The Objective
Pablo de Lora

Memoria en Navarra: un hojaldre

«Siempre es arduo enjuiciar el pasado con el mendaz expediente que supone encasillar a los protagonistas en categorías estancas carentes de grises»

Opinión
Memoria en Navarra: un hojaldre

La "Sala de Exposiciones", anterior Minuncmento de los Cáidos de Pamplona. | X

Vine a Pamplona. A hablar de la legislación memorialista, de las cuentas pendientes -las supuestamente no saldadas durante la Transición- de los olvidos necesarios, las exhumaciones injustificadamente postergadas y de los peligros de resucitar las querellas antiguas. 

En la antes llamada plaza del Conde de Rodezno, hoy de la Libertad, pervive el imponente y neoclásico monumento a los Caídos («Navarra a sus muertos en la Cruzada» fue el nombre original de este edificio levantado en 1942), aunque hoy se denomina asépticamente «Sala de Exposiciones»; ese es su uso fundamental después de haber sido restaurado y ocultada toda la profusa simbología franquista que lo adornaba. Allí estuvo enterrado el General Mola desde 1961 hasta 2016, y allí siguen inhumados otros 4.500 navarros del bando sublevado. No pocos pamplonicas anhelan su demolición. El edificio es obra del arquitecto navarro Víctor Eusa. Quédense con este nombre. 

He venido a Pamplona devorando con ojos golositos la biografía de Manuel Martorell sobre el fascinante Jesús Monzón, «el comunista olvidado por la Historia», como reza su subtítulo. Ma non tropo: Almudena Grandes se encargó de novelar su «aventura» –el intento de Reconquista por el Valle de Arán en la confianza de contar con el concurso de los aliados tras su victoria en la IIGM; Gregorio Morán en Miseria, grandeza y agonía del PCE de detallar lo espeluznante de su purga en el PCE tras aquel fiasco, de cómo su detención por la policía franquista le libró de ser asesinado por los sicarios enviados por Carrillo y Pasionaria; un documental emitido por la 2 allá por 2012 (Jesús Monzón el líder olvidado por la historia) de relatar cómo Monzón y el resto de su cuadrilla pamplonica –Estanis Aranzadi, Tomás Garicano Goñi e Ignacio Ruiz de Galarreta- se conjuraron en los meses previos al golpe del 18 de julio para ayudarse ante lo que se veía venir, fueran cuales fueran las circunstancias y a pesar de sus profundas diferencias ideológicas. 

Y así fue: una inicial conmutación de su pena de muerte y un posterior indulto –su amigo Garicano fue un notable jerarca del régimen, Gobernador Civil y Ministro de Gobernación- le permitió salir de España con dirección a México, reinventarse allí como profesor en una escuela de negocios (el IPADE) espejo del IESE, en la que labró un prestigio que le catapultó de vuelta a España, a Mallorca, a principios de la década de los 70, para dirigir, teniendo como segundo a Joaquim Molins –posteriormente mano derecha de Jordi Pujol en la Generalidad- otra exitosa escuela de formación de directivos (el IBEDE) por la que desfilaron como docentes Ramón Tamames, Francisco Fernández Ordóñez, Camilo José Cela, José Luis Sampedro, Julián Marías, Joaquín Garrigues Walker, entre otros. Murió en 1973. 

Pero volvamos a Pamplona, a los primeros momentos tras la sublevación militar. Jesús Monzón, de aristocrática y muy conservadora familia navarra, es un comunista bien conocido en la ciudad. Ha liderado la toma de la diputación a principios de marzo, uno de tantos episodios de violencia política extendida por el país desde el 14 de febrero y que con tanta exhaustividad se detallan en el impresionante Fuego cruzado. La primavera de 1936 de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío.

«Monzón fue gobernador civil de Albacete, Alicante y Cuenca hasta que sale de España junto a Pasionaria a principios de marzo del 39»

El biógrafo Martorell cuenta que Monzón se refugia en la casa del carlista Francisco Lizarza Martínez de Morentín. En las inmediaciones del edificio se ha cruzado con Jaime del Burgo Torres –sí, el padre del que luego fue primer presidente de la diputación foral tras la restauración democrática, amén de diputado y senador- y se teme lo peor. Pero Lizarza le tranquiliza y le asegura que no ha de temer a Del Burgo. Y así fue: Del Burgo, que posteriormente participa en el frente de Madrid, en la «defensa» del árbol de Guernica frente a un grupo de falangistas que, hacha en mano, se disponían a talarlo y que fue jefe de los requetés navarros desde octubre del 36, no dijo esta boca es mía.

