Con todos los respetos
«Echar a Sánchez no es suficiente. Para erigirse en un defensor de la democracia, el PSOE debe enmendarse a sí mismo y reconocer la legitimidad política de la derecha»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Han enviado una carta al presidente Sánchez, el hombre-epístola, un grupo de exdirigentes socialistas; de muy exdirigentes socialistas. Hay, entre ellos, gente muy notable. Es el caso del exministro de Cultura, César Antonio Molina. También están José María Múgica, hijo de Fernando, y Nicolás Redondo Terreros. Antiguos alcaldes, como el de Granada (Jesús Quero Molina) o La Coruña (Francisco Vázquez).
Entre los abajofirmantes están, también, los condenados por el caso GAL Rafael Vera y José Barrionuevo. Lo cual me recuerda un anterior intento de reformar el PSOE, ya entonces infestado de casos de corrupción, protagonizado por Ricardo García Damborenea. Fue antes de que él mismo fuera condenado por los GAL, junto con Vera, Barrionuevo, Julián Sancristóbal, et al.
La lista no es tan relevante como lo que dicen. Que Pedro Sánchez, mandamás del PSOE, del Gobierno, y del Grupo Parlamentario Socialista, está cercado por la corrupción. Que ha puesto a su partido a ocupar, una por una, las principales instituciones del Estado. Que ha violentado la Constitución y abusado de su poder, mercadeando privilegios a los golpistas a cambio de apoyos parlamentarios. Que gobierna opacamente, y que no cumple ni con la obligación de presentar unos presupuestos.
Bien está. Pero una vez hecho el diagnóstico, pacato, pusilánime, pasan al apartado de las propuestas. ¿Qué es necesario? Regenerar la democracia. Y ¿en qué consiste esa regeneración? En regenerar el PSOE. Y ¿por qué pasa que se regenere el PSOE? Que se vaya Sánchez y otro ocupe su lugar. Un ratón parió una hormiga.
Recientemente, otro ex, Alfonso Guerra, ha apuntado en el mismo sentido. Los militantes tienen que decidir entre Pedro Sánchez o el PSOE. Felipe González fue más sibilino. Comenzó su entrevista en El Hormiguero hablando de Trump y Putin, para meter a Sánchez en el mismo saco. Y se preguntó qué interés pueden tener sus socios, Puigdemont y Bildu, en que a España le vaya bien. Pero de nuevo, el problema es Pedro Sánchez, y todo lo que tenemos que hacer es quitárnoslo de en medio. Guerra incluso propone a un substituto, Emiliano García-Page. No es de extrañar que Sánchez le envíe electricistas.
«Hoy, como antaño, el PSOE identifica la democracia española con el propio partido»
Dos años hace de que Alfonso Guerra publicara La España en la que yo creo. Catilina disfrazado de Cicerón, como explicaba en otro artículo, Alfonso Guerra quería recuperar un «socialismo liberal» que nadie llegó a conocer. En fin, los yusofirmantes también hablan de la dignidad del PSOE; se deben de referir a la que mantuvo en la época de Franco.
Hoy, como antaño, el PSOE identifica la democracia española con el propio partido. Por eso la primera sólo necesita que se regenere regenerando el partido, y sólo es preciso que esté al frente la persona adecuada. Pero la democracia es otra cosa, y cambiar a una persona no es suficiente. Ese personalismo axial refleja, en el fondo, en qué consiste nuestra democracia: unos cuantos fulanos, que dirigen sus respectivas formaciones políticas, son los que deciden todo, y los que se reparten el poder y sus favores.
Pero el fulanismo no es suficiente. Hay que revisar nuestras falibles instituciones. Las que han permitido, sin apenas oposición, que una persona controle el Estado y sus resortes, se burle de la división de poderes, viole nuestros derechos, reparta los favores del poder entre los suyos, y erija una guerra contra jueces y fuerzas de seguridad del Estado, y contra los periodistas que no comen de su mano. Es Sánchez quien ha cumplido el programa de Alfonso Guerra. Montesquieu está muerto. Y a España no la reconoce ni la madre que la parió.
Son las instituciones lo que importa, no la persona de Pedro Sánchez. Porque Sánchez se irá; probablemente, a un país sin acuerdo de extradición. Pero la organización de expolio al margen de la ley, capitaneada por José Luis Rodríguez Zapatero, seguirá. Y cuando el nuevo gobierno (hechas las salvedades necesarias) se desgaste, el PSOE se volverá a regenerar, colocando a su frente a otro Sánchez. Volveremos a lo mismo. Y seguirán hablando de dignidad.
«Los viejos socialistas no dicen que no hay democracia sin alternancia, y que la derecha tiene tanta legitimidad como la izquierda»
Lo peor de las declaraciones de los viejos socialistas es lo que no dicen. No dicen que hay que acabar con el control de la justicia desde la política. No dicen que no hay democracia sin alternancia, y que la derecha tiene tanta legitimidad política como la izquierda. No dicen que los partidos controlan los grupos parlamentarios y que, desde el Congreso, controlan el Estado. No dicen que los ciudadanos sólo podemos decidir dónde se cortan las listas electorales que nos proponen, y que los diputados no son más que palancas que dependen de lo que digan los líderes de partido. No dicen que el Estado está comprando los medios de comunicación. O que los empresarios tienen que callar muy alto, porque el poder del Estado es tal que pueden hundir empresas y sectores enteros si alzan la voz. No dicen que hay una burocracia que se ha independizado del imperio de la ley, porque es la que controla los ingresos públicos.
Y no lo dicen, porque no creen en ello. En particular, jamás han reconocido la legitimidad de la derecha española. Aplauden que el Estado haga de su sectarismo con hambre atrasada una política pública, que confunde la historia con la memoria, y la memoria con el odio a todo lo que no sea de izquierdas. Son vírgenes en la defensa de una libertad de expresión sin condicionantes ideológicos; también en las aulas. Especialmente, en las aulas.
Tampoco creen en España. La unidad de España es un bien moral, como reconoció la Iglesia española en otro tiempo del que ya no se acuerda. Y es una fuerza moral que impone ciertos límites a la acción política, al puro y desnudo ejercicio del poder. No todo vale. Y acabar con la unidad de una nación varias veces centenaria, tampoco.
De modo que, con todos los respetos, hablar de echar a Sánchez no es suficiente. Para erigirse en un defensor de la democracia, el PSOE va a tener que enmendarse a sí mismo. Tiene que reconocer el carácter democrático del centro-derecha. Tiene que contribuir a que los políticos teman a los jueces, y no al revés (cosa que tampoco ha hecho hasta el momento el PP, por cierto). Tiene que reconocer que hay un solo demos, en el que estamos todos los españoles, sin exclusiones. Y, por último, una vez asumido todo eso, tiene que explicárselo a su grey durante años y años.