The Objective
Cristina Casabón

No basta con indignarse

«Los españoles hemos inventado el turismo de la indignación: un paseo rápido por redes, un par de comentarios, la lectura del nuevo caso de corrupción y un gruñido. Sin calentarse la cabeza»

Opinión
No basta con indignarse

Ilustración: Alejandra Svriz.

“Nos hemos hecho muy vagos, queremos que otros piensen por nosotros, que otros decidan por nosotros, que otros nos digan cuál es la consigna que hay que multiplicar por el espacio virtual, qué debemos defender y qué debemos detestar”. Tsevan Rabtan daba este domingo en el clavo, en una entrevista realizada por el gran Ricardo Cayuela para este medio. Estas palabras me obligan a reaccionar, porque el estado del espacio virtual está configurando una actitud ante la vida pasiva y bastante penosa.

El tema es que nos hemos convertido en seguidores de otras opiniones. Especialmente en redes sociales, donde se fomenta la indignación permanente sin ningún tipo de relativización o grado de importancia. Basta ya, es demasiado. Indignaos, reza la consigna. Nadie parece descansar nunca, cada día buscamos una nueva indignación, pero no pasamos de ahí. El personal piensa que indignarse es ser resistente. Que no hay ninguna necesidad de pretender ser heroico, que no es necesario dar un paso al frente, porque con la indignación ya basta.

Leo en el periódico que el paro conjunto convocado por jueces y fiscales para el próximo 11 de junio constituye un “serio aviso” (sic) sobre la hondura del rechazo, la indignación que genera la reforma de la Justicia planteada por el Gobierno, que dañaría gravemente al Estado de derecho. Un paro de 10 minutos se considera una señal de advertencia que podría desembocar en una huelga, como ya ocurrió en 2013 y 2018. Yo creo que hoy en España no hay valentía ni para una huelga.

“Somos muy listos, pero a fin de cuentas, nada de la España en la que yo nací, la España de la transición, subsiste. Solo queda, a modo de acción de protesta contra el poder judicial, un parón de 10 minutos”

Es decir, en España el poder judicial se ve seriamente amenazado y decide hacer un parón de 10 minutos. 10 minutos es lo que pierden los españoles todas las mañanas en tomarse un café y comentar la actualidad, por lo que no tendrá excesiva resonancia. En realidad, todos los españoles tendríamos que secundar una huelga general, no solo el poder judicial. España entera prefiere mirar la huelga desde el despacho, con prismáticos lascivos. 

Los españoles hemos inventado el turismo de la indignación: un paseo rápido por las redes sociales, un par de comentarios desde el anonimato, la lectura del nuevo caso diario de corrupción y un gruñido. Sin calentarse mucho la cabeza. Suscribimos lo que dice nuestro comentarista favorito del momento, y ahí en sus preciosas manos dejamos la resolución del problema. No es de extrañar que el español se cruce de brazos, la ausencia de cultura liberal nos hace pensar que no tenemos ninguna capacidad de cambiar las cosas. Esto alude a la cuestión fundamental de la responsabilidad individual, que siempre es la otra cara de la libertad que reclamamos. 

La duda es si uno puede exigir más libertad, un Estado liberal garante de sus fundamentales derechos, una justicia independiente y todo eso, sin asumir su responsabilidad ciudadana, sin ser heroico. Y otra duda es si la permanente indignación nos acabará llevando a una espiral de neurosis colectiva —precisamente por no verse acompañada de un acto de valentía. La neurosis es una crisis prolongada que degenera en hábito; es la catástrofe cotidiana lista para ser utilizada y transformada, pero siempre adormecida o en estado latente. 

Y si nuestra España eleva solo a quienes perpetuamente gritan y o ponen un comentario irónico es porque ha elegido la intensidad (y la ironía) frente a la inteligencia. Me dicen que tal comentarista es muy listo, que no hay que tomarse sus escritos en serio… ¿No radica precisamente en eso el infantilismo del debate de hoy? Se es al mismo tiempo entretenido y snob, burlón y pasivo, gritón y al mismo tiempo cínico. Vamos hacia atrás, como los cangrejos, con una sonrisita en los labios. Como decía Gila: me habéis matado al hijo, pero lo que nos hemos reído. Todo se simplifica con un guiño, un comentario irónico o una frase grotesca, avasalladora, para dejar claro que no nos están engañando. Somos muy listos, pero a fin de cuentas, nada de la España en la que yo nací, la España de la transición, subsiste. Solo queda, a modo de acción de protesta contra el poder judicial, un parón de 10 minutos. La crisis es espiritual, y es profunda.

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