El impostor
«Lo único que se interpone entre nosotros y el totalitarismo es un puñado de jueces, la UCO y algunos medios de información»

Ilustración de Alejandra Svriz.
“Cuando termine apuntas como que han votado esos dos que te faltan sin que te vea nadie y metes las dos papeletas”. Esta instrucción fue enviada por Santos Cerdán, según recoge la investigación de la UCO, mediante mensaje telefónico a Koldo García durante las primarias socialistas de 2014. Al poco, Koldo respondió: “Ya está”. Para quitar hierro al asunto, el beneficiario de esas dos papeletas fraudulentas, Pedro Sánchez Castejón, argumenta que dos votos sobre los 16.000 que obtuvo de margen no afectan a la legitimidad de su victoria.
Como todos los argumentos de Sánchez, también este es falaz. De entrada, la cantidad es lo de menos, es el acto lo que cuenta, lo que revela de qué pasta estás hecho. Y de salida queda cuando menos la duda: ¿Santos Cerdán y Koldo García manipularon sólo esas dos papeletas?, ¿o con ellas redondeaban un fraude mucho mayor? Esta es una duda bastante más que razonable, dada la trayectoria y los antecedentes de los personajes.
Sin embargo, la pregunta más inquietante es otra: ¿hay algo que sea verdad en Sánchez?
Una trayectoria prefabricada
Se ha afirmado que Sánchez estudió en una universidad pública, la Universidad Complutense de Madrid (UCM), cuando su carrera (licenciatura en Ciencias Económicas y Empresariales entre 1990 y 1995) la cursó en el Real Centro Universitario María Cristina, un centro privado adscrito a la Complutense. También cursó el Doctorado y defendió su tesis en otra universidad privada, la Universidad Camilo José Cela (UCJC). En este segundo caso, existen bastante más que serias dudas sobre la autoría de la tesis. Como también existen dudas sobre sus conocimientos de Economía.
Sánchez siempre se ha presentado como un ciudadano humilde que se ha hecho a sí mismo. Un luchador que ha venido desde abajo. Nada más lejos de la realidad. En 2008, tanto él como su mujer ya vivían en una urbanización de Pozuelo de Alarcón, uno de los municipios más acomodados de España. Allí tenían a su disposición piscina, pista de pádel, jardines y plaza de garaje. Mucho antes, Pedro Sánchez con 22 años y David Sánchez, su hermano, con 20, adquirieron mediante hipoteca dos pisos con garaje. Algo que muy pocos españoles pueden permitirse a esas edades. De hecho, no muchos pueden permitírselo a edades más avanzadas.
Durante la campaña de las primarias del PSOE en 2016, Pedro Sánchez recorrió España conduciendo personalmente un Peugeot diésel, acompañado por Cerdán, Ábalos y Koldo (de ahí “la banda del Peugeot”), un automóvil de gama media con 11 años de antigüedad, como símbolo de cercanía. Sánchez lo mantuvo hasta que fue elegido presidente en 2018, tras lo cual desapareció ipso facto de su declaración de bienes.
La mentira sistemática
Esa imagen de austeridad, de luchador inasequible al desaliento que viene de abajo, nunca se ha compadecido con una juventud privilegiada de pisos comprados a los veinte, universidades privadas, urbanizaciones con pistas de pádel y piscinas. Una disparidad que Sánchez ha reproducido en la política, con una trayectoria marcada por una creciente disonancia entre lo prometido y lo ejecutado.
En campaña aseguró que “nunca habría amnistía” para los líderes del procés —llegó a afirmar que sería “imperdonable”—, terminó promoviendo una ley de amnistía que eliminó delitos como la malversación o la sedición, con vistas a retener el apoyo de los partidos independentistas. Afirmó rotundamente que “con Bildu no se pacta”, pero luego no sólo aprobó más de 200 iniciativas con su respaldo parlamentario, sino que además permitió su presencia en comisiones sensibles del Congreso y ha llegado a ensalzarlos, a ponerlos como ejemplo de verdaderos demócratas. También prometió no gobernar en coalición con Podemos, para acabar formando un Ejecutivo conjunto y designar a Pablo Iglesias como vicepresidente segundo, algo que había jurado le impediría “dormir tranquilo”.
A esto se suman otras promesas incumplidas, si cabe más sangrantes, por cuanto suponen un abuso consciente sobre los ciudadanos que, al contrario que él, sí vienen de abajo: aseguró que no subiría impuestos a las clases medias y trabajadoras, pero luego impulsó alzas encubiertas en cotizaciones, carburantes y fiscalidad indirecta; afirmó que despolitizaría la justicia, cuando en realidad ha bloqueado y manipulado los nombramientos del CGPJ y del Tribunal Constitucional para asegurarse el control; y prometió blindar la independencia de RTVE, que sin embargo se ha convertido en un canal al más puro estilo soviético que reproduce sus más mostrencas mentiras como verdades incontestables.
