Hasta el primer puñetazo
«A Topuria no se le perdona el éxito ni el merecimiento. Es más fácil cuestionar al que consigue llegar arriba. En esto y en todo»

Ilia Topuria asesta un 'jab' a través de la guardia de Charles Oliveira. | Alejandro Salazar (Zuma Press)
Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo. La frase, que seguro le suena, habla sobre la imprevisibilidad de la vida, sobre nuestra incapacidad para domesticar los días. La pronunció Mike Tyson en 1987, en una rueda de prensa antes de enfrentarse a Tyrell Biggs. A un periodista que le preguntó si le preocupaba la estrategia de su rival, Tyson le respondió sin levantar la voz y sin quitarse la cazadora de cuero: «Everybody has plans until they get hit for the first time».
Es una frase con hondura, porque el boxeo es un deporte abisal. Tyson hablaba de lo que pasa cuando el mundo se desmorona, cuando la teoría no aguanta el primer derechazo de la práctica, cuando el miedo o el temblor nos sacan del guion. En el cuadrilátero, como en la vida, nada resiste intacto después del primer golpe.
Aquella noche, en la Trump Plaza de Atlantic City, Biggs intentó ejecutar su plan. Tenía altura, tenía técnica, tenía estrategia. Pero Tyson tenía hambre. Un directo de izquierda y un gancho a las costillas fue su presentación. En el séptimo asalto, después de dos caídas y varios golpes con eco en el auditorio, el árbitro detuvo el combate. Nocaut técnico. Victoria para Tyson, que ya era leyenda. Y una enseñanza que sobrevive todavía hoy, y más allá del boxeo: nadie sabe realmente lo que vale hasta que le parten la cara. Metafóricamente o no.
Cada tiempo tiene sus campeones. El de ahora se llama Ilia Topuria. Es un ganador, un luchador infatigable, un matador sereno. Nació en Alemania. Sus padres son georgianos. Pero lleva años en nuestro país y es, y se siente, español. Su victoria por el título del peso ligero contra Charles Oliveira levantó una polvareda en redes sociales y tertulias. Le está pasando a las Artes Marciales Mixtas lo que ya le pasó al boxeo, que la popularidad terminó siendo perjudicial. Cuanta más gente se sume, cuanta más afición, cuanto mayor interés informativo, más detractores, moralistas y melifluos.
El ruido y la afectación vinieron por los golpes finales. Oliveira ya estaba en el suelo y Topuria, como mandan los cánones del octágono, remató hasta que el árbitro intervino. Algunos lo llamaron salvaje. Hubo quien pidió censura y que se condenara esa barbarie. Es una incitación a la violencia, dijeron. ¿A qué sociedad aspiramos cuando se aplauden las victorias y el sometimiento? Con lo fácil que es victimizarse y repetir una y otra vez las minúsculas penas. Ya… lo de siempre: juzgar sin entender. Despreciar al que pelea, al que arriesga, al que triunfa. Verlo como una amenaza a nuestro diminuto y acomodado mundo.
«En el fondo, lo de siempre: el totalitarismo cultural del que pretende prohibir todo lo que no le gusta»
Topuria no es un bárbaro. Es un atleta. Entrena como un monje, se alimenta con contención, entrena hasta el vómito. Ha dicho que no le molesta la crítica, que está acostumbrado. Que el deporte que practica es reglado, que tiene normas, que tiene árbitros, que cada contendiente sabe a qué se enfrenta. Que no es violencia, sino agresividad controlada. Como dijo el púgil y entrenador Jero García, «la agresividad es algo que llevamos dentro, pero la violencia viene de ‘forzar a alguien’. En cualquier deporte de contacto no se fuerza a nadie, punto y pelota… ¿pueden dejar de opinar sobre violencia quienes no tienen ni idea?».
Porque no es lo mismo el golpe que hiere que el golpe que compite. Porque en el boxeo –la UFC tiene mucho de boxeo, hay respeto– hay empatía y hay, sobre todo, valentía. Para salir allí. Para pisar la lona. Para exponerte al dolor y a la decepción. Para sentirte aliviado si suena la campana. Para fallar. Para que meses de preparación no hayan servido para competir más allá del primer round. ¿Y no es un deporte aquella práctica física que exige talento, dedicación y disciplina?
En el fondo, lo de siempre: el totalitarismo cultural del que pretende prohibir todo lo que no le gusta. Hoy las MMA, mañana los toros, pasado la corbata, o lo que se les ocurra. El país del juicio permanente, incapaz de disfrutar sin necesidad de emitir sentencia. Como si la vida necesitara estar constantemente explicada. Como si todo tuviera que pasar por el filtro de la corrección. De una corrección fofa, teatralizada, perezosa…
Pero hay cosas que no se pueden explicar. Que se viven. Como un derechazo a tiempo. Como una victoria construida piedra a piedra. Como un K.O. en el séptimo asalto. Como la certeza, tan simple, tan antigua, de que todo el mundo tiene un plan… hasta que recibe el primer puñetazo. A Topuria no se le perdona el éxito ni el merecimiento. Es más fácil cuestionar al que consigue llegar arriba. En esto y en todo.
«El boxeo es una educación emocional y un manual de vida»
El boxeo es el deporte que más se parece a la vida. Por eso algunas de las mejores películas de la historia hablan de luchadores y de nudillos en carne viva. Por eso Tyson habitó la tragedia. Por eso Urtain o Poli Diaz. Por eso Foreman cayó en Kinshasha. Mientras ellos se anudaban los guantes, desde el sofá de casa una dócil manada pontificaba.
No te tiene que gustar el boxeo, no te tienen que gustar los deportes de contacto, pero negar su impacto cultural, sentimental y deportivo, es hacer más caso al prejuicio que al juicio. El boxeo es una educación emocional y un manual de vida. Faltan preguntas y sobran respuestas. Prohibir es negar el disfrute ajeno. Es imponer nuestra mirada a la mirada de los demás. Estamos atrapados en una sociedad de plañideros, de escandalizados, de oportunistas. Todo por el aplauso. El aplauso flácido de los de siempre.
Topuria ganó como se gana. Tyson ganó como se gana. Con sudor y sangre y la tensión de las cuerdas en la espalda y el pálpito en la ceja y la visión nublada. Ese es el plan. Ganar. Aunque uno se deje el corazón y los amigos en el camino. Aunque uno se tope con una inquisición blanda, con el desprecio y con una jauría desdentada de columnistas y tuiteros.
Hay más verdad en un gimnasio de boxeo que en muchas cenas de vino caro y gafas redondas. «En una antigua cochera acondicionada, que habla en morse al barrio con los golpes de los sacos», escribió David Gistau de uno de estos templos de barrio para el golpe y la esquiva. Ahí donde se forjan mujeres y hombres que sangrarán, llorarán y levantarán victoriosos los puños. Con ellos voy yo. Con su verdad y con su entereza.