¡Guárdate España de tu propia España!
«Si la dirigencia política no recupera la cordura, si sigue desoyendo a los disidentes y no expulsa a los sinvergüenzas, no nos quedará más que el lamento de los poetas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Si no es pertinente no lo hagas y si no es verdad no lo digas». Alguien de su abultado equipo de asesores debería tratar de ilustrar a Pedro Enamorado sobre meditaciones como esta de Marco Aurelio para poner freno al aluvión de manipulaciones, mentiras, baladronadas y estupideces con que no pocos personajillos de la política nos regalan a diario. La última, y más seria, la aseveración hecha en público por los tres mosqueteros del Enamorado: la vicepresidenta Montero, tan apegada a su tronco; la portavoz Alegría, tan llena de tristezas; y el que fuera presidente de los paradores del Estado y sus placeres, acusando públicamente a un oficial de la Guardia Civil y a sus servicios de inteligencia de sugerir un magnicidio.
El Gobierno, la oposición y los medios adictos a uno u otro bando acusan a las cloacas del Estado del desastre de corrupción, maledicencia y odio en el que tratan de sumergir a una sociedad civil que lucha por su independencia frente los abusos del poder. Pero no son las cloacas las que fabrican la mierda, fango incluido, que discurre por ellas, sino que tratan precisamente de controlar, sanear o eliminar los despojos de los señoritos del poder político, siempre aliado del económico.
Este drama que estamos viviendo en realidad es una tragicomedia. Todo el país está en vilo porque al parecer la esposa del presidente del Gobierno, y el presidente mismo, han decidido convertir su tálamo amoroso en un proyecto político. Como los emperadores, o los déspotas, se rodean de una corte de sumisos vasallos a los que despiden violentamente si no obedecen y recuperan sus servicios en cuanto hocican. Y todos a coro presumen de que están en el lado bueno de la Historia. Si este es el bueno habrá que ver como acabaremos cuando decidan pasarse al malo y se quiten del todo las caretas.
Albert Camus definió la democracia como «el ejercicio social y político de la modestia». Debo la cita a la lectura del último libro de Costica Bradatan, un filósofo rumano que como Cioran abandonó su patria por Occidente, en su caso los Estados Unidos. Él pone de relieve que los regímenes totalitarios o dictatoriales prometen el cielo, y situar a la población que dominan en un orden social perfecto, en definitiva en el lado bueno de la Historia, basado en las supuestas certezas que el poder propaga. La democracia, sin embargo, es el reino de la duda, de la humildad y la convivencia con el diferente. Esa es su debilidad y esa su gloria. El populismo, cualquiera que sea su ideología, es, en cambio, cuna del fanatismo, y responde a la perversa doctrina de que el fin justifica los medios.
Antonio Elorza, otro pensador repudiado por el sanchismo (felizmente para él), denuncia en la misma línea de pensamiento la deriva despótica de Pedro Enamorado. Advierte en su última obra de que pretende alzarse como el aguerrido defensor de ese lado bueno, tantas veces citado por sus monaguillos gobernantes; se presenta a sí mismo como salvador de nuestra sociedad, asediada por la malvada fachosfera, y sufridor de sus ataques. Así lo puso de manifiesto con sus días de reflexión y la carta a la ciudadanía que ensalzaba su enamoramiento conyugal. Pero como el propio Elorza señala el único amor verdadero que en realidad experimenta es «la pasión por sí mismo».
«Sánchez está destruyendo la centralidad del partido socialista, dividiendo a la sociedad civil, atentando a la unidad del Estado»
Ortega y Gasset, en los días azarosos previos a la guerra civil, decía que lo que pasaba a los españoles es que no sabían lo que les pasaba. Hoy sí lo sabemos. El Gobierno de Sánchez está destruyendo la centralidad del Partido Socialista, dividiendo a la sociedad civil, atentando a la unidad del Estado, gobernando sin el Parlamento, despreciando la reflexión y el diálogo frente a una oposición crecientemente ensimismada también consigo misma. Todo ello en un entorno internacional cada día más preocupante frente al que poder y oposición no parecen tener ninguna estrategia, ninguna propuesta y ninguna o muy poca información.
