The Objective
Pilar Marcos

Pedro I, El Deletéreo

«Quizá el punto final lo ponga uno de esos impagables informes de la UCO o quizá lo haga una revuelta de lo que pueda quedar de votantes del PSOE»

Opinión
Pedro I, El Deletéreo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Muy pronto llegará el día en el que Pedro Sánchez dejará de formar parte de nuestras vidas. Quizá ocurra en unas pocas semanas o en algunos meses; puede incluso que se demore uno o más años… pero será muy pronto. Quizá el punto final lo ponga uno de esos impagables informes de la UCO o quizá lo haga una revuelta de lo que pueda quedar de votantes del PSOE, azuzados por esa jubilada dirigencia socialista que ganaba las mayorías absolutas de antaño. En algún momento ocurrirá: algo habrá que acabe de borrar del Gobierno a nuestro Pedro I, El Deletéreo, hoy mundialmente conocido como el nuevo Don Teflón (con permiso del capo John Gotti).

Sea lo que sea deberá culminar con unas elecciones que ratifiquen su salida y nos permitan una merecida celebración. Pero la previsible felicidad de ese día (que cada semana está más cerca) durará poquísimo. Quizá algo más de los pocos segundos entre la efímera declaración de independencia y su suspensión, anunciadas una detrás de otra por el gallardo Puigdemont aquel lejano octubre de 2017. Pero no mucho más. Durará el medio minuto que tardemos todos en ser muy conscientes de que el daño causado por El Deletéreo es inabarcable. Tan enorme que hará muy difícil su reparación. 

El daño es inconmensurable porque la maraña de corrupciones con la que la cuadrilla de Sánchez ha tejido estos años de nefando desgobierno infecta todos los ámbitos de la vida en España. La política, sí, claro, evidentemente. Y la economía, por supuesto. Y las instituciones, lamentablemente. Y las relaciones internacionales, también. Y las sociales. Y la vida diaria. Y las expectativas de futuro. Y también nuestro suelo moral… Todo. La corrupción comandada por la cuadrilla del Deletéreo ha hecho metástasis y lo infecciona todo. 

Lo más grave, sin duda, es la autoamnistía que acaba de avalar el quinteto que interpreta la cantata de Cándido Conde-Pumpido en el Tribunal Constitucional. Es la más dañina porque corroe la confianza en el pilar básico de nuestra democracia: el imperio de la ley. Hoy, el poder político ha demostrado su capacidad para borrar, a capricho, sus propios delitos: para autoamnistiarse a conveniencia. ¿Será declarado constitucional todo lo que en cada momento convenga? Sólo cuando al Deletéreo interese. 

La corrupción que acompaña a la autoamnistía ofrece un menú completo de esta funesta etapa. De aperitivo, la mentira, eso que nunca falte: son inacabables las declaraciones de cómo jamás se haría lo que, por supuesto, se ha hecho. De plato principal, unos personajes que rebajan a Los Soprano a generosas hermanitas de la caridad: vean a Santos Cerdán, presunto comisionista a tiempo parcial, fotografiado bajo un cartel golpista, y repasen su papel clave no sólo en la negociación de su provechosa autoamnistía a cambio de siete votos para su jefe, sino hasta en el anuncio de la fecha en la que el mago-Pumpido declararía su interesada constitucionalidad. Todo regado con un buen caldo: las recurrentes declaraciones puigdemónicas de los Turull, los Boye y demás compañeros mártires, confesándose orgullosos coautores de la tropelía que borra sus delitos. Y, de postre, la guinda de Pumpido, decidido a convertir al quinteto que le secunda en el Tribunal Constitucional como nuevo poder constituyente del régimen Deletéreo. Y, como determinado constituyente, ha mutado la Constitución sin necesidad de reformarla. Los «fundamentos jurídicos» del mago-Pumpido nos han desvelado que «el legislador puede regular toda materia que la Constitución no prohíba»… andan los entusiastas del canibalismo frotándose las manos. Gracias al mago-Pumpido, la Constitución española es hoy una norma líquida: ¿podía alguien imaginar mejor forma de liquidarla?

Acompañado por los destrozos leguleyos de Bolaños que han impelido a los jueces a ir esta semana a la huelga, el tinglado inconstitucional de la amnistía es el más grave daño a la democracia causado por estos años del Deletéreo. Pero lo que lleva los demonios a la gente del común no es esa corrupción. Es otra: la más cutre. Esa que debería resultarnos familiar tras aquella acrisolada afición del socialismo andaluz de emplear el dinero de los parados en putas y cocaína… tras asar una vaca. Y conviene recordar que de limpiar el escándalo de los ERE también se encargó el mago-Pumpido. 

En estos meses de plazo para pagar el IRPF, con todo hijo de vecino haciendo cuentas, El Deletéreo nos ha regalado una insuperable campaña de la renta: «Paga tus impuestos; paga mis sobrinas». Reconozcámoslo. El eslogan actual es más sólido que aquel mendaz «Hacienda somos todos». Y más sincero, pues a unas chicas tan finas no se las debe llamar prostitutas. Ni siquiera meretrices. Y lo de scorts solo lo entienden quienes tienen un nivel de inglés cercano al del gran Pedro. Mucho mejor «sobrinas por catálogo». Además, con toda su indigna desvergüenza, el escándalo de tan inefables sobrinas nos tiene tan entretenidos que olvidamos que solo son (como diría Ábalos) «el chocolate del loro» de la maraña de la corrupción. 

La corrupción más basta oculta el vasto engranaje de la gran corrupción. Esa que encarece la obra pública con mordidas y Cerdan-didas: ¡qué eficiencia para la eficacia extractiva la de este socio menor de una recurrente UTE! Esa que habría burlado las sanciones al régimen dictatorial de Nicolás Maduro, comprando –de forma fraudulenta– petróleo a Venezuela en una trama que incluía el impago del IVA en España y, además, en la que –quizá, quién sabe– podría haber tenido algún que otro papel el expresidente Zapatero. Esa que –por lo que sea– deja sin recursos a los guardias civiles que luchan contra el narco en el Estrecho, lo que costó la vida a dos de ellos en febrero de 2024 en Barbate. Esa que no pide ayuda al Frontex para reforzar la vigilancia de las costas canarias a las que son llevados, por centenares, los inmigrantes irregulares. Esa que empiezan a vigilar las autoridades europeas por el posible mal uso de los millonarios fondos europeos que tendremos que devolver. Esa que incluye el desembarco del poder político en las empresas del Ibex, y en lo que haga falta… Ese vasto engranaje de corrupción que desprestigia la democracia a los ojos de la gente y que –en términos materiales– tiene consecuencias tan antipáticas como que los salarios reales en España sean hoy más bajos, y soporten más impuestos, que antes del funesto advenimiento de nuestro Pedro I, El Deletéreo

Menos mal que queda poco. Quizá semanas, o unos meses, o (en el peor de los casos) algún que otro año. Después llegará (casi) lo más complejo: intentar reparar todo el inmenso daño acumulado si –para entonces– los españoles no han decidido perder toda esperanza. Evitar la desafección generalizada será una tarea aún más ardua que la futura reparación, porque sólo podrá apoyarse en la siempre frágil confianza. Y El Deletéreo trabaja para mutualizar la infinita desconfianza que él –con su cuadrilla– se ha ganado a pulso. 

Por eso, todo lo que queda será más que difícil. 

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