The Objective
Carlos Mayoral

Dogmatismo eurovisivo

«En vez de simple y banal entretenimiento, lo que me ofrece esta sociedad es un evento chusco, donde el Gobierno debe intervenir, porque ya interviene en todo»

Opinión
Dogmatismo eurovisivo

Melody, durante el Festival de Eurovisión con la bandera de España.

No deja pasar oportunidad el españolito de colocar su ideología en primer plano en cualquier evento. Se impone a todo: al placer, al ocio, a la holganza y al compadreo. Nada importa más que dejar bien reluciente el dogmatismo de cada uno, caiga quien caiga. Poco importa si nos cargamos la cena de Navidad de la empresa, las cañitas con los padres del colegio o una primera cita con esa chica que conociste en el gimnasio. Esa ideologización del mundo ha de llegar a la final de la Champions, a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos o la gala de los premios Goya. Ahí estamos, estos celtíberos romanizados, dispuestos a clavar el pendón del credo político en lo más alto.

Esta vez le ha tocado al Festival de Eurovisión. Vaya por delante que yo soy de los que piensa que hace ya tiempo que se hizo justicia con aquella masacre intolerable del 7 de octubre, y que desde ese momento hasta ahora vivimos una masacre igualmente intolerable. Pero más allá de la opinión de cada uno, lo más importante es que lo que espera uno de un evento así, llámenme loco, es sentarse con sus chavalillos, una cerveza Mahou de esas verdes, palomitas para ellos, panchitos de estos con miel para los adultos, y disfrutar de canciones en idiomas germánicos, de la porra que toda familia termina haciendo en una servilleta con bolígrafo, de los 12 puntos que siempre nos da Portugal y de nuestra sempiterna posición al final de la tabla. 

«Mi única súplica es que quiten las sucias manos del fanatismo político de los eventos que no lo necesitan»

Sin embargo, en vez de simple y banal entretenimiento, lo que me ofrece esta sociedad es un evento chusco, donde necesariamente el Gobierno debe intervenir, porque ya interviene en todo; donde además se posiciona de manera torticera, involucrando a estamentos que deberían servir a los españoles y no a la propaganda. Eso, por un lado, pero también donde la mitad de esta Españita invierte su tiempo en enviar un mensaje a no sé dónde para votar en contra de lo que dicta el partido al que no votan -hubiera pasado lo mismo si el partido que gobierna es otro, simplemente el mensaje lo enviarían los de enfrente-, y donde los resultados y el mal clima se traslada, a posteriori, a los círculos de cafés, patios y terracitas, contaminándolo todo.

Sin ir más lejos, estoy seguro de que las reacciones a este artículo irán por ahí: tibio, equidistante, etc. Es difícilmente asimilable para gran parte de los lectores aquí presentes que no me moje, que no etiquete, que no meta las perneras en el barro de una trinchera o de otra. Y a fe mía que me importa poco: mi única súplica en este texto es que quiten las sucias manos del fanatismo político de los eventos que no lo necesitan. Casi echo en falta a los frikis que hace unos años nos avergonzaban tanto como nos hacían reír. Aquel esperpento, al menos, nos hacía olvidar el legendario verso de Federico García Lorca: «Señores guardias civiles: / aquí pasó lo de siempre. / Han muerto cuatro romanos / y cinco cartagineses».

Publicidad