Cacería y victimismo sanchista
«Cualquier cosa que se oponga a la existencia de este Gobierno se convierte para ellos en una manifestación del fascismo y a sus sufrientes gobernantes en víctimas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El victimismo es una característica clásica del populismo. No hay tiranuelo que se precie que no se presente como víctima de una conspiración o de un enemigo avieso. Esta figura retórica consiste en mostrarse como el objeto de los ataques injustos y malvados de unos conjurados por la única (y falsa) razón de representar el bien. El recurso al victimismo se utiliza por dos motivos: justificar arbitrariedades como el asalto al poder judicial, o disimular casos de corrupción, como el del círculo íntimo familiar y laboral de Sánchez.
El partido que se victimiza, pongamos que hablamos de este PSOE, usa un lenguaje propio. Todos sus miembros sueltan las mismas palabras cuando ven un micrófono como autómatas. Uno de los vocablos más utilizados por el victimista cuando está acorralado es «cacería», que le sirve para designar a los procesos judiciales abiertos por casos de corrupción, tanto como la publicación de noticias en la prensa que desmienten esa imagen de santidad.
No obstante, lo que el sanchista o cualquier otro populista llama «cacería» no es nada más que el control democrático de los políticos. Donde los jueces y la prensa ven cargos públicos que han cometido presuntamente irregularidades o delitos, el socialista se presenta como el protagonista de una persecución espuria y perversa. He aquí una demostración más de que el PSOE de Sánchez es a la democracia lo que Trump a la templanza.
Las preguntas salen solas: ¿Sánchez es una víctima? ¿Lo son su esposa y el hermanísimo? ¿Es que acaso se refieren a Ábalos, Koldo, Santos Cerdán, al extremeño del aforamiento exprés, o al Fiscal General del Sanchismo? La respuesta es aún más evidente: Va a ser que no. Esto lo sabemos. Ahora bien. Hay otra pregunta que da sentido a usar el victimismo: ¿El electorado de la izquierda española se siente históricamente como una víctima de la derecha o de la traición de alguien? Por supuesto, con toda rotundidad, y es algo intergeneracional.
El victimismo está en la naturaleza del izquierdismo español. Siempre son víctimas de algo. Si no es por la actuación de los oscuros manejos derechistas a través de la Iglesia, el Ejército, la prensa comprada, el poder económico y demás animales quiméricos, es por alguna traición que proviene de la misma izquierda.
«Algunos que se presentan como socialdemócratas venden victimismo con tanta fuerza como odio al sanchismo»
Algunos se presentan como socialdemócratas que han sufrido la deslealtad de los populistas que ahora dirigen el PSOE. Se sienten agraviados por la deriva de un partido al que siguieron votando durante mucho tiempo a pesar de que ya no representaba ni defendía lo mismo. Es más; añoran la vuelta de los «buenos tiempos» socialdemócratas del PSOE, y suspiran recordando nombres y fechas sabiendo que esos momentos jamás volverán. Venden nostalgia y victimismo con tanta fuerza como odio al sanchismo.
Al otro extremo están los que coquetean con llevar el socialismo a sus últimas consecuencias en lo económico, social, educativo y demás tomando una mayoría parlamentaria circunstancial como un proceso constituyente. Son los que gritan «sí se puede» en el paroxismo de la manifestación, y luego comprueban que «se podía pero no se hizo». Estos lo achacan siempre a la traición de los izquierdistas que llegaron al gobierno, y que se han convertido en parte del universo facha que negocia con la derecha financiera para aprovecharse de las puertas giratorias. Normalmente se sienten víctimas de la izquierda en la que confiaron, como los pobres ingenuos del 15-M. Sin embargo, son felices soñando con el paraíso futuro que impondrán al resto de la Humanidad cuando sometan a la otra mitad o más del género humano.
Finalmente está el grueso de la izquierda victimista: sus votantes. Estos piensan que la historia de España es un fracaso porque gobernó siempre la derecha, que frustró una y otra vez las oportunidades de que «este país» tuviera justicia social, como en la Segunda República. Esta visión negativa se conjuga con su idea de que son herederos de los progresistas mitológicos que siempre lucharon contra los enemigos del pueblo y perdieron. «Porque fueron, somos. Porque somos, serán», repiten como si estuvieran en misa.
De esta manera, cuando uno de los suyos llega al poder, como Sánchez, le encomiendan la tarea histórica de hacer tabla rasa con el pasado y crear un país nuevo. Cualquier cosa que se oponga a la existencia de este Gobierno se convierte para ellos en una manifestación del fascismo contra el progreso, y a sus sufrientes gobernantes en víctimas de ese monstruo infame. ¿Cómo no hacer un discurso victimista cuando salen a la luz la corrupción y el autoritarismo de esos dirigentes al ser denunciados por las instituciones que tienen encomendadas el control democrático? Pues eso.