The Objective
Francisco Sierra

Lágrimas socialistas

«Esos que se rasgan ahora sorprendidos las vestiduras sabían durante los últimos años que el sanchismo basaba su supervivencia en el uso inmoral de la mentira»

Opinión
Lágrimas socialistas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Desde hace días asistimos a la hipócrita ceremonia de ver cómo se rasgan las vestiduras muchos cargos socialistas al conocer el contenido del informe de la UCO que revela, por escrito y también grabado, que el triángulo Cerdán, Ábalos y Koldo era como el triángulo de las Bermudas: todo lo que entraba en su zona era objeto de mordida. 

Esos que se rasgan ahora sorprendidos las vestiduras sabían durante los últimos años que el régimen sanchista basaba su supervivencia en el uso inmoral de la mentira como arma de trueque para conseguir una supuesta y artificial mayoría progresista. El tiempo ha demostrado que ni era mayoría, ni era progresista. Pero daba igual. 

Por la permanencia en el poder fueron capaces de deteriorar gravemente las estructuras del Estado de derecho democrático en el que vivimos. Vinieron primero los indultos y luego la amnistía. En el camino, se cargaron el delito de sedición del Código Penal. Y en esa andanada contra las leyes que molestaban a los independentistas, lanzaron, sin vergüenza alguna, la primera señal clara de su realidad moral al rebajar el delito de malversación. Para Sánchez la corrupción no representaba ya ninguna línea roja grave. Era la constatación del entierro de esa bandera con la que habían llegado al poder tras la moción de censura a Mariano Rajoy.

En estos años de realpolitik sanchista, la gran mayoría de esos cargos, militantes y simpatizantes socialistas no tuvieron ninguna duda ética, política o racional. Apenas un puñado de valientes levantaron la voz para cuestionar las formas y los fondos que usaba al líder. Ya fuera por temor o por cinismo, casi todos se sumaron con entusiasmo a justificar lo injustificable con tal de seguir en el poder. No solo no les daba vergüenza, sino que alardeaban de levantar muros contra la mitad de los españoles, rompían la igualdad de los españoles ante la ley e insultaban al grito de «facha» a todo el que osara criticar cualquier decisión del líder.

El primero que sufrió este estilo, fue el propio PSOE. Pedro Sánchez guillotinó cualquier opinión crítica interna tras su vuelta al poder en el partido socialista. Lo hizo a través de dos válidos de confianza: José Luis Ábalos y Santos Cerdán. Eran más que válidos, eran esos dos amigos con los que compartió la travesía del Peugeot. Nadie ha tenido en los últimos años tanto poder en Ferraz como esa pareja que ahora protagoniza los escándalos de corrupción.

Dicen ahora muchos socialistas que se sienten abatidos, dolidos, traicionados. Algunos incluso quemados. Lo dicen al no poder minimizar la evidencia de esos audios grabados por Koldo y que la UCO presentaba en su informe. No cuestionaron nunca en voz alta tener un líder cuya esposa está imputada por delitos de corrupción y tráfico de influencias. Tampoco por tener un líder cuyo hermano va al banquillo acusado de prevaricación y tráfico de influencias. 

No se rasgaron las vestiduras democráticas por ver como, por primera vez en nuestra democracia, un fiscal general del estado va a ser procesado por el mismísimo Tribunal Supremo y para el que, más allá de la acusación particular, la Asociación Profesional e Independiente de Fiscales (APIF) solicita una pena de seis años de cárcel y 12 de inhabilitación por un delito de prevaricación en concurso con uno continuado de revelación de secretos. 

«Sánchez está paralizado ante el avance imparable de las informaciones periodísticas y de las investigaciones judiciales»

No solo no lo criticaron, ni se sintieron dolidos, ni abatidos, sino que se sumaron las tesis «éticoplanistas» de la Moncloa de defenderse de esa supuesta conjura formada por unos medios de la «fachoesfera» y unos jueces con intenciones políticas en un irresponsable ataque a la independencia judicial y a la libertad de información.

Hace unos días veíamos a la presidenta del Gobierno de Navarra y secretaria general del PSN, María Chivite, romper a llorar al reconocer que lo que había leído en el informe de la UCO sobre Santos Cerdán, no se correspondía con la persona con la que ella había compartido durante muchos años su carrera política. Decía Chivite entre lágrimas que Cerdán era «su compañero de partido y amigo». Y bien que lo era. No es fácil ahora resumir el cúmulo de irregularidades que se vienen conociendo de adjudicaciones de obras públicas o de nombramientos y enchufismos. Su número dos en el socialismo navarro ya ha tenido que dimitir. Cuantas más informaciones aparecen más en peligro está ella misma. Se acabó el chollo y cada día aflora un nuevo escándalo en la gestión de una Chivite cuyo gobierno, por ejemplo, troceaba contratos para la constructora que reformó la casa de ese número dos ya dimitido. No me extraña que llorara.

Nunca vimos llorar a María Chivite cuando con Cerdán, su amigo y compañero, traicionaron la palabra dada a la ciudadanía de no pactar con Bildu. No lloraron por traicionar a las víctimas del terrorismo, algunas de ellas también socialistas. Años de secretas y oscuras negociaciones de Cerdán con los hijos políticos de ETA. Ahora empiezan a conocerse y pronto conoceremos el verdadero tamaño del agujero negro de esa moral que se desprende desde la Moncloa a la hora de negociar su permanencia en el poder. 

No vimos llorar, ni sentirse abatidos, ni dolidos, a la mayoría de los cargos y militantes socialistas cuando contemplaban como España era gobernada por un prófugo desde Waterloo en reuniones secretas con el presunto corrupto de Cerdán. ¿Qué podía salir mal? Un huido de la ley que lleva dos años imponiendo sus siete votos y el hombre de confianza del presidente que ahora es investigado por la UCO. Todo claro y transparente siempre en el mundo Sánchez.

Encerrado en su búnker de la Moncloa, con el desánimo en sus tropas, y sin saber lo que puede seguir saliendo de esa maraña de treinta mil archivos que el amigo Koldo guardaba como «su tesoro» y que ahora están en manos de la UCO. También un Ábalos cabreado se suma ahora a la fiesta de los discos duros con grabaciones de conversaciones con ministros y parece que también con el propio Sánchez.

Sánchez está paralizado ante el avance imparable de las informaciones periodísticas y de las investigaciones judiciales. Lejos de toda moralidad y realidad política, sigue sin disolver las Cortes y convocar elecciones. Sueña con poder aprobar cuanto antes la Ley Bolaños de reforma de la justicia. En su desesperación entiende que la policía judicial, o sea la UCO, y ante el fracaso de la fontanera Leire, debe ser cuanto antes controlada y maniatada pasando su control de los jueces de investigación a su fiscalía. Piensa que le va a dar tiempo a modificar el acceso a la carrera judicial y fiscal y poder introducir a su gente de confianza. Tanto como para aprobar también las leyes de control de los medios de comunicación. 

No hay lágrimas socialistas por esos proyectos de Sánchez que atentan a dos pilares fundamentales para la democracia como la independencia judicial y la libertad de información. Las lágrimas de esos cargos socialistas son solo por ellos mismos. Por el miedo a que sean castigados por la ciudadanía y, por tanto, a ser alejados del poder. Lloran solo por ellos mismos.

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