The Objective
Sonia Sierra

Pedro Sánchez el Tóxico

«Veo un patrón claro en todo lo que le rodea: pucherazos, prostitución, titulaciones fraudulentas, delincuentes liberados, personajes en busca del medro personal»

Opinión
Pedro Sánchez el Tóxico

Ilustración de Alejandra Svriz.

Mientras veía, estupefacta, el espectáculo de la fontanera del PSOE y del resto de enanos del circo que ha crecido alrededor del Gobierno, me acordé de otro momento igual de bochornoso: el que montó Pedro Sánchez hace casi una década escondiendo una urna tras la cortina para dar un pucherazo en el congreso de su partido. Recuerdo que entonces sentí una pena enorme por los militantes socialistas y pensé que el partido lo tenía muy difícil para lograr recuperarse de algo así.

Ahora, tras siete años con el felón en la Moncloa, ya no puedo sentir conmiseración por dichos afiliados porque la pena que siento es por todo los españoles: nos ha destrozado el Estado de derecho; ha crecido la inseguridad, especialmente para las mujeres, y la subida de los precios de la vivienda y de los alimentos hace que nuestra vida sea cada vez más difícil. Y todo eso mientras repiten como loritos que son una coalición progresista que no para de mejorar la vida de los ciudadanos, por mucho que la pauperización sea evidente.

Así, pues, las dos escenas más esperpénticas y degradantes de la vida política en España tienen como nexo a Pedro Sánchez. En mi anterior artículo expresaba mi horror por el hecho de que nuestro país ha estado en manos del portero de prostíbulos; un asiduo cliente de los mismos y un electricista aficionado, supuestamente, al amaño de comisiones. Poco imaginaba en ese momento la aparición estelar de una nueva y rutilante estrella: Leire Díez. Creo que, en general, las apariencias no engañan y basta ver y oír a esta Mata Hari de Shein para tener claro el percal: sus formas chuscas, sus reiterados ataques a la gramática (¡se autodefine periodista!) y, sobre todo, su indisimulado afán de protagonismo del que quedan innumerables documentos gráficos en la media hora que se dedicó a posar para los medios de comunicación.

Para mí, darme de baja de Cs fue muy doloroso y lo último de lo que tenía ganas era de hablar del tema, así que lo notifiqué con una breve explicación de los motivos en dos tuits y rechacé todas las entrevistas que me ofrecieron. Supongo que por eso me sorprendió tanto que estuviera tan sonriente cuando se suponía que acababa de dejar el que había sido su partido durante muchos años. Era demasiado obvio que era un teatrillo con un guion de serie B que nadie se creía. Un poco como la canción de Luz Casal que dice «tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo», pero lo que era inocultable era la satisfacción de esa mujer por tener tantos micros delante y tantas cámaras enfocándola. Sin embargo, sus 37 minutos de gloria saltaron por los aires con la aparición estelar de un nuevo e inesperado protagonista, el comisionista Aldama, que fue apartado de un empujón por Dolset, otro de los habitantes de las cloacas monclovitas.

El regocijo de Leire por ser el centro del foco mediático demuestra que no es el lápiz más afilado del estuche, porque mientras ella pensaba «cómo molo» la realidad es que se había convertido en una vergüenza nacional. El PSOE tiene una bomba de relojería entre las manos porque los egos gigantescos siempre traen problema y, no contenta con el lamentable espectáculo, inició una ronda de entrevistas con un colosal ridículo en el Todo es mentira de Risto Mejide. Se ha de reconocer, eso sí, que nunca una entrevistada había hecho tanto honor al nombre del programa, porque sus embustes se fueron cayendo en cascada uno tras otro.

«Pedro es, en definitiva, como ese novio tóxico del que cualquier buena amiga te dice ‘pasa de él, tía’»

Pedro Sánchez, el artífice de todo este bochorno es, sin lugar a dudas, un ser tóxico que envenena todo lo que toca. El episodio del intento de pucherazo de 2016 da la medida de la falta de escrúpulos del personaje y de su nulo respeto a los procedimientos democráticos, lo que alimenta todavía más las sospechas sobre las irregularidades del voto por correo, pero, además de eso, cabe recordar que su mujer utilizó la Moncloa para sus negocios particulares y que le montaron un máster y un doctorado en el que, en condiciones normales, no podría ni ser alumna porque carece de titulación universitaria alguna. Cómo será la cosa para que su familia, con todo el dinero que amasó, no pudieran comprarle ni una miserable diplomatura.

¿Y de dónde venía ese dinero? Pues del lucrativo negocio de las saunas que servían de coartada para la prostitución y, por si esto no fuera lo suficientemente turbio, resulta que los locales utilizados son de Muface. ¿Cómo es esto posible? Quizá tenga algo que ver la noticia que, en exclusiva, publicó este diario: Dolset, el del empujón a Aldama, entregó al PSOE los audios de Villarejo sobre las saunas del suegro de Sánchez a cambio de que le ayudaran con unos problemillas judiciales (el presunto desvío de 100 millones de euros en subvenciones), unos audios en los que, presuntamente, quedaría constancia de que en dichos negocios se grababa a políticos, empresarios, jueces y periodistas para poder así extorsionarlos posteriormente.

No sé ustedes, pero yo veo un patrón claro en todo lo que rodea a Sánchez: pucherazos, prostitución, titulaciones fraudulentas, chantajes, chanchullos, delincuentes liberados –ya sean violadores, terroristas o golpistas–, personajes torrentianos en busca del medro personal y gran parte de su entorno más cercano procesado, incluido su fiscal general del Estado por seguir las indicaciones de Presidencia. Y si utilizo «su» es porque el propio Sánchez utilizó el posesivo y porque ha sido el Gobierno el que ha descartado que vaya a dimitir. Y con esos mimbres, estos canastos: un país dividido y cada vez más crispado que cae en picado en todos los índices internacionales. Pedro es, en definitiva, como ese novio tóxico del que cualquier buena amiga te dice «pasa de él, tía». Y, ojalá podamos pasar página pronto de este nivel de degradación de esta España nuestra en la que algunos todavía braman: al menos no nos gobierna la ultraderecha.

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