The Objective
José García Domínguez

Los alimentadores de cotorras

«En Barcelona inmigrantes ilegales atraen a las cotorras con una bolsa de pipas y tratan de obtener alguna moneda de los turistas que se fotografíen con ellas»

Opinión
Los alimentadores de cotorras

Una cotorra. | Europa Press

En mi ciudad, cuna de la Revolución Industrial en el XIX, alma mater de una burguesía que siempre se quiso comparar con la británica por su común afán emprendedor, orgulloso receptáculo de una sociedad civil en la vanguardia de las tendencias modernizadoras merced a su proximidad a la Europa irradiadora del progreso, la muy sofisticada y cosmopolita Barcelona, acaba de surgir una novedosa ocupación que ha ganado gran relieve público en muy poco tiempo: los alimentadores de cotorras. Y es que, así como a cualquier autóctono elegido al azar le resultaría casi imposible mencionar el nombre de alguna startup local que haya obtenido logros significativos en el ámbito empresarial, la mayoría de ellos conoce la actividad de tales emprendedores, los especialistas en la explotación mercantil de cotorras silvestres.

Ocurre que la gente de Barcelona compra cotorras en las tiendas del ramo que luego, y por vías que ignoro, se escapan de sus domicilios para vagar a lo largo y ancho del término o municipal. De ahí que los parques siempre estén infectados de esos pájaros verdes. Una inflación, la de las cotorras, que muchos inmigrantes ilegales africanos han convertido ahora en su fuente de subsistencia. El negocio consiste en atraerlas con el reclamo de una bolsa de pipas y, después, tratar de obtener alguna moneda de los turistas que quieran fotografiarse con ellas en la palma de la mano. Por ejemplo, el Paseo de Lluís Companys, frente a la entrada principal y noble del Palacio de Justicia, está lleno a todas horas de esos gestores de cotorras. Por lo demás, se trata de una estampa perfectamente tercermundista que igual se podría estar produciendo en cualquier remoto rincón famélico y subdesarrollado del planeta.

Yo resido no muy lejos de allí, en el distrito del Ensanche, el célebre espacio urbano racionalista que diseñó el ingeniero Ildefonso Cerdá. Y sólo este mes se han inaugurado en mi calle tres nuevos establecimientos comerciales: un centro de tatuajes con vistosas estampas satánicas en el escaparate, una tienda de carcasas para móviles cuyo dueño paquistaní se pasa el día sentado en una silla de paja junto al borde de la acera, y un negocio de pestañas y manicura de uñas en el que también se ofrece a la clientela unisex un servicio de masajes del que he preferido no indagar más información.

A todo eso, el barrio igualmente dispone ahora de docena y media de los llamados supermercados 24 horas, tiendas donde vecinos y transeúntes podemos hacer acopio de toda clase de bebidas alcohólicas, además de un amplio surtido de maletas de viaje con ruedas y otros productos de primera necesidad. Son emprendimientos que casi siempre suelen estar vacíos, circunstancia que no impide que, por razones misteriosas, cada semana se abran cinco o seis nuevos en la ciudad.

“Como la vivienda en Barcelona anda tan cara, muchos inmigrantes, la mayoría sin papeles, duermen ahora en trasteros que alquilan”

Huelga decir que hablamos del centro mismo de Barcelona. Y también está el asunto de los trasteros-patera. Como la vivienda en Barcelona anda tan cara, muchos inmigrantes, la mayoría sin papeles, los mismos que durante el día hurgan en los contenedores de basura buscando chatarra, duermen ahora dentro de trasteros que alquilan, según informaba hace poco la prensa local, por unos cien euros al mes. Si bien ellos integran la aristocracia de los sintecho locales, el grueso de los cuales siguen pernoctando sobre cartones en las aceras o entre la vegetación de los jardines públicos. Diríase que son fragmentos sacados de un guion de Dickens y redactados hace 150 años, pero es una fotografía de la segunda ciudad de España tomada hoy mismo.

Aunque no todo han de ser contrariedades en el modelo abierto a los flujos intercontinentales de diversidad multicultural que ha adoptado como novísima seña identitaria la capital de Cataluña.

Así, el conocido periodista y escritor británico John Carlin, uno de los más célebres expats con alto poder adquisitivo que han decidido fijar su residencia en las zonas más nobles de Barcelona tras adquirir históricas fincas modernistas a sus antiguos propietarios, acaba de criticar el “provincianismo» de los representantes locales por no mostrarse felices ante la nueva realidad. Y como prueba de su exquisita y tolerante superioridad frente al vulgo catalán, ha alegado que para nada le molesta que grupos organizados de turistas asiáticos fotografíen sin cesar la fachada de su magnífica vivienda. Barcelona se está yendo al carajo.

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