The Objective
Juan Francisco Martín Seco

El búnker para 2027

«Malamente puede Sánchez reconquistar el poder autonómico poniendo al frente de las unidades regionales a aquellos que están más identificados con él»

Opinión
El búnker para 2027

Ilustración de Alejandra Svriz.

Veo con estupor el revuelo que se ha armado con esa señora llamada Leire Díez. Extrañeza porque no creo que desentone demasiado con muchos ministros u otros altos cargos que tenemos o hemos tenido, sobre todo si a estos los despojamos de la aureola del puesto, de la parafernalia y de la protección de los asesores. No entiendo el rasgado de vestiduras, porque la que se ha denominado “fontanera del PSOE” es tan solo el sanchismo en estado puro, y cómo es el sanchismo ya se sabía hace mucho tiempo. Desde luego no desmerece de Koldo, Ábalos, Santos Cerdán y otros compañeros mártires que acompañaron a Sánchez en su peregrinación por toda España. Y si se me apura un poco, en el grupo no desafina la ministra de Hacienda ni otros tantos ministros que han seguido a Sánchez a lo largo de estos siete años.

Contemplo no sé si con asombro o con indignación, la sorpresa mostrada por algunos de los periodistas o comentaristas cercanos al PSOE o a Sánchez por lo aparecido en los últimos días, especialmente lo de Santos Cerdán, como si estos acontecimientos supusiesen un salto cualitativo en el sanchismo, y descubriesen algo sustancialmente nuevo. Por mucho que este tipo de corrupción pueda encrespar al personal, me parece mucho menos grave el cohecho cometido en la adjudicación de determinados contratos que la compra del Gobierno de la nación, los chantajes políticos, la autoamnistía, los autoindultos, las modificaciones en el Código Penal, los favores a ciertas comunidades autónomas en detrimento de las otras, y tantas y tantas cosas más acaecidas en estos siete años. Es más, podríamos haber supuesto que, dada la corrupción de las instituciones, antes o después haría su aparición este otro tipo de corrupción más de andar por casa.

Mayor indignación causa presenciar cómo se escandalizan de todo esto y piden explicaciones los que han dado un golpe de Estado y para financiarlo han malversado enormes cantidades de dinero público o las formaciones políticas que les han aplaudido. Carece de sentido que el jefe de la oposición interpele a los socios de legislatura del PSOE avisándoles de que, en caso de no abandonar a Sánchez, serán sus cómplices. Sus cómplices son desde 2018, le abandonen o no le abandonen y, lo que es más grave, Sánchez y el PSOE son desde entonces cómplices de todos ellos en asuntos tan feos como el golpe de Estado o la defensa de terroristas.

Escucho también con sorpresa a García Page lanzar la siguiente afirmación: “Yo, lo que me encuentro, es a multitud de responsables locales y territoriales en un grito contenido, deseando que las generales no afecten a las municipales y autonómicas”.

No dudo de que el presidente de Castilla-La Mancha es totalmente sincero y que tal aseveración obedezca a sus deseos. Es evidente que la responsabilidad de la debacle de mayo de 2023, que afectó a las comunidades y a los ayuntamientos, no fue imputable a los aparatos territoriales, sino a la política nacional de compadreo con los independentistas. Es comprensible que García Page tema que se produzca, corregido y aumentado, el mismo fenómeno. Pero lo que ya no resulta tan claro es que, a pesar de que el peligro es totalmente real, existan muchas voces dentro del Partido Socialista que estén dispuestas a hacer algo para evitarlo.

El 24 de diciembre del año pasado y el 23 de febrero de este año publiqué en este periódico sendos artículos titulados respectivamente Los barones tienen la culpa y La ministra de Hacienda en Andalucía. Me refería en ambos, aunque desde distintos ángulos, a un mismo fenómeno: ante los malos resultados reales (elecciones gallegas) o pronosticados por las encuestas, Sánchez echa las culpas a los líderes regionales. Con este pretexto ha modificado las ejecutivas de casi todas las federaciones. Por lo menos de todas aquellas que pensaba que no eran suficientemente leales al sanchismo.

Me refería también a que el discurso del presidente del Gobierno estaba lleno de cinismo e hipocresía. Desde el primer momento, la política seguida por Sánchez ha sido la de entregarse en manos de los independentistas vascos y catalanes, lo que lógicamente no puede verse con buenos ojos por los votantes de las otras comunidades, y tiene que tener su repercusión en los resultados electorales.

«Sánchez es consciente de que ha ido demasiado lejos, y de que difícilmente puede dar marcha atrás, de que en cuanto abandone el Gobierno tiene muchas posibilidades de encontrarse con graves problemas judiciales»

Sánchez miente al presentar los cambios de líderes regionales como una ofensiva del PSOE para reconquistar el poder autonómico y municipal, porque malamente se puede conseguir esta finalidad al poner al frente de las distintas unidades regionales a aquellos que están más identificados con él y su política. En estas circunstancias será mucho más difícil que los comicios regionales o locales se puedan abstraer de la política nacional y, como consecuencia, del castigo electoral correspondiente.

