Días contados, pese a todo
«No creo en que el malestar del PSOE municipal y autonómico, que no quiere inmolarse electoralmente con Sánchez, tenga fuerza para obligarlo a convocar elecciones»

Ilustración de Alejandra Svriz.
He aprendido mucha sociología del votante español leyendo (y escuchando) a Ignacio Varela. Fue parte del equipo electoral del PSOE desde 1978 y trabajó más de una década con Felipe González en la Moncloa, como subdirector del Gabinete de la Presidencia. Desde hace mucho también es asesor y analista político independiente. Varela sostiene, con datos duros, tras analizar todas las elecciones generales que ha habido en España desde la Transición, que los ciudadanos dispuestos a cambiar de partido político a la hora de votar son muy pocos, a diferencia de Gran Bretaña, donde son varios millones los que basculan entre liberales y conservadores según los resultados del gobierno. En España, esta libertad ciudadana básica de una democracia se ejerce con el desdén de la abstención, pura hidalguía dolida.
También sostiene que la economía sólo ha sido relevante en una de las 15 elecciones que ha habido en la España democrática: la primera victoria de Mariano Rajoy, cuando Zapatero declinó cobardemente ser candidato ante el estallido feroz de la crisis económica que previamente había negado. Es decir, que la mayoría electoral cómoda para gobernar de Feijóo pasa más por cortar la sangría que le hace Vox por la derecha que tratar de seducir al votante socialista desencantado con su partido, que castigará los desmanes de la «banda del Peugeot» quedándose en casa (banda en la que el listo resultó ser Koldo, recorder de todas las conversaciones). O sea, por una estrategia de convicciones y no de seducciones. Esto entraña el riesgo de motivar al votante socialista clásico, que, polarizado artificialmente desde el poder, ha demostrado históricamente que prefiere mafia, su mafia, a que gobierne la «ultraderecha».
El piso electoral del PSOE, más allá del cocinero Tezanos, también se explica por otra razón, que descubrí en El jugador de billar, la biografía de González de Gregorio Morán. Y es que tras las siglas centenarias del PSOE se esconde un partido de aluvión (re)nacido a finales de los setenta del tándem sevillano González-Guerra. El PSOE histórico había muerto en las almendras amargas del exilio, con pocos militantes, pero eso sí, enfrentado a cara de perro. Su papel en la lucha contra Franco no alcanza a ser protegido por la palabra «testimonial». El partido pasó de ser inexistente a hegemónico en un lustro. Y por allí entró todo mundo. En otra escala es lo que le pasó a Ciudadanos tras su ascenso electoral. Un imán de buscavidas y aprovechados, aunque también, lógicamente, de gente de enorme valía. El PSOE fue una esponja, que absorbió a miles de comunistas, de Felipes (Frente de Liberación Popular), de los socialistas a la virulé de Tierno Galván, de miles de desencantados con UCD, pero también de millones de españolitos de a pie que estaban demasiado ocupados en salir a delante como para encima tener los arrestos de oponerse a Franco. El Gobierno de España requería centenares de miles de trabajadores y el carnet del PSOE no solo era la clave de acceso sino algo aún mejor, dignificaba retrospectivamente el pasado apolítico de la mayoría social. Este vertiginoso incremento de afiliados y trabajadores públicos coincide con una nueva dinámica sindical. ¿Conclusión? El PSOE está desde entonces incrustado en la función pública, las universidades y los sindicatos.
Tras el triunfo de González, también en los centros de poder mediáticos y empresariales. Esa es la numerosa familia socialista, o quizá famiglia. Si la ineficacia y los escándalos que sacuden al Gobierno de Sánchez, de los que es protagonista y no víctima maquillada, hubieran sucedido en uno del PP, entre huelgas generales, piquetes de sindicatos, escraches universitarios y manifestaciones tumultuosas, el Gobierno sólo podría salir a la calle para comprar carbón, velas y radio de transistores.
En Manual de resistencia, Pedro Sánchez calificó a Koldo García de «inagotable aizkolari contra las injusticias». Entrevistado en torno al 8M, Ábalos declaró: «Soy feminista porque soy socialista», recordando el «socialista a fuer de liberal» de Prieto. Y en el Congreso de Sevilla, que lo ratificó como factótum del partido, Santos Cerdán dijo literalmente: «Van a por nosotros porque representamos todo lo que desprecian, lo que ellos odian: la justicia social, la equidad, la lucha por la igualdad de oportunidades». Oportunidades, palabra de santo.
«¿Qué puede pasar? Que Sánchez se atrinchere y, a merced de sus socios nacionalistas, active el modo confederal o los referendos de autodeterminación»
El Gobierno pudo resistir porque su cinismo era replicado con eficacia (y no pocas veces convencimiento) por los medios de izquierda que difundían el relato de un Gobierno progresista acosado por jueces, partidos y medios que no aceptaban el resultado de las urnas. Este castillo de naipes se ha derrumbado con los audios que el aizkolari grababa a escondidas de sus cómplices. Su audioteca, mayor que su sed de justicia, es inagotable. El ciudadano de a pie no sabe, ni le interesa, las funciones del fiscal general (tampoco parece saberlas el fiscal general), no conoce los tiempos ni la lógica de una investigación penal ni le preocupa mayormente la reforma judicial, aunque en los hechos asesine a Montesquieu con una meliflua lengüeta de madera. Pero sí ha escuchado a Koldo, Ábalos y Cerdán repartirse el botín entre risotadas, groserías y putas.
¿Qué puede pasar? Que Sánchez se atrinchere y, a merced de sus socios nacionalistas, active el modo confederal o los referendos de autodeterminación (hipótesis de Alejandro Fernández en su brillante A calzón quitao); que pase a escondidas su reforma judicial que le permita manjar los hilos de las investigaciones que lo rodean, o que active nuevas y peores cloacas para enlodar a opositores y vender la idea de que todos los políticos son iguales para llegar a las elecciones del 27 en un irrespirable clima de polarización, su mejor baza electoral. A su favor tiene a los socios de coalición, felices de seguir exprimiéndole; el inminente verano, que todo lo relativiza, y la sociología del votante. En contra, la incertidumbre de lo que falta por salir, las acciones que en sus tiempos irá desplegando la justicia, un creciente malestar social y el cambio de postura del grupo Prisa, algo no menor. Recordemos que nada más ganar la moción de censura forzó la defenestración de Antonio Caño y su equipo de El País. También un Feijóo más combativo, que ha roto todo vínculo institucional con el Gobierno.
Mi hipótesis es distinta. No creo en que el creciente malestar del PSOE municipal y autonómico, que no quiere inmolarse electoralmente con Sánchez, tenga fuerza para obligarlo a convocar elecciones, e incluso forzarlo a declinar la candidatura. El partido ha sido capturado por el sanchismo desde hace una década. Pero el verdadero poder del partido no está ahí. Sus hombres integran otra banda, mucho más rica y letal. Sus negocios no son sórdidas mordidas por obras públicas ni sus diversiones visitar puticlubs de carreteras secundarias. Son «hombres de Estado», cuyos negocios, riquísimos, se hacen a escala gubernamental con autócratas. Y los fondos se reguardan a buen refugio en República Dominicana. Como sigan saliendo en los audios los nombres de Blanco, Zapatero y Bono, entonces sí, los días de Sánchez están contados. ¡El cortafuegos va a ser él!