Este muerto está muy vivo
«Aunque el PSOE está en las últimas, sobrevivirá como sea. El sanchismo está en una fase terminal, quizá ya está muerto, pero arrastraremos su cadáver mucho tiempo»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz
Todos los caminos llevan al presidente. La lógica cesarista de Pedro Sánchez, su control férreo del partido y del Gobierno, su micromanagement obsesivo, su aplastamiento de la disidencia, le han permitido permanecer en el poder durante siete años. Pero esa misma lógica será lo que acabe con él. Porque todo empieza y acaba en el presidente: tanto lo bueno como lo malo. Esta semana ha habido dos informaciones que lo implican directamente en la enésima tanda de corruptelas del Gobierno, protagonizada por fontaneros del partido que maniobraron para neutralizar varias causas judiciales contra el Gobierno.
En un audio filtrado, la fontanera in-chief Leire Díez aseguraba que «el número de personas que tratamos este tema es limitado no, absolutamente limitado». Y poco después, en otro audio filtrado, el empresario Javier Pérez Dolset, imputado por la trama de los hidrocarburos, decía: «Esto es Pedro Sánchez, directamente con Cerdán, con Santos Cerdán, y directamente con Leire. Y además hay muy poca gente adicional que tenga la información y así va a seguir».
El presidente está en el centro. Lo sabe todo, como sabía todo sobre las corruptelas de Ábalos (y por eso en 2021 lo retiró sin dar muchas explicaciones). ¿Cómo no iba a saberlo, si no le gusta dejar ningún fleco suelto, si está encima de cada decisión, si hasta el último concejal socialista es básicamente un emisario de la voluntad del líder? Pero ser controlador no te hace ser eficiente. Durante años se ha establecido un discurso que pinta al PSOE de Sánchez como un prodigio maquiavélico, un partido de operadores y killers que no yerran el tiro. En la derecha, especialmente la derecha más dura, había incluso cierta envidia: ojalá tener nosotros a un cínico psicópata con la cara de hormigón, un líder que se atreva a hacer cosas incómodas y no tenga la necesidad de explicarse.
Pero el PSOE de Sánchez ya no es así. El cinismo sigue, pero ya no la eficacia. En el último año, el partido está en una delirante huida hacia adelante llena de torpezas. Se limita a hacer gaslighting a la ciudadanía, a lanzar balones fuera, a responder a las polémicas con una mueca sarcástica. Es cierto que el sanchismo ha sido siempre una ideología personalista basada en la supervivencia del líder. El presidente sabe vivir siempre al límite. Pero antes daba la sensación de que era más capaz de controlar el relato.
«Si el partido y el líder sobreviven no es por sus virtudes maquiavélicas, sino gracias a la resignación ciudadana»
Si el partido y el líder sobreviven no es por sus virtudes maquiavélicas, sino gracias a la resignación ciudadana y a una masa gris servil que es completamente inmune a las polémicas. Nada le hará cambiar de opinión. Hay gente convencida de que la corrupción es un invento de la derecha; si la izquierda hace algo que huele a corrupción es porque ha habido un malentendido, o sus razones tendrá. (Luego están los que consideran que es lo mismo el caso del exnovio de Ayuso que la guerra sucia de un gobierno contra jueces y policías; no merece mucho la pena discutir con ellos).
¿Qué es lo que tiene que hacer el PSOE para que pierda el apoyo de esa gente? Nada. Todo. Da igual. Aunque el partido está en las últimas, sobrevive como sea, y sobrevivirá como sea. El sanchismo está en una fase terminal que me recuerda a lo que decía el sociólogo Wolfgang Streeck sobre el capitalismo: «Durante un tiempo previsiblemente largo permanecerá en el limbo, muerto o agonizante por una sobredosis de sí mismo, pero todavía muy presente porque nadie tendrá poder suficiente para apartar del camino su cuerpo en descomposición». Quizá ya está muerto, pero arrastraremos su cadáver durante mucho tiempo.