El Pedro Sánchez que dijo circular por España en un Peugeot para reconectar con las bases del PSOE se ha transformado en un dirigente cuya coherencia discursiva ha sido sacrificada sistemáticamente en el altar de la supervivencia política. Lo que él justifica como flexibilidad no es más que puro cinismo.
Zapatero y su sombra
Y, sin embargo, sería un error considerar a Pedro Sánchez como un agente aislado. No se trata sólo de un político particularmente inmoral y carente de escrúpulos, sino tal vez del producto más perfecto de un proyecto que lleva tiempo abonado a la simulación. Porque si se admite la duda razonable sobre la limpieza de las primarias que lo catapultaron hacia el poder, esa duda no puede quedar contenida en su figura. De hecho, empieza a resultar revelador, cuando no inquietante, que otro personaje de perfil igualmente insidioso, José Luis Rodríguez Zapatero, llegara también a la secretaría general del PSOE a través de unas primarias que, en su día, suscitaron más perplejidad que entusiasmo.
Nadie parecía conocer a Zapatero. A lo sumo, algunos lo recordaban vagamente haciendo pasillos, con la espalda encorvada y esa expresión servil que le otorgan su característico aspecto de mayordomo desgarbado. Apenas tenía recorrido nacional, no era el favorito en ninguna quiniela, y, sin embargo, se impuso contra todo pronóstico. Vista en perspectiva, aquella victoria casi milagrosa parece haber abierto el ciclo del PSOE posmoderno: un partido no al servicio de sus militantes, mucho menos de los españoles, sino de guiones cocinados en la sombra.
Que Zapatero se haya convertido en uno de los principales valedores y estrategas en la trastienda del sanchismo, además de un proveedor de negocios trasatlánticos y enlace privilegiado con el Partido Comunista Chino, cierra el círculo con una simetría inquietante. Como si la función de ambos, el uno desde el impostado idealismo y el otro desde la mentira del joven humilde que se forja a sí mismo, hubiera sido la misma: desmantelar España como proyecto nacional compartido, erosionar sistemáticamente sus pilares institucionales y convertirla en un país paria sin voz ni peso específico en el contexto internacional. Un enorme y estratégico satélite presto a ser colonizado.
Las casualidades no existen
Como muestra, la infame reforma de la Justicia que promueve Bolaños y con la que Sánchez aspira a liquidar definitivamente cualquier atisbo de resistencia institucional, es una reforma importada. Casi ha pasado desapercibido que Santos Cerdán, hoy señalado como peso pesado de la corrupción sistémica socialista, se reunió en México en agosto del año pasado con altos representantes del partido mejicano Morena (una mezcla de populismo, comunismo y narcotráfico) para suscribir una alianza entre el PSOE y este partido, con miras a “fortalecer el progresismo en América y Europa y hacer frente al avance de la derecha extrema internacional”.
Se da la casualidad que en esas mismas fechas Morena se disponía a aprobar en el Congreso mejicano una polémica reforma del Poder Judicial que, en la práctica, suponía la liquidación de su independencia. Reforma que finalmente saldría adelante.
Pues bien, tras firmar la alianza PSOE- Morena, el dirigente de Morena, Mario Delgado, tomó como ejemplo el caso judicial contra Begoña Sánchez, la esposa del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, para decir que la reforma de la judicatura que iban a implementar en México resultaba muy pertinente para España. “Esta estrategia de la ultraderecha con el Poder Judicial no es exclusiva de México, en España actualmente estamos viendo una persecución despiadada de algunos jueces en contra del presidente Sánchez y de su esposa”, afirmó Delgado con el asentimiento de un Cerdán encantado. Dicho y hecho. Transcurrido menos de un año de aquello, Bolaños se dispone a seguir este consejo.
Situación desesperada
No se trata de caer en teorías conspirativas ni de adjudicar a nadie el papel de agente externo o de topo, aunque tampoco sería descabellado. Pero sí de preguntarse, con honestidad, si es normal que en un país con un importante peso específico en Europa y en América, con talento, con recursos, con historia, los dos presidentes más influyentes de las últimas dos décadas sean también sus más encarnizados saboteadores. ¿Y si no han sido errores, sino engranajes de un mismo mecanismo?
España no habría necesitado que sus enemigos exteriores hicieran grandes alardes si ya tenía dentro a quienes, bajo el disfraz de la modernidad y el progresismo, han ido desactivando una a una las resistencias que cualquier nación digna debería tener para defenderse de su propia disolución.
Para que tomemos verdadera conciencia de lo desesperada que es la situación, con el Parlamento bloqueado e impedido para cumplir su función, lo único que se interpone entre nosotros y el totalitarismo es un puñado de jueces, la UCO y algunos medios de información. Los dos primeros caerán si la reforma de la Justicia de Bolaños sale adelante. Los terceros, es de prever que poco después.
A veces, los peores daños no los causa quien asalta el poder desde fuera, sino quien lo ocupa desde dentro con una sonrisa maléfica, con una trayectoria sospechosamente preestablecida… y con un Peugeot prestado.