Los marinos que perdieron la gracia del mar
«Con todo el respeto que les tengo, me parece que los humoristas Buenafuente, Berto Romero, Broncano o Joaquín Reyes están mustios, ya no son divertidos»

Ilustración de Alejandra Svriz
Cuando voy a Barcelona me alojo en un piso en que hay una televisión. Por la noche la miro un poco, cosa que no hago en Madrid, donde no tengo tele. Esto, claro, al lector le importa un pito, pero lo cuento para explicar que, en esas raras ocasiones, veo con nuevos ojos las cosas de la televisión, sus personajes longevos. No como los televidentes asiduos. Es un poco como reencontrarte después de años con un antiguo conocido: casi siempre piensas: “Caramba, cuánto ha envejecido”, y el otro pensará lo mismo de ti: “¡Se le ha puesto el pelo blanco!”. Para evitar estos momentos más bien penosos, una solución drástica sería no ver nunca a nadie, pero, claro, eso nos reduciría a la estricta soledad, que tampoco es siempre grata…
Estando, pues, la otra noche ante la tele, vi a Buenafuente, que es un humorista de laaaargo recorrido, ocurrente, desenvuelto, y que además tiene la rara virtud de hacer mejores a otros humoristas a los que recibe en su programa y con los que conversa. Lleva muchos, muchos años en esto y ahora tiene programa en Televisión Española.
Hacía mucho tiempo que no le veía. ¡Caramba! ¡Está canoso! ¡Cómo pasan las horas, cómo pasan los años!… Se movía en un escenario demasiado grande y estaba lanzado a uno de sus monólogos, siempre divertidos. Pero… ya no lo era. No sé si era cosa del plató desmesurado, que le reducía e incomodaba, o el hecho de haber recalado en la cadena estatal, donde a priori se ha de procurar ser, o parecer, respetuoso con todo el mundo, o acaso tenía una mala noche. O sencillamente es que ha perdido la gracia del mar. Que luego explicaré qué es.
Como telón de fondo tenía una caricatura de Trump, con un cabezón enorme y un cuerpo pequeño. Buenafuente hacía chistes sobre Trump. “Uy, mal vamos”, pensé. Aparecieron dos guitarristas rumberos del barcelonés barrio de Gracia, que se pusieron a tocar y cantar “tirititi-tran tran, tirititi-tran-trero, tiritirí tran Trump…” Oh, serían músicos estupendos, pero aquello no tenía gracia, la verdad. Supongo que Buenafuente buscaba la complicidad con el público, y desde luego Trump es universalmente detestado o despreciado, pero ese presidente es una tragedia, todo lo que le concierne se mueve en un registro muy distinto del humor de entretenimiento, de manera que sobre él nada tiene Buenafuente que decir.
Bueno, un mal momento lo tiene cualquiera, también Homero se duerme a veces, pensé. Entonces en el escenario apareció Berto Romero, con el que Buenafuente suele formar una pareja imbatible, muy simpática y querida. Trabajan juntos desde hace décadas…
«Si hay una cosa más triste que un payaso sin gracia es dos payasos sin gracia»
Caramba, ahora sus antaño chispeantes diálogos eran mustios. Ellos mismos parecían notarlo, “algo aquí falla, algo aquí está fallando”, me pareció percibir melancolía en sus miradas, incluso un punto de impaciencia en sus réplicas. Proyectaban una sensación crepuscular… Y si hay una cosa más triste que un payaso sin gracia es dos payasos sin gracia.
Otra de esas noches barcelonesas vi a Broncano, que es tan inteligente y vivo como Buenafuente. Me pareció que le pasa lo mismo, o algo parecido: siendo un gracioso encantador, sea por haberse autoexplotado demasiado, sea por el ya mencionado “efecto TVE”, o sea porque oscuramente siente que ya ha llegado a lo más alto a lo que podía llegar y ahora toca la bajada, me dio la sensación de que ha entrado en dudas o perdido la ilusión. La ilusión es algo propio de la juventud, y aquí percibo un rápido envejecimiento.
Quizá sucede que la realidad es tan turbia, oscura y acelerada que estos humoristas han perdido su antaño privilegiada relación con ella. Joaquín Reyes, que es tan inteligente y gracioso o más que ellos, dijo una vez, refiriéndose a su Muchachada nui, que el humor es una cuestión generacional, luego queda anacrónico. Lo recordé el otro día –una semana barcelonesa, o sea, con tele, da para mucho—, viéndole hacer chistes sobre Netanyahu: pensé “déjalo, hombre, déjalo”.
«Son versiones de ‘El marino que perdió la gracia del mar’, la novela de Mishima»
Con todo el respeto que les tengo, y la admiración que, pese a lo que estoy diciendo aquí, les tributo, diría que son versiones de El marino que perdió la gracia del mar, la novela de Mishima donde unos chicos sienten tremenda admiración, devoción, por Ryuji, un marino que surca los siete mares, llevando una vida aventurera y heroica. Cuando Ryuji decide casarse y llevar una vida convencional y doméstica, los chicos consideran traicionado su idealismo y deciden matarle: matarle porque ha perdido la gracia del mar.
Si estos humoristas leyeran estas líneas, quizá pensarían: “Uy, cómo nos afecta el reproche de este oscuro articulista, nos hemos pasado llorando todo el camino al banco, adonde íbamos a ingresar nuestros suculentos emolumentos”. Sí, ya, felicidades, pero así lo veo yo, qué quieres.
También podrían decirme que ando muy equivocado, que ellos siguen siendo los mismos y están que lo petan, y que soy yo, y no ellos, el marino que perdió la gracia del mar. No lo descarto, desde luego. También, como el poeta, I ache in the places where I used to play.