La demografía, abandonada
«La evolución del envejecimiento depende sobre todo de la caída en picado de la fecundidad y no del crecimiento de la esperanza de vida»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Durante mi etapa de estudiante universitario, que yo recuerde no se estudiaba Demografía en ninguna facultad y tras las licenciaturas los pocos demógrafos que ejercíamos de tales habíamos hecho nuestros estudios de posgrado fuera de España (en Francia, Reino Unido, EEUU). Pero la caída de la fecundidad y el consiguiente envejecimiento han cambiado las cosas. El último ejemplo de esa nueva preocupación demográfica ha sido el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2025 que se le acaba de otorgar al sociólogo y demógrafo Douglas Steven Massey, referencia internacional en sociología de las migraciones y profesor en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de Princeton y la Universidad de Pensilvania. Es un reconocimiento a la larga trayectoria como analista de los movimientos migratorios, especialmente en EEUU y Latinoamérica, en particular en estos momentos en que están siendo criminalizados como nunca anteriormente.
El jurado ha reconocido su «enfoque multidisciplinar» y sus «contribuciones significativas en áreas como la migración internacional y la estratificación social». Según los especialistas, la obra de Massey es fundamental para comprender las dinámicas de un fenómeno crítico, «combinando rigor académico con un enfoque accesible que ha influido tanto en el ámbito académico como en la formulación de políticas públicas».
En noviembre de 2024, justo después de las elecciones, escribió que «la campaña de Trump fue abiertamente racista, xenófoba y autoritaria, y sus partidarios parecen estar dispuestos a abandonar la democracia en apoyo de un demagogo autocrático que promete arreglarlo todo mientras aviva su ira, resentimiento y prejuicios».
Pero no es sólo Trump el que abomina de la inmigración. En la UE esa enfermedad social ha plantado sus raíces en una buena parte de los países, incluido el nuestro. Por otro lado y en sentido contrario, hay profesores y economistas que han puesto su inteligencia a trabajar. Por ejemplo, Manuel Alejandro Hidalgo, profesor en la Universidad Pablo de Olavide y economista de EsadeEcPol, publicó el pasado domingo en el suplemento Negocios de El País un artículo titulado Envejecimiento: la tormenta sobre nuestra economía en el que puede leerse:
«La proporción de ‘viejos’ no hace sino crecer porque las mujeres españolas tienen una bajísima fecundidad: 1,09 hijos por mujer»
«La primera señal de alarma aparece en el mercado laboral. El modelo económico del siglo XX se sustentaba en una abundante población trabajadora que mantenía a una proporción menor de dependientes. Esta ecuación se invierte ahora de forma crítica. La tasa de dependencia –número de trabajadores por cada pensionista– no solo presiona nuestro sistema de pensiones hasta límites que no somos capaces de vislumbrar, sino que reduce nuestra capacidad productiva per cápita, socavando el crecimiento potencial de la economía. Pero la verdadera bomba de relojería, revelada por investigaciones recientes en Estados Unidos, es que el envejecimiento ralentiza significativamente el crecimiento de la productividad».
El artículo era necesario y es de calidad, pero hay un hecho demográfico que se suele obviar (también es este artículo), a saber: la evolución del envejecimiento (es decir, el número de personas de 65 años y más dividido por el total de la población) depende sobre todo de la caída en picado de la fecundidad y no del crecimiento de la esperanza de vida. Hay más viejos porque la mortalidad en España es una de las más bajas de Europa, pero la proporción de viejos no hace sino crecer porque las mujeres españolas tienen una bajísima fecundidad: 1,09 hijos por mujer.