The Objective
Ricardo Cayuela Gally

Ucrania, el peligro de olvidar la guerra

«Pocos libros pueden ayudar más a la desorientada opinión pública española como ‘Ahora y en la hora’»

Opinión
Ucrania, el peligro de olvidar la guerra

Ilustración de Alejandra Svriz.

Héctor Abad Faciolince tiene la varita mágica de los clásicos. Es capaz de transformar un drama privado en una catarsis colectiva. En El olvido que seremos (Alfaguara), al narrar el asesinato de su padre, logró propiciar una rebeldía social contra el sinsentido de la violencia colombiana y ayudó a hacer posible el plan de paz de Juan Manuel Santos. La absurda e injusta muerte de Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario, activista de derechos humanos y figura pública crítica de la violencia estatal y paramilitar en Colombia, se convirtió en la absurda e injusta muerte de todas las víctimas de la violencia en su país. Esa es la fuerza de la literatura: convierte la orfandad propia en universal.

La vida le tenía reservada, tristemente, otra tragedia a Héctor Abad Faciolince, que ha sabido encarar con la misma profundidad emocional e integridad intelectual que el crimen de su padre: ser testigo de primera mano de la guerra de Ucrania. En Ahora y en la hora (Alfaguara) cuenta el asesinato de la escritora Victoria Amélina, con la que compartía mesa en una pizzería de Kramatorsk, a sesenta kilómetros del frente, cuando un misil balístico ruso acabó con su vida. Es la crónica de ese desdichado viaje a Ucrania en guerra y su fuerza evocativa es la misma que la de El olvido que seremos: logra alertar sobre el sinsentido de la violencia rusa en Ucrania, y lo que el mundo se juega en una guerra que peligrosamente ha dejado de ser noticia

El libro de Abad Faciolince es una expiación de la culpa del superviviente; una guía de lectura sobre la trágica historia ucraniana (de Vasili Grossman a Timothy Snyder, de Phillipe Sands a Anne Applebaum); un homenaje al periodismo de guerra, que encarna la periodista Catalina Gómez, y una vindicación del aporte que puede hacer la sociedad civil, que encarna Sergio Jaramillo, negociador colombiano con las FARC y motor de la iniciativa «Aguanta Ucrania», la toma de postura de algunos intelectuales hispanoamericanos en defensa de la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Catalina y Sergio convencieron a Héctor de alargar su viaje a la feria del libro de Kiev a otras zonas de Ucrania, más cerca del frente de guerra, como una forma de hacer aún más explícito su apoyo a este desdichado país. A la escapada de los tres colombianos se unió, no sin resistencia, Victoria Amélina, incitada por la valentía de los tres extranjeros de visita en su país. Héctor, Sergio y Catalina, gracias al azar que rige la existencia, sobrevivieron al artero ataque ruso sin ningún objetivo militar; Victoria, no. En Ahora y en la hora, la voz de Victoria Amélina, silenciada por Putin, resurge plena gracias al demiurgo en que se ha convertido, contra su voluntad, Héctor Abad Faciolince.

Informática de formación, y narradora de literatura infantil de vocación, Amélina se trasformó, tras la invasión de su patria, de una europea despreocupada en una valiente relatora de los crímenes de guerra rusos y de una novelista introspectiva en una activista internacional contra la invasión. Victoria Amélina era originaria de Leópolis, la ciudad ucraniana en la que transcurre su novela Un hogar para Dom. Leópolis conjuga la grandeza y la tragedia de estas «tierras de sangre», víctimas sucesivas del Holodomor estalinista y de la Shoah. Vieja capital de la Galitzia austrohúngara, punto de encuentro entre polacos, ucranianos, alemanes y judíos, Leópolis vio nacer a Rafał Lemkin y Hersch Lauterpach, brillantes juristas internacionales. El primero acuñó el término «genocidio» y el segundo, «crímenes contra la humanidad», los dos nuevos conceptos jurídicos con que la humanidad hizo frente, en los juicios de Núremberg, a la criminalidad totalitaria de los nazis y que también se ajustan a la vesania de Putin.

En la Unión Soviética, y ahora en Rusia, el poder ha estado siempre en manos de los servicios secretos, salvo en el breve paréntesis de Gorbachov y Yeltsin. Obedece a una ecuación casi matemática. La sociedad es controlada por el Estado, que a su vez es dominado por los servicios de inteligencia. El comunismo es el triunfo de Fouché. Sin oposición, sin opinión pública, sin independencia judicial, sin democracia, la lucha por el poder sucede en la sombra, es descarnada y propicia el ascenso de los peores. Por eso hay una línea de continuidad de Dzerzhinski a Putin. Catherine Belton lo documenta en Los hombres de Putin, la investigación periodística que relata cómo la KGB se apoderó de la incipiente Rusia democrática para regresarla a la lógica del poder absoluto.

Para la mafia que dirige Rusia, la Guerra Fría no ha terminado. La razón de Estado de Rusia hoy es derrotar a Occidente, culpable de la humillación que significó el colapso de la Unión Soviética, que enmascaraba al viejo imperio zarista. A este propósito de vindicación nacionalistas sirven todos los métodos: desde el asesinato de disidentes y periodistas hasta las acciones de comando mercenario, desde la compra de voluntades hasta la guerra de propaganda, desde alianzas contra natura hasta la interferencia directa en las elecciones de países soberanos. Esa es la lógica detrás de la invasión rusa de Ucrania: recuperar las fronteras del imperio y derrotar a Occidente, enredado en su propia decadencia y acosado desde dentro por sus propios fantasmas. No es casualidad que la extrema derecha y la extrema izquierda de Europa, así como los obtusos nacionalistas periféricos, tengan en Putin a su mínimo común denominador.

Europa no puede enfrentar abiertamente a Rusia, un gigante herido con miles de cabezas nucleares por sus venas voraces, prisionero de un discurso xenófobo y revanchista. Y menos tras la llegada de Donald Trump al poder, otro cómplice de Putin y cuya ceguera estratégica está además lastrada por sus intereses empresariales y turbio pasado. Pero sí puede, al menos, hacer un diagnóstico exacto de lo que enfrenta. Y pocos libros pueden ayudar más a la desorientada opinión pública española como Ahora y en la hora.

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