Sánchez se hace un 'Dimitri'
«Ni el presidente ni nadie de su entorno saben dónde está el límite de la trama corrupta que ayer le llevó a pedir perdón a la ciudadanía por primera vez»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hubo un tiempo en el que las responsabilidades políticas se asumían con dimisiones. Por desgracia, me ha tocado presenciar unas cuantas, desde hace décadas. Recuerdo aún a aquel ministro socialista de Agricultura y Pesca, Vicente Albero, que, en los años 80, ocultó al fisco unos 20 millones de pesetas (unos 120.000 euros en la actualidad) y que, en 1994, siendo miembro del último Gobierno presidido por el socialista Felipe González vio cómo su «pecado fiscal» estaba a punto de aflorar. Entre lágrimas, el ministro comparecía públicamente, confesaba y decía adiós al cargo y a su carrera política. Por aquel entonces, el clima de corruptelas y escándalos era irrespirable.
Aquel Ejecutivo del tardofelipismo estaba acosado por los casos GAL, Fondos Reservados, el caso Roldán (aquel hoy ya difunto director de la Guardia Civil, Luis Roldán, muy aficionado a lo ajeno y al dinero público, aunque él finalmente admitió haber robado todo lo que se le atribuía menos el dinero de los huérfanos de la Guardia Civil), el gobernador del Banco de España en la cárcel, el caso BOE… una larguísima lista a la que se enfrentaban cada mañana el entonces ministro del Interior, Juan Alberto Belloch, y el portavoz del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba.
De hecho, Rubalcaba, que jamás perdió el sentido del humor, bromeaba en aquellos tiempos, con la idea de que cada mañana, casi al amanecer, Belloch y él mismo, celebraban un Consejo de Administración de FOCSA (el nombre de la empresa que entonces se dedicaba a la limpieza y recogida de residuos) repasando la prensa y viendo la cantidad de «basura» que les iba a caer encima y que tendrían que gestionar durante la jornada…
Ese era el clima suyo de cada día. Pero, salvando ciertas distancias, el asedio de los diversos casos que cercan hoy al Gobierno de Pedro Sánchez no difiere tanto de lo vivido entonces, por aquel Gobierno de Felipe González.
Desde entonces hasta ahora ha llovido mucho y se han sucedido los escándalos de corrupción salpicando de mierda a PSOE y PP indistintamente (caso Gürtel, caso ERE, caso Púnica, etc.) pues la maldita corrupción ataca a aquel que gobierna… ¡y se deja corromper!
«Ahora lo que se lleva es ‘hacerse un Dimitri’ ante las peticiones de dimisión»
Hubo incluso quien dimitió acusado no ya de corrupción, sino de haber mentido al decir que su familia no tenía negocios en Panamá ¿Se acuerdan? Ese fue el ministro de industria, el popular José Manuel Soria.
Entonces se conjugaba el verbo «dimitir» para asumir responsabilidades políticas. Ahora lo que se lleva es «hacerse un Dimitri» ante las peticiones de dimisión, es decir, hacerse el ruso que ni entiende ni lo pretende, cuando están pidiendo tu cabeza. Y es lo que ha hecho Sánchez.
Por acción u omisión, Pedro Sánchez es responsable político de esa trama corrupta que ha brotado en el corazón mismo del sanchismo. Y esas reiteradas peticiones de perdón con las que trató de despachar el asunto, junto a ese anuncio de auditoría externa de las cuentas del partido se quedan cortas.
Hay quien ha mencionado la posibilidad de que se someta a una moción de confianza, incluso ha salido una «liebre» dentro del PSOE, Antonio Rodríguez Osuna, desde la alcaldía de Mérida, que se ha atrevido a pedirle que no vuelva a presentarse a las elecciones, tal como anunció que está dispuesto a hacer. Algo se mueve en el PSOE, seguro que sí, pero lentamente.
«No habrá adelanto electoral ni moción de confianza, sino una sentada con los socios parlamentarios, ávidos de sacar tajada»
Entre tanto, no habrá adelanto electoral, ni moción de confianza, sino una sentada con los socios parlamentarios, ávidos de sacar tajada de la creciente debilidad del Gobierno y encarecer, si cabe, el precio de su apoyo en el Congreso.
Permítanme que vuelva a aquellos años, en los que Felipe González vio que su mandato ya no daba más de sí: fue en 1995 y recurrió a sus socios, en este caso, de CiU, con Jordi Pujol al frente: el acuerdo consistía en que CiU sostendría al PSOE en el Gobierno, pero solo hasta la conclusión de la presidencia española de la UE, por cuestiones de imagen de país y de institucionalidad.
Nada de eso va a ocurrir en esta ocasión, en el PSOE de Sánchez, con unos socios tan variopintos como codiciosos y un presidente decidido a permanecer en la Moncloa por encima de todo y de todos. Lo tiene todo pensado y planificado, aunque su plan cojea de una pata: ni el presidente ni nadie de su entorno saben a ciencia cierta dónde está el límite de la trama corrupta que ayer le llevó a pedir perdón a la ciudadanía por primera vez en su historia presidencial. Y el PSOE no soporta una bomba más.