El precio de echar a Sánchez
«En su final, el presidente va a someter al país a un estrés insoportable, pero la democracia debe responder con serenidad y la ley»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Para echar a Pedro Sánchez en 2016, después de que el entonces secretario general hubiera incumplido de forma flagrante las decisiones de la dirección del partido, el PSOE tuvo que forzar al límite la reglamentación interna y generar una tensión insólita entre el aparato y las bases que a punto estuvo de llevarse por delante la organización en aquel célebre 1 de octubre. Aunque derrotado, salió a la postre reforzado, ya que muchos en el partido y en la derecha lo vieron como una víctima del poder establecido en el socialismo y sentó en ese victimismo las bases de su posterior resurgimiento.
Fue una jugada desastrosa de la que, en realidad, el PSOE no ha llegado todavía a recuperarse. Muchos de los que entonces participaron en la operación ni siquiera estaban convencidos de su ejecución porque sabían la dolorosa huella que dejaría aquello en el partido, pero entendieron que no había más remedio que correr ese riesgo porque mucho más peligroso resultaba mantener a Sánchez al frente.
Recuerdo este caso como precedente de lo difícil que resultó deshacerse de Sánchez cuando los suyos creyeron imprescindible hacerlo. Ahora es toda España la que se encuentra ante esa tesitura y no es difícil pronosticar que el precio y el daño serán mucho mayores. Entonces, Sánchez ponía en juego su orgullo y su carrera política. Ahora está en el aire además su propia seguridad personal y la de su familia más cercana. Su resistencia va a ser numantina. El mensaje de estos últimos días de que está dispuesto a llevar a España a una batalla diplomática con la OTAN y con Estados Unidos, sus aliados vitales, con tal de modificar la dinámica política actual, nos da idea de su ausencia de límites a la hora de contraatacar.
El momento exige a todos calma y sangre fría. Si el PSOE estuvo a punto de perder ambas virtudes en aquel momento de desesperación, cuando Sánchez quería conducirlo a un Congreso fratricida en el que cada militante se pronunciase si estaba a favor o en contra de permitir gobernar a Rajoy, España no puede permitirse el lujo de actuar ahora con precipitación. Sánchez va a poner al país al borde del colapso. No hay treta que no sea capaz de inventar ni atajo que no sea capaz de tomar para conservar el poder. Pero la democracia española no debe ponerse a su nivel. Sus reglamentos han de ser respetados y sus instituciones, preservadas. No solo por el prestigio de nuestro sistema y nuestro país, sino por la imperiosa necesidad de cuidar la convivencia.
Es cierto que la permanencia de Sánchez en el poder da alas a la extrema derecha y que su actuación está dañando la reputación de nuestra monarquía parlamentaria, en su doble acepción. De hecho, el crecimiento de la extrema derecha es y será el argumento final del sanchismo. Sin embargo, esto no puede ser motivo para la precipitación o el aventurerismo.
Si hay algo peor que la continuidad de Sánchez en el poder es que su salida coincida con la ruptura de la convivencia entre los españoles y el respeto a las leyes democráticas. José María Aznar sugería en una entrevista este fin de semana que Sánchez podría buscar la forma de invalidar o alterar el resultado de las próximas elecciones. Si creo que eso no será posible es, precisamente, porque nuestras instituciones gozan aún de la fuerza suficiente para impedirlo.
Ese es el único camino posible a seguir. El que se ha seguido hasta ahora. Cumpliendo cada uno con sus obligaciones constitucionales: los jueces, la policía, los medios de comunicación. Puede que quede por delante aún un trecho largo y azaroso, pero no podemos dejarnos vencer por la ansiedad. Sánchez tiene aún apoyos y recursos, y es seguro que los utilizará sin escrúpulo de ningún tipo. Pero está en minoría, ha perdido mucha credibilidad y antes o después caerá. No podemos permitir que cuando eso ocurra no quede piedra sobre piedra en este país. Es responsabilidad de todos contribuir a un final institucional y pacífico.