No todo acaba mal
«Sólo cabe esperar a que ellos mismos, socialistas, separatistas y comunistas, se den de navajazos hasta la muerte, como en la fábula del escorpión y la rana»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En Madrid, ya sacó las uñas el verano hace pocos días. Calor tórrido, aunque no tanto como en Sevilla que ya sudan los 40º. Empiezan los meses que tradicionalmente asociamos a las vacaciones del colegio, aunque se celebren bastante más tarde. En mi biografía personal, esta época se cabalga con el terror de los exámenes finales, unidos para siempre al chillido de los vencejos. Aunque he olvidado casi todo lo que merece la pena recordar, nunca se me irán de la cabeza los ventanales del aula, en aquel colegio del norte de Barcelona, por las que cruzaban, raudas como relámpagos, las múltiples alas en forma de doble hoz que me anunciaban el próximo sacrificio humano.
Así que, para cuando llega el verano, hay que cambiar de programa como quien cambia de ropa. Por ejemplo, nadie puede soportar más a la jauría de delincuentes que ha juntado Sánchez para destruir a los españoles y alzarse él al trono de Persia. Sólo cabe esperar a que ellos mismos, socialistas, separatistas y comunistas, se den de navajazos hasta la muerte, como en la fábula del escorpión y la rana.
En realidad, ya lo están haciendo. El último giro de tuerca ha venido de la mano de una mujer, una fontanera de cloaca, según la califican los diarios, que debe de estar preguntándose, atormentada, quién la ha traicionado, los suyos seguro, pero ¿quién? Si lo averigua, pronto tendremos otra vergüenza para saciar de sangre a los caníbales del régimen.
Así que busquemos pastos más tiernos, porque los hay. Como esa carta de un amigo de toda la vida en la que rememora una corrida de Paco Camino, hace unos cincuenta años, en la que el diestro se las tuvo con un animal manso y maleducado que se caía de patas cada dos por tres y no había manera de sacarle una faena. Mi amigo cuenta que la plaza estaba harta de aburrirse y gritaba «¡Mátalo, mátalo!» para librarse de un animal que estaba desprestigiando a sus hermanos de raza.
«El prodigio inesperado de una obra de arte. La revelación imprevista de algo capaz de cambiar nuestra desesperación en euforia»
Y entonces sucedió el milagro. Camino debió de ver algo en aquel enorme bicho inútil, holgazán y sin gracia, porque comenzó a levantarlo y a hechizarlo, lentamente, casi con susurros, hasta que, para asombro de la plaza, el toro pareció comprender lo que le dictaba su educador, se alzó decidido, y embistió como una verdadera fiera de tal modo que enlazaron pase tras pase en un baile sublime. Había recuperado su bravura y su nobleza gracias al matador, hasta el punto de que Camino acabó su faena con la plaza en pie, entusiasmada y aplaudiendo al torero y al toro.
Y añade mi amigo que eso es lo que sucede cuando aparece, como caído del cielo, el prodigio inesperado de lo que solemos llamar «una obra de arte». La revelación imprevista de algo capaz de cambiar nuestra desesperación, nuestro tedio, en euforia. Un misterio, claro está, y por eso el arte es eterno. Esa era la clave de bóveda que sostuvo todo el pensamiento y la vida de Nietzsche, la conciencia de que irrumpe ante nosotros, algunas veces y sin avisar, una visión, una experiencia, una revelación capaz de hacernos bailar sobre nuestras tumbas.
Y que nadie crea que la política no es un arte.