Sánchez: el Alcázar no se rinde
«En democracia, la justicia es una maquinaria lenta, pero implacable, y nunca se sabe cuándo pueda dar el siguiente zarpazo»

Alejandra Svriz
Un inusual ruido de sirenas de ambulancia empezó a oírse por las calles de Madrid en la mañana del pasado día 12. De inmediato, todos los informativos conectaron con el lugar del suceso, para informar de que en uno de los vehículos enviados por el Samur al Congreso de los Diputados viajaba ya sin vida la honra y la carrera política de Santos Cerdán, a esa hora todavía secretario de Organización del PSOE.
Pero había más víctimas. En un hospital de campaña montado sobre el terreno se hacían infructuosos esfuerzos para salvar las extremidades superiores de dos imprudentes miembros del Gobierno, la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, y del ministro de Justicia y Propaganda, Félix Bolaños. Ambos habían cometido la temeridad de poner la mano en el fuego por el desahuciado Cerdán y las habían perdido al explotar a primera hora de la mañana la bomba política y judicial del informe de la Guardia Civil que ponía al descubierto la presunta trama de corrupción del ‘Triángulo de las Mordidas’ (TDLM): Koldo, Ábalos y Cerdán.
Sin embargo, la lista de damnificados graves no se quedaba ahí. Por las cadenas de la televisión fueron desfilando como un ejército de zombis en retirada, grupos de tertulianos malheridos, desnortados y obligados a tragarse de mala gana los argumentarios que con tanta vehemencia defendían solo unas horas antes, cuando aseguraban que las informaciones publicadas previamente sobre Cerdán no eran más que bulos de la derecha y de sus medios afines.
Ya por la tarde, con aspecto de conductor de funeraria, apareció por fin Pedro Sánchez, el único superviviente de la banda de los cuatro, para anunciar que su responsabilidad es no asumir ninguna responsabilidad y que llevará la agonía del Gobierno hasta el año 2027. Transmitía tanta tristeza el pobre hombre que daban ganas de darle el pésame. Pero fue solo un instante de transitorio abatimiento, porque enseguida el gran tunante recuperó su instinto y se vino arriba. «El Alcázar no se rinde», vino a decir a continuación, mientras denunciaba otra vez el asedio de la oposición y desgranaba de nuevo los éxitos de su Ejecutivo, en especial los evidentes y tangibles avances en regeneración democrática.
En estos días en los que el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) se viraliza de wasap en wasap, convertido ya en el best seller político de la temporada, se aprecian mejor algunos de los rasgos más tenebrosos de la degradación democrática del sanchismo.
A quién le puede extrañar ahora aquel episodio del Comité Federal del PSOE del 1 de octubre de 2016, cuando los partidarios de Sánchez, con él a la cabeza, empezaron a votar en unas urnas colocadas detrás una cortina, sin control ni censo, para forzar un Congreso extraordinario, si ya dos años antes, en las primarias de 2014, disputadas contra Eduardo Madina, sus acólitos se afanaban por contabilizar algunos votos falsos. Santos Cerdán, el fiel negociador de los siete votos de Carles Puigdemont en Bruselas, ya estaba entonces allí, pidiéndole a Koldo: «mete las dos papeletas sin que nadie te vea».
«Una década después de su irrupción en la política nacional, Pedro Sánchez ya ha consumido toda su reputación moral, pero harán mal sus rivales si lo dan por amortizado»
Tras el informe también se entiende mejor el interés de la ‘militante de base’, Leire García, por acabar con el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Balas, jefe del departamento de Delincuencia Económica de la UCO. «Necesito a Balas. ¿Vale?, Así de claro. Necesito a Balas», se dejó grabar la rumbosa periodista de investigación. Qué magnífico guion para una de esas películas de amenazas y bajos fondos en la que los malos intentan tenderle una trampa al joven policía que quiere devolver la justicia al barrio.
Una década después de su irrupción en la política nacional, Pedro Sánchez ya ha consumido toda su reputación moral, pero harán mal sus rivales si lo dan por amortizado. En horas se recompondrá el deprimido Ejército mercenario, que será cruel e implacable contra el ‘Triángulo de las Mordidas’, pero exonerarán de responsabilidad y convertirán al presidente en una pobre víctima engañada por unos granujas. «Ya ha pedido perdón y encargado una auditoría, qué más queréis», dirán. También volverán a cerrar filas con Begoña, Von Azagra y el fiscal general, ‘mártires’ los tres de la extrema derecha y del ‘lawfare’ que no acepta el resultado de las urnas.
Además, la llamada mayoría de la investidura, que no sirve para aprobar los Presupuestos ni para gobernar con normalidad, sí se movilizará para defender la continuidad del Ejecutivo. Tienen aún muchas facturas pendientes y la única garantía para cobrar es que la legislatura dure lo más posible. Por eso se han convertido en los principales guardianes del bunker en el que se esconde el Gobierno. Por ese lado, Pedro Sánchez puede estar tranquilo. Pedirle a Bildu, Junts, ERC o al PNV que apoyen una moción de censura para convocar elecciones, invocando reglas democráticas o principios morales, tiene el mismo impacto que intentar educar a las manadas de lobos en el respeto a los corderos.
Pero Pedro Sánchez tiene otros riesgos. En democracia, la justicia es una maquinaria lenta, pero implacable, y nunca se sabe cuándo pueda dar el siguiente zarpazo. Además, como ha demostrado Koldo García con los audios grabados, los pseudomuertos o los cadáveres mal enterrados, en política son letalmente peligrosos, sobre todo cuando se les deja abandonados y a la intemperie al borde del camino. Una década de íntima relación da para muchas confidencias, para muchos secretos compartidos y nunca se puede excluir la vendetta cuando los caídos se sienten injustamente olvidados y desahuciados.