La trama y los incentivos
«No quiero tener que confiar en nuevos líderes políticos; quiero saber que, esté quien esté en el poder, no podrá utilizar las instituciones como su cortijo»

Santos Cerdán y Ábalos. | Ilustración de Alejandra Svriz
Cuanto más se conoce de la trama Koldo-Santos-Ábalos, una trama old-school de corrupción, con mordidas y amaños de licitaciones y colocaciones estratégicas en empresas públicas e instituciones, más me acuerdo de los debates sobre regeneración de hace una década, cuando hablábamos de la corrupción del otro gran partido corrupto de nuestro pasado reciente, el Partido Popular. Era una época en la que se discutía (no era un clamor popular, pero los intelectuales debatían sobre ello) de selección de élites, incentivos, instituciones. Leíamos Por qué fracasan los países, de Daron Acemoğlu y James A. Robinson, donde se distinguía entre instituciones inclusivas y extractivas. Y se decía que la mejor manera de acabar con la corrupción, o una de ellas, era crear mecanismos impersonales de control, y no solo poner a buena gente en las instituciones.
Luego Sánchez ganó la moción de censura y la corrupción y los debates sobre corrupción terminaron: ¡habían ganado los buenos! Y eran buenos no solo porque echaron al corrupto del poder sino, también, porque eran de izquierdas. Y ese fue el relato que prevaleció en la izquierda en los años posteriores. Eso de cambiar los incentivos y las instituciones no era tan importante como tener a los nuestros en el poder. Ahora se ha descubierto, como informa este medio, que apenas 20 días después de que Pedro Sánchez llegara a la presidencia, Santos Cerdán le pasó a Koldo García una lista de ocho nombres de confianza; Koldo debía pasarle esos nombres a Ábalos, que acababa de ser nombrado ministro de Fomento.
«Hay una lógica entre cínica e ingenua del votante progresista medio que consiste en pensar que ‘si es corrupto, no es de izquierdas’»
Varios de esos nombres aparecen en el último informe de la UCO, y cinco de ellos siguen teniendo responsabilidades institucionales. También este medio desveló que, antes de que se cumpliera el primer mes de sanchismo, Ábalos ya licitó la primera obra con mordidas que investiga la UCO. Los buenos tardaron poquísimo en volverse malos. ¡Quizá es que no eran ni siquiera de izquierdas!
Hay una lógica entre cínica e ingenua del votante progresista medio que consiste en pensar que «si es corrupto, no es de izquierdas». La izquierda es el Bien™. Si alguien autodenominado de izquierdas hace algo mal, se vuelve automáticamente de derechas. Es una especie de patrimonialismo ideológico: el votante de izquierdas cree que simplemente colocando a los ideológicamente suyos la cosa irá bien. Y si la cagan, es porque en el fondo no eran de izquierdas. «La izquierda no es corrupta, la izquierda no roba», dijo el otro día en el Congreso el presidente. Ya incluso El Plural, que es el Pravda del PSOE, está intentando vender la mercancía averiada de que Koldo tiene algo que ver con el PP. De nuevo: si eran malos es porque eran de derechas.
Cuando este Gobierno caiga y venga el siguiente, habrá que recuperar de nuevo el debate de las instituciones, de los incentivos. Llevamos mucho tiempo hablando de superestructura (de la política como guerra cultural) y hay que volver a hablar de estructura. Hay que acabar con la lógica turnista de siempre, ese bucle eterno de ilusión-desilusión-ilusión-desilusión que no resuelve nada. No quiero tener que confiar en nuevos líderes políticos; quiero saber que, esté quien esté en el poder, no podrá utilizar las instituciones como su cortijo. Esta opinión ya da por sentado, más o menos, el final del sanchismo. Es posible que me equivoque. El presidente ya no tiene ases en la manga, pero sí suficiente cinismo como para resistir.