De modo que no puede haber respuesta a nuestros problemas sin una recuperación de la centralidad política por los dos partidos dominantes, que representan a casi dos tercios del electorado. El lado bueno de la Historia, aunque no lo sepan los baratos voceadores del Gobierno, es el de la distensión, el diálogo, el respeto, el pacto y la imaginación en defensa de los intereses generales y no de las avaricias de cada partido. Imposible conseguirlo con personajes tan peculiares como los ministros citados, para no hablar del de Interior. Ha logrado arruinar su antiguo prestigio como juez demostrando su incapacidad y hieratismo a la hora de defender los cuerpos de seguridad que él mismo encabeza.
Pero a su vez el Partido Popular, al margen de la negligente labor de sus portavoces y el provincianismo de su dirigencia, ha de entender que mientras siga protegiendo el oscurantismo, el silencio y la vergonzante actitud del presidente valenciano frente a la catástrofe de la dana, sus propuestas de regeneración y de rectitud política serán papel mojado.
Decía recientemente la presidenta de Extremadura, una de las líderes populares más digna de ser escuchada, que tras el sanchismo es necesaria una segunda Transición. Está en lo cierto. Ya la predicó en su tiempo el propio José María Aznar antes de llegar a la Moncloa y nada hizo por ella en cuanto se instaló en el poder. Desde luego está por ver que el Partido Socialista pueda recuperarse tras la corrosión a la que le ha conducido su actual líder, que empezó su carrera falsificando el voto en las urnas del propio partido. Pero si en su próximo Congreso el PP no consigue ofrecer un proyecto creíble para España y no reconoce que la corrupción ha sido sistémica, promovida, defendida y ocultada tanto por Génova como por Ferraz, esa segunda Transición será todo un embeleco.
«Fuera de la Moncloa, su manual de resistencia será inservible para ayudar a tantos imputados»
La democracia es por naturaleza un fenómeno inestable, delicado y endeble. De hecho, la democracia representativa ha funcionado globalmente como tal, allí donde lo ha hecho, apenas durante un siglo. Hace prácticamente cien años las mujeres no disfrutaban del derecho al voto y durante el último siglo fue amenazada por dos grandes guerras mundiales y exterminada del 90% de los países de la Tierra junto a los más de 70 millones de víctimas humanas que esos fenómenos causaron. Las previsiones sobre su supervivencia no son tampoco ahora brillantes. Trump, Putin, Netanyahu, Bukele, Milei, Maduro, Erdogan, Orbán, Xi Jinping, y tantos otros se muestran insaciables en su apetito.
Si Sánchez continúa en su actual deriva y las instituciones no son capaces de detenerle, acabará engrosando esa lista, ya casi interminable. Tiene un buen motivo, sin embargo, para resistirse a convocar elecciones o dimitir. Su mujer, su hermano, su fiscal general, su antigua mano derecha en el partido, y algunos otros colaboradores cercanos están siendo investigados como potenciales delincuentes. Fuera de la Moncloa, su manual de resistencia será inservible para ayudar a tantos imputados. De ahí su férrea decisión de permanecer a cualquier precio.
Si la dirigencia política, cualquiera que sea su ideología, no recupera la cordura y hace examen de conciencia, confiesa sus pecados y cumple las penitencias; si sigue desoyendo la voz de los que piensan, sobre todo de los que disienten; en definitiva, si no expulsa a los que no tienen vergüenza, es decir los sinvergüenzas, no nos quedará más que el lamento de los poetas. Ese que llevó a los Machado a ser protagonistas de las dos Españas enfrentadas, y, sin embargo, deseosas de seguir siendo fraternales. Y el que al ver el fracaso y la derrota de la esperanza republicana frente a las fuerzas aliadas del fascismo entonó César Vallejo, un español de América: «¡Guárdate España de tu propia España!».
Un lamento que no puede arruinar la victoria de la Transición Española que fueron capaces de edificar y mantener, con todos sus aciertos, sus errores también, Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo. Administraron la herencia de dos bandos fratricidas, orgullosos ambos de pretender que estaban en el lado bueno de la Historia, y dispuestos a morir y matar por ello. Fue la victoria de la Reconciliación, amenazada ahora por el guerracivilismo latente en la memoria histórica oficial y la sumisión de Sánchez a los enemigos del Estado.