Pasan los meses de julio y agosto con Monzón a buen recaudo en la casa de Lizarza y a éste se le ocurre canjearlo por dos tradicionalistas que andaban presos en Guipúzcoa. Uno de ellos es Víctor Pradera, sí, el abuelo del ideólogo de El País. Esas gestiones no cuajaron – Pradera fue finalmente asesinado ese septiembre junto con su hijo-, pero sí, en cambio, el trueque con dos hermanos, ambos empresarios navarros, también encarcelados. Uno de ellos se llamaba Carlos Eugui Barriola. Quédense con el nombre. 

Cuenta Martorell que el intercambio tuvo un precio: 125.000 pesetas por cada uno de los hermanos. Repito: 125.000 pesetas del año 1936. Los afortunados Eugui –durante décadas, una de las mayores fortunas de Navarra- lograron finalmente regresar a la «liberada» Pamplona, mientras que Monzón, acompañado de Lizarza, logra cruzar la frontera con Francia disfrazado de monje capuchino y posteriormente pasa a zona republicana. Fue gobernador civil de Albacete, Alicante y Cuenca hasta que sale de España junto a Pasionaria a principios de marzo del 39. 

El enjuague se ha llevado a término sin conocimiento ni autorización de la Junta de Guerra Carlista, lo cual provoca la detención, juicio sumarísimo y posterior ejecución de Francisco Lizarza, cuyo cuerpo no será exhumado de la fosa de Lezáun hasta que acabe la guerra. Solo entonces su engañada viuda sabrá la verdad sobre el destino de su marido al que creía en misiones secretas en Francia. 

«Víctor Eusa, partícipe del asesinato de quien logra la liberación de su suegro, es un arquitecto ligado como pocos a Pamplona»

En el Fondo Documental de la Memoria Histórica de Navarra, gestionado por la Universidad Pública de Navarra, figura la ficha de Lizarza y, como causa de su muerte: «A consecuencia del Glorioso Movimiento Nacional». En el año 2015 su nombre fue inscrito en una placa junto con el de otros 33 empleados de la Diputación Foral que fueron asesinados durante la Guerra Civil. La placa, colocada en la fachada del Palacio de Navarra, fue descubierta en 2015 por la entonces presidenta, Uxue Barkos, en un acto de homenaje con familiares de las víctimas. Junto a la placa se lee: «El Gobierno de Navarra en memoria y homenaje a los funcionarios y personal al servicio de la Diputación Foral que fueron asesinados en Navarra durante la guerra civil de 1936 por defender la legalidad republicana». ¿Lizarza murió en defensa de la legalidad republicana?

¿Y quién era uno de los 11 miembros de aquella Junta de Guerra Carlista dueña y señora de Pamplona en aquellos primeros momentos terribles tras el estallido de la guerra? Víctor Eusa. Sí, el arquitecto del monumento a los Caídos, quien en 1930 había desposado con Florencia Eugui Garro, una de las hijas del empresario Carlos Eugui Barriola. Sí, el canjeado por Monzón gracias a Lizarza (bueno, y a las 125.000 pesetas de vellón). 

Ha dejado escrito Javier Fernández Sebastián que las viejas metáforas del río, el camino, la flecha, con las que acostumbraba a adornarse la historiografía, se han sustituido contemporáneamente por las referencias geológicas con las que mostrar la condición hojaldrada del devenir de los fenómenos, el solapamiento y la recurrencia de las actitudes y disposiciones humanas; la complejidad, en suma, del análisis del pasado y lo muy arduo que es siempre su enjuiciamiento, el mendaz expediente que supone encasillar a los protagonistas en categorías estancas siempre carentes de grises. 

Víctor Eusa, partícipe del asesinato de quien logra la liberación de su suegro, artífice del monumento a los «muertos navarros en la Cruzada» (más bien a «algunos de ellos») es un arquitecto ligado como pocos a la conformación de la ciudad de Pamplona. Se cuentan por decenas las intervenciones que llevan su firma. Una calle con su nombre fue retirada hace dos meses. Hasta donde he podido averiguar, Jesús Monzón ni cuenta ni contó nunca con calle alguna en ningún lugar de España. 

«¿Monzón, Eusa, Eugui, Lizarza… dice?» – me pregunta el taxista que me lleva al aeropuerto. Le he preguntado si les sonaban de algo esos nombres. «Joder, podría ser una alineación del Osasuna…» –exclama riéndose. «¿Y ese templete o catedral que hemos pasado ahora?» – le pregunto. 

«Pues no sé si es de la época de los romanos…» –me responde. 

Publicidad