esa dirección, lo que Feijóo presenta como el congreso de la puesta a punto será otra ocasión perdida. Y van…
Porque uno puede perder ganándolas las elecciones, pero no puede perder la razón de existir. Y hoy, en muchos despachos del PP, no saben todavía cuál es.
Coda 2) Sandro Rosell, indemnizado con 232.500 euros por los 654 días que pasó en prisión: esperemos que siente jurisprudencia para todos los otros damnificados, pasados y presentes, de los abusos judiciales, cuando no de los errores judiciales.