The Objective
Jorge Mestre

Del «Pedro, quédate» al «Pedro, apártate»

«Ferraz quiso repetir la foto de la militancia entregada, pero los autobuses se vislumbraron vacíos y las pancartas guardadas»

Opinión
Del «Pedro, quédate» al «Pedro, apártate»

Ilustración de Alejandra Svriz.

La historia ya no la escriben los vencedores, la redactan a golpe de tuit los que aún no han borrado el historial. Y en el PSOE, hoy, no hay vencedores ni vencidos: sólo un silencio denso como el caldo de un cocido recalentado. El Comité Federal se anuncia como una misa sin cura y sin creyentes, con los feligreses huyendo por la sacristía antes de que empiece el responsorio. Al altar subirá Pedro Sánchez, solo, rodeado por un coro de devotos con el rabillo del ojo puesto en la puerta —o en una ventana—, murmurando el «Yo con Pedro»… aunque muchos preferirían hacerlo desde casa, con la persiana bajada, la tele en mute y el móvil en modo avión.

Lo de Santos Cerdánel yesero político de Moncloa— lo sabemos todos. Ha sido como ver al mayordomo del cortijo llevándose las llaves del jamón. El juez ha visto más peligro en él que a Ábalos en un after. A prisión sin fianza. Se le vio serio, en silencio, como el padrino del convite que ha perdido el sobre. Ni abrazos, ni banderas. Ni uno del partido fue a despedirlo. A lo sumo, un vecino que bajó la basura.

Acusado de liderar una trama de corrupción, Cerdán ha pasado de colocar piezas en la ejecutiva socialista a ser pieza de un puzle judicial con forma de organización criminal. Y claro, cuando se te cae el número tres, no puedes seguir bailando como si nada. Pero en Ferraz, en vez de música fúnebre, decidieron poner la batucada.

A alguien se le ocurrió que la solución era fletar autobuses con dirección a la sede. No para protestar, no para exigir limpieza o explicaciones, sino para arropar al líder. Pedro el resistente. Pedro el ungido. Pedro el incomprendido. Pedro Sánchez, ese hombre capaz de estar por encima del bien, del mal y de la UCO.

«En el PSOE ya no queda sitio para el asombro. Todos sabían, todos callaron. Y ahora, todos borran. De móviles, de ordenadores, de memoria. Es el síndrome del perchero vacío: se cae una chaqueta y todos miran si es la suya»

La consigna era clara, llenar Ferraz de militantes para convertir el Comité Federal en una suerte de Pedrofest, una comunión de puño en alto, eslogan en vena y pancarta reciclada del «Pedro quédate». Solo que esta vez Pedro no se había ido. Era Cerdán el que se había mudado… a Soto del Real.

Pero España es muy suya. Y el militante medio, aunque fiel, también es cauto. Nadie quiere bajar de León o subir desde Jaén para acabar aplaudiendo junto a cuatro gatos. Porque las bases no están para farolillos ni para excursiones. La moral no da ni para la ida, y mucho menos para la vuelta. El entusiasmo no se puede decretar por WhatsApp.

Entonces, siguió el sainete: Ferraz desconvoca lo que nunca había convocado. Cristina Narbona —que un día fue ecologista y hoy es bombera de crisis sanchistas— pidió frenar la movilización «espontánea». La consigna ya no era «nos vemos en Ferraz», sino «mejor lo dejamos para otro día». Una prudencia que no existía cuando se colaban adjudicaciones por la puerta de atrás.

No hay manera de llenar una plaza si todos miran al suelo. El militante ya no está ni para aplaudir ni para señalar. Solo para rezar en voz baja que no le llamen como testigo.

Sánchez, mientras tanto, repite que respeta a la justicia. Como quien dice que respeta a su suegra, pero no la invita a cenar. Habla de contundencia, como si no fuera él quien puso a Cerdán en la sala de máquinas. Como si el secretario de Organización fuera una figura decorativa, y no el tipo que sujetaba los andamios del poder sanchista mientras los demás se asomaban al balcón.

En el PSOE ya no queda sitio para el asombro. Todos sabían, todos callaron. Y ahora, todos borran. De móviles, de ordenadores, de memoria. Es el síndrome del perchero vacío, se cae una chaqueta y todos miran si es la suya. La moral anda en fuga, como los papeles que, según el juez, aún puede destruir Cerdán desde una llamada de teléfono o un correo que olvidó borrar.

Y los que ayer jaleaban su liderazgo hoy ensayan a solas su declaración de distancia. Como los niños que tiran la piedra y se esconden tras el árbol. Pero hay algo que no saben: que el barro no salpica solo a los zapatos del que pisa el charco. Aquí todos tienen los bajos manchados. Y las fotos, las cenas, los «compañero Santos» quedarán en los álbumes que ahora corren a esconder en el trastero.

En Ferraz se habla de cerrar heridas con discursos y hashtags. Pero hay heridas que no cicatrizan con pegatinas. Y esta supura por dentro. Es una infección que ha llegado al corazón del aparato. Y cuando el corazón se gangrena, no basta con amputar el dedo.

Ya no hay muchedumbre que salve a Pedro ni autobús que lo devuelva al centro del relato. Se ha roto la magia. Se ha roto el teatro. Queda el telón a medio caer y los tramoyistas buscando salida por la puerta de emergencia. Y el cartel de «Yo con Pedro» ya no vende ni en los mercadillos.

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