Pedro Sánchez, presidente de un club con bata y pantuflas
«Pedro se ha superado a sí mismo. Ha conseguido que el socialismo tenga más peso en África que en Europa. Eso sí es progresismo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Pedro Sánchez quiso ser más que presidente del Gobierno. Quiso ser el presidente. No del PSOE, ni siquiera de Europa. Presidente del socialismo planetario. Como un Papa laico, con puño en alto y mirada al horizonte. No era Chamberí, era el mundo. Y allí, por suerte —o por discreción—, no hacía falta Koldo. No había urnas que custodiar, aunque quién sabe si quedaban aún puertas que vigilar.
Bajo su mandato, la Internacional Socialista (IS) ha ido perdiendo tantos gobiernos como Ábalos pantalones en habitaciones de aquí, de allá y de no preguntar. Portugal, Finlandia y Rumanía han dicho adiós. El SPD alemán, aquel de Willy Brandt, es hoy una anécdota en busca de siglas. En Francia, el Partido Socialista apenas sobrevive como nota al pie en los manuales de arqueología política. Y en el Reino Unido, los laboristas han vuelto al poder… pero figuran en la IS como «observadores». Traducido: Pedro, no llames. No insistas. Bórranos de tus contactos.
Sánchez soñó con ser el maestro de ceremonias de una nueva cruzada de la izquierda global. Abriendo cumbres como quien abre los Sanfermines. Pero la gira mundial fue cancelada por falta de público y de teloneros. Lo que lidera hoy no es una internacional, sino una cooperativa de partidos jubilados: unos sin escaños y otros sin oxígeno político. Una comparsa que desfila sin banda, sin confeti y sin música.
La escena es esta. Pedro tiene más interlocución en Luanda que en Lisboa, más eco en Bamako que en Bruselas. Suena a chiste, pero es geopolítica.
«El presidente del Gobierno de España apadrina —por fe o por despiste— a un partido que quiere la independencia de EEUU. Si Trump se entera lo mismo nos encasqueta un arancel con lacito y nota: ‘Dear Pedro, you’re a total disaster!’»
En África hay ocho gobiernos que aún mantienen la bandera de la IS izada como quien conserva la radio antigua del abuelo por cariño. Ocho. Número mágico en Moncloa, como los ocho alumnos del máster de Begoña sobre captación de fondos, ideado en alguna sobremesa creativa en algún parador entre Pedro, Ábalos y Koldo.
Pero no es que arda la llama socialista en África. Es que la Alianza Progresista de Lula —el otro chiringuito global de la izquierda— se ha llevado a los presidentes de verdad. Los que ganan elecciones en México, Brasil, Colombia o Bolivia pasan de Pedro. Porque esto va de elegir entre subirse al escenario con Maluma o quedarse en la mesa camilla, entre manteles de ganchillo, escuchando a Los Panchos con Sánchez de voz principal.
La Internacional Socialista es el mundo al revés para cualquiera con brújula. Pero en el universo paralelo de Pedro, el día es la noche y la noche lo que el fugitivo Puigdemont decida. Aquí los golpistas son indultados, los discrepantes señalados y los aliados estratégicos… palmadita y puerta.
Otro ejemplo. Uno de los flamantes socios que Sánchez acoge bajo su manto progre es el Partido Independentista Puertorriqueño, que lucha abiertamente por separarse de Estados Unidos. Sí, han leído bien. El presidente del Gobierno de España apadrina —por fe o por despiste— a un partido que quiere romper con uno de nuestros principales aliados internacionales. A eso se le llama hacer amigos con tirachinas. Pedro en Madrid, ellos en San Juan… pero con bandera propia y sin complejos. No sé si a Trump se lo habrán contado, pero si lo pillan en un día torcido, lo mismo nos encasqueta un arancel con lacito y nota: «Dear Pedro, you’re a total disaster!».
Y el despropósito alcanza categoría de esperpento cuando miramos a Kosovo. Allí gobierna el Movimiento por la Autodeterminación, orgulloso miembro de la Internacional Socialista. Solo hay un pequeño detalle. España no reconoce a Kosovo como país. Es decir, el líder de España preside una organización que reconoce a un gobierno que España considera inexistente. El colmo del absurdo diplomático. La coherencia sigue de baja en el universo sanchista.
Aun así, Pedro sigue al frente. Desde Moncloa. Como comandante en jefe de una tropa sin tropa. Le da igual. La fe y los medios genuflexos lo empujan lo justo para seguir moviendo la batuta. Lo verdaderamente progresista —ya se sabe— no es cambiar la realidad, sino ignorarla. Y si se complica, siempre queda el comodín de culpar a la ultraderecha, a Franco o a los pseudomedios.
La IS de Pedro tiene más votos en Bamako que en Berlín, más eco en Maputo que en Maastricht. En América ya ni la invitan. Asia bosteza. Europa firma la baja voluntaria. Pero Pedro Sánchez, infatigable, sigue ondeando la bandera como si estuviera al frente de la Tercera Internacional. La de verdad. Aunque lo que queda es más bien un club de veteranos en bata y pantuflas, con anécdotas de juventud revolucionaria.
La Internacional Socialista es hoy una mansión polvorienta con eco, donde las viejas glorias se miran al espejo y se repiten «alguna vez fuimos alguien». Pedro Sánchez, presidente mundial de ese reflejo sin cuerpo, sigue convencido de que lidera algo. Y quizá no le falte razón: se ha superado a sí mismo logrando lo impensable —que el socialismo pese hoy más en África que en el continente que lo parió. Eso sí es un cambio histórico. Eso sí es progresismo… del bueno.