En realidad, Sánchez, en contra de lo que afirma, da por perdidos los gobiernos territoriales, excepto los de Cataluña y de Euskadi. Ni siquiera piensa en las generales. Lo que pretende es permanecer como sea en la Moncloa los dos años que quedan de esta legislatura y para eso necesita minimizar la crítica dentro del partido que suscita el trato de favor que se está dando a esas dos comunidades autónomas, y que por fuerza tiene que continuar proporcionando para contar con el apoyo de sus socios.

Sánchez, desde que entró en política, ha sido presa de la desmesura. Es lo que entendían los griegos por hibris, pecado de orgullo y de arrogancia. Plutarco afirmaba que “los dioses ciegan a quienes quieren perder” y, en palabras de Eurípides, “aquel a quienes los dioses desean destruir primero lo vuelven loco”. El poder ofusca a los humanos. Sánchez ha sido un caso típico en el que la hibris le ha arrojado al exceso y al engreimiento, le ha llevado a abandonar la justa medida, a sobrepasar los límites. Una vez que ha llegado a este punto, la única salida que le queda es la de aguantar hasta el final de la legislatura y dejar todo atado y bien atado, para poder evadirse lo más posible de la justicia.

Sánchez es consciente de que ha ido demasiado lejos, y de que difícilmente puede dar marcha atrás, de que en cuanto abandone el Gobierno tiene muchas posibilidades de encontrarse con graves problemas judiciales. Sabe que, mientras sea presidente, no es probable que ningún juez cometa el error de pedir su suplicatorio al Congreso. Error, porque dada la composición del Parlamento sería muy previsible que no lo concediesen, con lo que ya no se le podría juzgar nunca por esos delitos. La cosa cambia por completo si hay elecciones, si se modifica la composición de las cámaras y Sánchez deja de ser presidente del Gobierno.

En estas coordenadas, parece bastante lógico que el objetivo número uno de Sánchez sea apurar la legislatura de manera que al Gobierno le dé tiempo a tramitar una serie de leyes que les permitan escapar a él y a sus cercanos y colaboradores de los tribunales. Son las leyes que ha elaborado Bolaños y que pretende que sean ratificadas lo antes posible por las Cortes. Toda esta normativa va a constituir un ataque extremadamente grave al poder judicial.

Se pretende cambiar la forma de acceso de los jueces y fiscales en detrimento de la objetividad y a favor de la discrecionalidad e incluso de la arbitrariedad. Con la excusa de incrementar la independencia, se intenta modificar el periodo de mandato del fiscal general, de manera que si Sánchez nombrase un fiscal antes de las próximas elecciones contaría con él durante toda la legislatura siguiente, aun cuando no estuviese en el Gobierno. Y si unimos a este último hecho el proyecto de traspasar la instrucción de los jueces a los fiscales, resultan bastante evidentes las consecuencias que se seguirían. De aprobar todo este catálogo y algunas disposiciones más, Sánchez y sus adláteres, aun cuando perdiesen el Gobierno, no se verían en una situación tan comprometida judicialmente.

Esta es la única finalidad que en los momentos actuales se plantea el presidente del Gobierno. No le queda otro camino. Aun cuando su capacidad legislativa esté totalmente cuarteada y no pueda sacar adelante los presupuestos, ni casi ninguna ley orientada a la gobernabilidad, sí va a contar, sin embargo, con total seguridad con sus socios para aprobar esta clase de normas que se dirigen contra la justicia y demás instituciones democráticas. 

El presidente de Castilla-La Mancha ha afirmado que se encuentra a multitud de responsables locales y territoriales en un grito contenido. Me lo creo, pero el grito es tan contenido que no les oye nadie –salvo Page-, ni sirve para nada. Lo justo es que paguen en las urnas su silencio o sus gritos contenidos.

El sanchismo en el origen se circunscribía a los Koldos, a los Ábalos, a los Cerdán y poco más. Pero la cosa cambió tras ganar las primarias, y mucho más después del triunfo de la moción de censura. A lo largo de estos siete años ha habido muchos culpables. Algunos con una colaboración explícita, que les perseguirá toda la vida por muy altos que se hayan situado en la Unión Europea o en el Banco de España; todos los ministros, por poco o mucho tiempo que hayan durado en el cargo, pero también todos los diputados, bien del PSOE o de otros partidos, que en las distintas legislaturas hayan respaldado con sus votos los desafueros de Sánchez.

La complicidad afecta, se quiera o no, a todos los militantes que durante estos años han apoyado o al menos han callado cuando presenciaban las decisiones tomadas y las acciones realizadas por Sánchez en contra de todo lo que hasta ese momento había sido el socialismo. Ciertamente que la culpabilidad se extiende también fuera del propio partido socialista, pero ese sería otro tema, y otro artículo.

García Page tiene que perder toda esperanza de que a corto plazo la historia vaya a conducirse por otros derroteros. A Sánchez nada le va a forzar a moverse un ápice de su posición. Y en cuanto a los gritos contenidos, no hay ninguna probabilidad de que dentro del PSOE se mueva algo. Tendrá que pasar mucho tiempo para que la izquierda en general -no solo el PSOE- pueda regenerarse.

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