The Objective
José Carlos Rodríguez

La superioridad moral de la izquierda

«No la veo en este Gobierno por ningún lado. Sánchez es el líder de una banda que se ha dedicado a enriquecerse gracias a hacer un uso abusivo del poder que ocupan»

Opinión
La superioridad moral de la izquierda

Ilustración de Alejandra Svriz.

Rita Maestre ha dicho que hay una superioridad moral de la izquierda. Lo ha dicho con gesto adusto, grave. Maestre ha elegido un contexto arriesgado para airear esa pretensión. Gobierna en España un gobierno de izquierdas. Muy de izquierdas. Nunca tanto de izquierdas. Por comparación, Felipe González, que fue uno de los presidentes más importantes de la socialdemocracia en los 80 y 90, hoy es considerado un fascista. De modo que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que el Gobierno de Pedro Sánchez es muy de izquierdas.

Lo que no veo es la superioridad moral de este Gobierno por ningún lado. Sánchez es el líder de una banda que se ha dedicado a enriquecerse gracias a hacer un uso abusivo, y retorcido, del poder que ocupan. Los automatismos de la prensa y del sistema judicial son las únicas fuerzas que se le oponen. No toda la prensa se opone, claro. Una parte mayoritaria, la que tiene asumida la superioridad moral de la izquierda, transige con el latrocinio y los atropellos institucionales y políticos del sanchismo. 

La concejal del Ayuntamiento de Madrid por Más Madrid no se refería al actual Gobierno nacional. Estaba pensando en Israel, y su política en Gaza. El Gobierno que lidera esa política es de derechas. Benjamín Netanyahu es el líder del Likud. Personalmente, apoyo la lucha de Israel contra el terrorismo de Hamás, pero no entiendo la medida de la política actual, ni entiendo cuál es la estrategia a largo plazo. Pero lo que llama la atención es que Maestre hable de matanzas de origen político para hablar de la superioridad moral de la izquierda. Como si los mayores crímenes masivos de la historia no fueran cometidos en nombre de la izquierda.

La unidad de cuenta de los crímenes del socialismo es el millón de muertos. Ya sabe: cien millones de muertos bajo el comunismo. De 12 a 20 millones de muertos bajo el nacionalsocialismo. Pero nunca descartan exterminar a quien se oponga a sus políticas, aunque sea de uno en uno. «Moral» quiere decir ejercicio del poder por parte de ellos. Y «superioridad» quiere decir el ejercicio invencible de la violencia. Superioridad moral de la izquierda, efectivamente. 

Y ha de ser así. La izquierda consiste en proponer que la realidad no responde a un esquema ideal, y que la política consiste en cambiarla para ahormar esa sociedad al ideal que corresponda. Como la gente, si le dejas en paz, hace lo que le parece bien y el resultado nunca se amolda a los pobres esquemas progresistas, toda política de izquierdas consiste en obligar a la gente a hacer lo que no quiere hacer, y prohibirle actuar como desea. Consiste en sustituir la voluntad de la gente por la de los políticos e intelectuales de izquierdas. Y eso sólo se puede hacer por la violencia. La diferencia entre sangrar a impuestos y sangrar en términos reales es sólo de grado. Lo importante es el fin, y los medios tienen una importancia puramente instrumental. También desde el punto de vista ético. Si el fin es de izquierdas, es ético. No importa los medios que utilicemos para conseguirlo. Como nos demuestra la historia, el genocidio no es una excepción. 

«Si el fin es de izquierdas, es ético. No importa los medios que utilicemos para conseguirlo»

Todo esto lo conoce Rita Maestre. Lo vive. Lo respira. Sus palabras me llevaron de inmediato a un libro publicado hace unos años. Su autor es Ignacio Sánchez-Cuenca, y el título La superioridad moral de la izquierda. El contenido es interesante, pero incomparable con el de la introducción, que habrá irradiado a la propia Rita. Trata, sin ambages, y con una franqueza refrescante, nuestra cuestión. Sí, la izquierda es superior, es decir, preferible, a la derecha. Y eso es un problema, porque «produce en la izquierda efectos secundarios negativos, como el sectarismo una tendencia a la división o al ensimismamiento, y una incapacidad trágica para la victoria». 

Pero hay más. Como la izquierda ya está en posesión de la verdad (la verdad es la ideología, no la realidad que, de todos modos, va a cambiar), no se centra en buscar una victoria. Ese dogmatismo le lleva a las purgas. Y le predispone hacia una perezosa confianza en la llegada inexorable de la revolución, cuando lo que hay que hacer, nos dice el autor, es gobernar aquí y ahora. 

Porque «las verdades morales, de carácter en todo caso subjetivo, sólo se convierten en verdades políticas mediante una disputa cultural por convertirlas en las verdades de su tiempo». Esto es, lo único importante es que se impongan los valores de la izquierda. ¿Cómo? Por medio de lo que llama «esencialismo estratégico». Propone «ser fiel a unos valores trascendentes como si fuesen verdades atemporales, asumiendo inmediatamente a continuación que esas verdades deben ser políticamente construidas». En mi fuero interno sé que no hay verdades esenciales, pero las vendo como si lo fueran para que acaben prevaleciendo. 

Lo que hay que hacer es «construir pueblo» con un doble rasero moral. Por un lado está «lo que Max Weber llamaba la ética de las convicciones», que es aplicar los principios morales sin mirar a los efectos. Por otro, está la «ética de la responsabilidad», que consiste en mirar, por encima de todo, a esas consecuencias. «Es una lógica que nos obliga a tratar con la imperfección, con las contradicciones, con los grises de la realidad que nos es dada, y que juzga las ideas por sus efectos y no por su pureza». Y, por si queda alguna duda: «Maquiavelo nos enseñó que detrás de la política sí hay principios morales (…) pero que no hay nada más irresponsable que escudarse en la belleza de éstos para desentenderse de las consecuencias». 

Estas palabras, escritas en enero de 2018, son de Íñigo Errejón, quien ha llevado la superioridad moral de la izquierda hasta las últimas consecuencias.

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