«De esta no sale»
«El verdadero escándalo ya no es que aparezcan comisiones, esposas, hermanos, fiscales o esbirros de todo tipo, sino que, a la hora de la verdad, no pase nada»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«De esta no sale», fue la apresurada conclusión de algunos analistas ante la noticia de que una grabación de Koldo García intervenida por la UCO implicaba a Santos Cerdán en un supuesto cobro de comisiones. El número tres del PSOE (en realidad, ahora sería el número dos) pillado con el carrito de los helados debía ser el golpe definitivo, tenía que serlo. Porque en cualquier democracia que se precie, bla, bla, bla…
Lo mismo escuché decir en su día respecto de la Ley de Amnistía: que, si Sánchez se atrevía a llevarla adelante, sería su fin, porque la sorda maquinaria del Estado español, por más que a menudo patine, se la haría pagar muy cara, carísima. Pero Sánchez sacó adelante el engendro y permaneció impasible en la Moncloa.
Qué decir del caso Koldo y sus casi infinitas ramificaciones, que ha dado tantos titulares para la gloria, scoops en informaciones demoledoras. O del torrentiano Ábalos, la amada esposa y el hermanísimo. O del fiscal general del Estado, su fiscal. O la Mata Hari de polígono, Leire Díez, experta buceadora en fosas sépticas, según parece, a sueldo de un tal Zarrías, condenado por los ERE de Andalucía y absuelto por Pumpido, el okupa del Tribunal Constitucional.
«De esta no sale» es la frase definitiva que llevo escuchando prácticamente desde el mismo día en que el personaje se hizo con el búnker de La Moncloa colándose por la puerta de atrás. Porque, en toda democracia que se precie y bla, bla, bla, el plagio de una tesis doctoral ya era motivo más que suficiente para que un primer ministro dimitiera.
Desde que las elecciones generales del 23-J nos colocaron a los pies de la aritmética Frankenstein, las mismas que Feijóo dio tan por ganadas que dejó de hacer campaña una semana antes de ir a votar, se ha especulado con la marcha de un presidente cercado por la corrupción. No ha habido día, casi diría hora, en el que la frase de marras, «de esta no sale», dejara de pronunciarse.
«’De esta no sale’ refleja más un deseo que una realidad. Más un acto de fe que un diagnóstico»
También se pronunció con la penúltima bomba, un par de días antes de lo de Cerdán, cuando el Tribunal Supremo colocó a Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado, al borde del banquillo, según el propio tribunal por cometer un presunto delito a instancias de Presidencia del Gobierno. Sin embargo, lejos de hacerse realidad la ansiada sentencia, lo que se filtró desde el propio Partido Socialista fue la instrucción de atrincherarse, exactamente bunkerizarse, para resistir a los embates del maltrecho Estado de derecho ahondando en su agonía.
«De esta no sale» refleja más un deseo que una realidad. Más un acto de fe que un diagnóstico. Un conjuro de quienes aún no han aceptado que el sistema dejó de funcionar como tal, que ya no reacciona ni siquiera por reflejo ante lo insoportable. Cada nuevo escándalo se recibe con una mezcla de indignación y rutina, como si la gravedad de los hechos hubiera quedado neutralizada por el hábito y la costumbre. «De esta no sale» ha devenido en muletilla, en mantra que reconforta a una oposición mediática y política que ya no lucha para ganar, sino para resistir… esperando, precisamente, que algún día se cumpla.
«De esta no sale» ha devenido en foto fija de un modelo político desarticulado donde el verdadero escándalo ya no es que aparezcan comisiones, maletines, esposas, hermanos, fiscales o esbirros de todo tipo y pelaje, sino que, a la hora de la verdad, no pase nada. Que no caiga nadie, o que caigan los de siempre, los que ya no son útiles. Y cuando los que caen filtran conversaciones, audios, documentos y todo tipo de pruebas de corrupción, mala praxis, coacciones, abusos y sobornos, casi peor, porque cuanto más contra las cuerdas esté Sánchez, más determinado estará a sobrevivir a cualquier precio. Más peligroso e imprevisible se volverá. Siete años cruzando todas las líneas, sobrepasando todos los límites, debería habernos puesto sobre aviso.
Algunos siguen aferrados a la lógica política del pasado sin percatarse de que Sánchez afronta una disyuntiva que va más allá de permanecer o no en la Moncloa. Afronta una amenaza existencial. Y cuando un narcisista se enfrenta a una amenaza existencial, no reacciona como los demás. Donde cualquiera vería una crisis sin solución, él ve un escenario con posibilidades. El miedo que a otros los inmoviliza, a él lo activa; el pánico ante el colapso lo transforma en autor, protagonista y, si hace falta, mártir de su propio relato. El narcisista no negocia su supervivencia: la coloca por encima de la de todos los demás.
«Es probable que el que ‘no salga de esta’ sea el Estado de derecho»
Así que es probable que el que no salga de esta sea el Estado de derecho. Pero no porque los jueces no intenten hacer justicia, sino porque el juego de Sánchez ya no va de eso. Siempre ha querido el poder por el poder. No para gobernar, sino para recrearse en él, para llenar el inmenso vacío de quien no ama otra cosa que a sí mismo. Ahora, además, necesita el poder para sobrevivir. Y a tal fin, si es preciso, nos arrastrará a un choque de trenes.
La penúltima carta, antes de llegar a la recta final de este desafío institucional sin precedentes, fue aquella carta presidencial llena de pena y melodrama. La carta que dio pie a un paripé de cinco días de impostada contrición y reflexión que hoy sabemos sirvió para planificar y poner en marcha un golpismo sucio y soterrado; la última puede ser una «purga democrática» para salvar al país de los fascistas que aún creen en el Estado de derecho.
Mientras tanto, seguiremos escuchando “de esta no sale” como quien escucha un eco que viene de otro tiempo, ese en el que aún creíamos que, a pesar del loco Sánchez, de la inoperante oposición, de una sociedad incapaz siquiera de dedicar 10 minutos a acompañar a jueces y fiscales, nuestra maltrecha y contrahecha democracia todavía tenía remedio.
Supongo que aún no hemos tocado fondo, por más que pudiera parecerlo. Que tendremos que llegar a alguna situación límite que está por conocer, como le ocurrió a la Suecia del siglo XVIII, a la Gran Bretaña de los años 70 del siglo pasado o la Argentina de este mismo siglo. Será cuando las magnitudes se inviertan y la amenaza existencial de los Sánchez presentes y futuros palidezca en comparación con la que, por fin, perciba el españolito de a pie en sus propias carnes.