The Objective
Antonio Agredano

La conga del sanchismo

«Sánchez podrá aguantar hasta 2027, pero la magia ya acabó. Aquel que le regale su voto lo hace a un partido consumido por el poder, el desgobierno y la ambición»

Opinión
La conga del sanchismo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Gabriel Luengas / Europa Press

En la sala de baile, la conga del sanchismo se va deshaciendo bajo las luces estroboscópicas. Los que nos mantuvimos sentados en nuestras sillas forradas de tela, los que nos negamos a sumarnos a aquel delirio mientras sonaba King África, apuramos ahora nuestro larios-cola, servido canónicamente en vaso de tubo. 

Respiramos profundamente, porque lo peor ya pasó. Ya sonó el Follow the Leader, ya sonaron las anticlimáticas sevillanas, ya sonó la balada romántica en la que los primos adolescentes sacan a bailar a las primas mayores; y ya no queda nada de aquella conga de corbatas en la frente y harapillos por encima del pantalón. 

El sanchismo es un recuerdo fresco, pero un recuerdo. Algo finito. Porque todas las canciones acaban, porque la dignidad, como un gato, se pierde, pero casi siempre regresa silenciosamente en la madrugada. Tras el informe de la UCO, tras la dimisión de Santos Cerdán, ya eran muchos los usuarios de X que se ponían la mano en la frente, como en una epifanía, y clamaban: «¡Oh! Rayo del cielo baje que sus locuras ataje», mientras fingían su desmayo. Como si hubieran despertado de un larguísimo y feliz sueño en el que el PSOE gobernaba sin mácula y de repente un papelito de la Guardia Civil hubiera acabado con esta bondadosa estación calurosa y democrática.

Pedro Sánchez podrá aguantar en Moncloa hasta el 2027, como ha anunciado, pero la magia ya acabó. Como esos matrimonios que duermen juntos hasta el final de sus días pero que entre ellos sólo sienten el hastío, cierto rencor suave y una oscura obligación de cuidado. El PSOE no es un partido en el que confiar. Su sede ha sido refugio reciente de mangantes, de chantajistas, de vividores, de fontaneras. Todo aquel que regale su voto al sanchismo lo hace a un partido consumido por el poder, el desgobierno y la ambición. Es decir, quien vote a Sánchez no vota pensando en su propio futuro, sino en otra cosa que, como no acierto a adivinar, prefiero no escribir.

Ayer, en su teatral rueda de prensa, le falto terminar con un «son cosas que pasan». Con motivos, pero menores que estos, el Sánchez del pasado encabezó una moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy. Y ahora, con la corrupción instalada en su salón, casi literalmente, con un partido y un Gobierno envuelto en dudas, despacha el asunto con un «lo siento». La hipocresía es de las que escuecen. La coherencia es un valor en política. Debería serlo, de cara a los futuros votantes. Son tiempos líquidos, pero no tanto.

«En el sanchismo todo vale. Pero la fiesta está terminando»

El cinismo alcanzó un momento obsceno cuando en la rueda de prensa le preguntaron por el intento de pucherazo que Cerdán obligó a cometer a Koldo en las primarias de 2014 contra Eduardo Madina. «He visto ese mensaje, habla de dos votos», ha dicho Sánchez, y luego ha recordado que ganó por unos 17.000. Es una respuesta que demuestra la cortedad moral del presidente. Ha contestado pensando en la utilidad de una manipulación. No en que el fraude, el propio fraude, es inaceptable, sino en el alcance del mismo. Una arquitectura ética hubiera rechazado un acto tan reprobable de raíz, ya fueran una, dos o cien las papeletas. Qué son dos de 17.000 pensó, y se quedó tan ancho.

En el sanchismo todo vale. Pero la fiesta está terminando. Las suelas de los zapatos peguntosas. Dolor en la tripa y sueño. La conga es entusiasmo y desvergüenza y ayer, viendo la reacción de muchos periodistas y opinadores afines, se notaba el rubor en las yemas de los dedos. Ni el traje impecable ni la congoja serán suficientes. Algo se ha roto para siempre. 

Yo sigo en mi silla. Contemplo la posibilidad de levantarme e ir a la barra antes de que la cierren. Al DJ le han pagado una hora más. Ojalá acierte con las canciones. Hay noches que merecen ser vividas. Hay fiestas que sólo están en mi cabeza. Miro a mi alrededor, busco alguna sonrisa cómplice, alguna señal para quedarme. Suenan los primeros acordes de Chiquilla. Suelto el vaso de tubo sobre la mesa, me aparto el pelo de la frente sudada y palpo en mi chaqueta la tarjeta que abre la puerta de mi habitación.

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