The Objective
Jorge Freire

Dar el cante

«Hay quien orea su tristeza en la plaza pública, como una soleá mal templada que termina descuadrando el compás, y quién, más sobrio, la guarda bajo siete llaves»

Opinión
Dar el cante

Flamenco.

Hay quien avanza a paso de corneta, con el corazón marcando redobles de tambor y la cara con espasmos. También hay quien se deja sacudir por el ulular de las sirenas y va por la vida en estado de alarma. Yo soy animal de compás: no el compás geométrico de planificadores y urbanistas, sino el otro, el que se palmea, el que se taconea y si es preciso se ulula, pero con un vaso de manzanilla en la mano.

A quien lo jondo le supera, como es mi caso, siempre le cabe asolearse por alegrías. El cante por alegrías es un palo muy característico de la ciudad de Cádiz, especialmente agradable a los oídos del novato. Tal es mi caso. Antes que arregostarme en el quejío áspero, prefiero el chispazo luminoso que sabe a salitre y chirigota.

Nadie podrá negar la grandeza broncínea de un martinete de fragua, uno de los cantes sin guitarra más arcaicos, nacido al son del martillo. Es cante desgarrador, sin duda, pero a quienes no participamos del sentimiento trágico de la vida solo nos queda ser y estar alegres.

“Cuando se canta por alegrías, sin apresurarse ni remolonear, la vida se acompasa rápido”

Abunda la gente con ganas de dar el cante. Peor que ser un soplagaitas -cosa que veo hasta veo razonable, quizá por mi ascendencia gallega, pues en a terriña no es raro tañer la cornamusa- que ir por la vida pegando quejíos. No recuerdo la última vez que solté uno. Me gusta vivir la vida como si me acompañara el son de una guitarra por cantiñas, como una brisa leve.

De la tragedia al melodrama sólo hay un paso y a la persona vulgar le gusta darlo, qué duda cabe. Al que es incapaz de estarse quietecito le da por atracarse de atún con pan, que es como se le llama al compás del odioso reggaetón que todo lo invade. Mejor nos iría dejando el atún en la almadraba y el cante, para el tablao. 

Hay quien orea su tristeza en la plaza pública, como una soleá mal templada que termina descuadrando el compás, y quién, más sobrio, la guarda bajo siete llaves. Cuando se canta por alegrías, sin apresurarse ni remolonear, la vida se acompasa rápido. A quien vive a compás le late el corazón al ritmo justo.

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