The Objective
Ricardo Dudda

Un presidente ilegítimo

«El sanchismo es sobre todo una ideología y una estrategia política personalista basada en la lealtad al líder y, ahora queda comprobado, el extractivismo»

Opinión
Un presidente ilegítimo

Ilustración de Alejandra Svriz.

El presidente ha escogido el camino de la tiranía. Seguirá gobernando, pero cada vez más aislado. Su estrategia de gobierno siempre ha sido la resistencia; ahora es una resistencia bunkerizada. Rodeado de corrupción, sin presupuestos (el Gobierno insiste en ese argumento cínico y antidemocrático de que con los fondos europeos no hacen falta presupuestos), sin contar con el Parlamento, cercado por una prensa que está realmente haciendo un trabajo fabuloso de fiscalización y perdiendo poco a poco la confianza de los medios amigos (que hasta ayer insistían en que todo lo que decía la prensa crítica eran bulos; es fascinante también el fenómeno de los fieles que de pronto, tras mirar veinte mil veces antes de cruzar, se unen al coro de indignados y dicen «basta ya»). Y, sobre todo, sin poder salir a la calle. 

Su rueda de prensa tras la dimisión de Santos Cerdán demostró de nuevo su capacidad para el cinismo. Pidió perdón por unas pocas manzanas podridas, sugirió que era un problema del partido y no del Gobierno (como si no llevara siete años borrando radicalmente las diferencias entre ambos) y se mostró otra vez como el manipulador emocional que siempre ha sido: «No soy perfecto, tengo muchos defectos. Uno de ellos es creer en la limpieza en la política». Es una frase imparodiable, ontológica y antológicamente imbécil. Si no supiera que el presidente es cognitivamente limitado, pensaría que se está riendo de la ciudadanía. ¡No soy perfecto! Como dijo David Mejía en Twitter, «Entiendo vuestra sorpresa, compañeros. Tras siete años de ejemplaridad pública, ¡quién lo hubiera dicho!» 

El sanchismo es sobre todo una ideología y una estrategia política personalista basada en la lealtad al líder y, ahora queda comprobado, el extractivismo. Ambas facetas son inseparables. Los diversos informes de la UCO sobre su corrupción han demostrado que el partido ha funcionado como un engranaje perfecto en la maquinaria del capitalismo de amiguetes español. Era una cuestión estructural, no puntual. Cerdán y Koldo llevaban casi una década maniobrando en la sombra. Sánchez era consciente de ello; de lo contrario no habría sobrevivido durante siete años. Por dios, si la misma semana pasada el encargado de «limpiar» el problema de la fontanera Leire Díaz fue… Santos Cerdán, que fue quien la recibió en Ferraz.

El presidente supo desde el principio que debía gobernar en la excepcionalidad. Y en situaciones excepcionales (y toda su presidencia ha estado atravesada por una sensación de emergencia, muchas veces más manufacturada que real), hay que tomar decisiones excepcionales, saltarse las reglas. ¿O es que acaso quieres que gane la derecha? Resulta perfectamente comprensible, por lo tanto, que esta corrupción fuera no solo algo conocido por el presidente, sino sobre todo algo buscado. Y posiblemente planeado ya en el famoso Peugeot. 

«Ni los más acérrimos sanchistas se creen ya la propaganda de que ganar las elecciones te legitima para todo»

Ni los más acérrimos sanchistas se creen ya la propaganda que llevan contándose a sí mismos y a quienes les escuchen de que ganar las elecciones te legitima para todo. Ese ha sido durante años el argumento usado para justificar absolutamente todo, desde la amnistía hasta el apagón: ¡pues haber ganado las elecciones! Como si la democracia liberal fuera simplemente quién tiene más votos. El PSOE se ha cargado las instituciones liberales no solo en la práctica, también en la teoría: ahora el votante progresista medio está convencido de que hay un deep state reaccionario cuya razón de ser es censurar la voluntad del pueblo, que suele siempre coincidir con la voluntad del partido de izquierdas en el poder. Es un daño que costará mucho subsanar. 

Pedro Sánchez es un presidente ilegítimo. Y no hay nada antidemocrático en esa opinión, a pesar de que cada vez que se repite salen voces oficialistas a gritar: «¡Golpismo! ¡Golpismo!». Es un presidente ilegítimo porque sabe perfectamente que debe abandonar el poder y no lo hará. 

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