Yo estoy bien
«’Yo estoy sufriendo ataques de la ultraderecha’. Cachis. Pobre Pedro, y encima maquillado como un chimpancé con un kit de la Señorita Pepis»

Ilustración de Alejandra Svriz.
A tenor de la comparecencia de Sánchez, lo alarmante no era la corrupción galopante del sanchismo, ni el carácter mafioso de la banda del Peugeot, o el trato vejatorio a las mujeres. Tampoco el anuncio de la próxima almoneda con sus socios de investidura, o la degradación institucional que supone su presencia. Quia. Lo lamentable era que el reloj había dado las cinco y él todavía no había comido.
Porque Sánchez salió y no pasó nada. Quiso dar la impresión de que la corrupción de su círculo íntimo no afectaba a su presidencia, y que era una fruslería en comparación con las políticas “progresistas” de su Gobierno. De esta manera trataba de mantener la confianza de sus electores, consciente de que las tragaderas del votante socialista son insondables. Si sus feligreses han terminado aplaudiendo la amnistía al golpismo, cómo no van a aceptar que la corrupción gubernamental y del partido no son motivos para despreciar el proyecto “progresista”.
A esto añadió Sánchez que el PP y Vox son partidos mucho más corruptos que el PSOE y que, a diferencia de los socialistas, no dan la cara. El propósito de esta idea del Número Uno es que los electores socialistas crean que todos los políticos son iguales, y que puestos a elegir, mejor un corrupto progresista que uno “ultraderechista”. Este avance de Sánchez en la antipolítica para blanquear su corrupción usando los postulados del populismo tiránico se completó con la referencia a su propia persona. Mientras Feijóo y Abascal fueron presentados como fariseos ultras que no limpian su partido, él se anunció como azote severo de corruptos propios y extraños.
Sánchez se puso así por encima de toda la clase política, en modo caudillista, encarnando la democracia y el progreso español y hasta europeo. Quiso que la ciudadanía pensara al oírle que sin él no es nada. Por eso negó también la legitimidad moral de la oposición para llegar al poder. Y como era la hora de meter miedo, ese recurso infantil que tantas veces le ha dado resultado, el maquillado a lo Halloween dijo que si la derecha gobierna no solo se pondrá fin al mejor Gobierno y presidente de la democracia, sino que se acabarán “los derechos”.
Se notó mucho que le dolió el lema del PP en la manifestación de la semana pasada que rezaba “mafia o democracia” para referirse al sanchismo. En su narrativa de trinchera, no podía permitir que, tras arrebatarle la palabra “libertad”, la derecha también le quitara el término “democracia”. Y dado que las urnas no responden a su relato y tiene miedo a unas elecciones, retó a los populares a presentar una moción de censura. Sánchez quiso de esta manera desviar el foco de la política: de la crítica a un presidente tirano y corrupto a un examen a la oposición para destruirla, y así blanquear a su desacreditado Gobierno.
Feijóo o Abascal serían derrotados por una aritmética parlamentaria comprada en Waterloo, en una herriko taberna, en un círculo podemita y en cualquier otro sitio oscuro. Porque alquilar a todos estos antisistema para que aprieten un botón en el Congreso no es ser demócrata, es otra cosa.
Por lo demás, Sánchez escenificó la enésima farsa, esta vez pasadísimo de maquillaje y bilis, echando pestes contra la oposición y la prensa libre. Quiso tranquilizar a su electorado dando por cerrado lo que llamó “el caso Koldo” remitiéndose a una limpieza interna, a una comisión de investigación con mayoría sanchista, y a que salgan las sentencias después del verano. Así gana tiempo mientras monta otra maniobra de distracción, con la esperanza en la memoria de pez de los españoles.
Mientras, la política española gira en torno a lo que Sánchez ha querido siempre: su persona. Ya no existe el PSOE o las instituciones más que para apuntalar su poder. Los medios que no repiten los argumentarios de Moncloa se convierten en “tabloides” metidos en un “golpe blando” ultra. A un lado está el bien identificado con Pedro Sánchez, y al otro, la turbamulta de la fachosfera, vilmente conjurada en una campaña de acoso al presidente del gobierno progresista.
Esta obsesión personalista y enfermiza ha convertido el relato victimista en el motor del populista autoritario que nos manda. Por eso, en el día que tocaba dar explicaciones por la corrupción de sus más íntimos desde 2014 dijo: “Yo estoy sufriendo ataques de la ultraderecha”. Cachis. Pobre Pedro. Y encima maquillado como un chimpancé con un kit de la Señorita Pepis para una película de Tim Burton.