The Objective
Jorge Vilches

Una ayudita a Sánchez

«Solo si sus votantes piensan que la corrupción es consustancial al sistema no castigarán a Sánchez en las urnas, permitiendo así que continúe el tirano corrupto»

Opinión
Una ayudita a Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ahora que el sanchismo está ahogado en corrupción, los de siempre sueltan que el problema es la democracia del 78, mal concebida y que permite que haya corruptos. Otros, plagiando a Pío IX y a Félix Sardá, afirman que la culpa es del liberalismo, que santifica el pecado original sin darse cuenta de que el hombre es malo por naturaleza. Yo les haría una pregunta. ¿No se os ocurre otra cosa de cuñado para echar una manita a Sánchez?

La única salvación del sanchismo es decir que la corrupción es general, no solo del PSOE, y que el PP ha robado, roba y robará. Ante este argumento cómico, los vanidosos y oportunistas no tienen otra ocurrencia que animar a la gente a que mire hacia otro lado. El favor que hacen a Sánchez es bastante mensurable. Solo si sus votantes piensan que la corrupción es consustancial al sistema no castigarán a Sánchez en las urnas, permitiendo así que continúe el tirano corrupto que sufrimos. De hecho, ya ha ocurrido. Pasó con el PSOE en la agonía del felipismo. 

En estos casos conviene recordar que siempre es mejor la experiencia que el experimento. Más vale corregir mirando al pasado que aventurar grandes proyectos que solo el papel soporta. La historia nos enseña que aquí y en cualquier otro país democrático, si el corrupto sale impune de la justicia y de las urnas, si no es sentenciado o los electores le ponen en su casa, el sistema entero se deteriora. La impunidad destruye la confianza en el Poder Judicial y en el carácter reparador de los comicios, y es entonces cuando la comunidad rompe su vínculo con la democracia.

Podemos pensar, porque es cierto, que el sistema del 78 permite tropelías. Será el momento de darle vueltas a su corrección, debatir, opinar y proponer reformas para el bien común de esta comunidad a la que llamamos España. Pero no parece muy inteligente perder de vista justamente ahora la única verdad que no admite opiniones: Sánchez es el Número 1 de una trama que tiene a Zapatero como el hombre en la sombra. Otras democracias ya han pasado por cosas similares, y la reacción es bien sencilla: echar o condenar al corrupto, y que el nuevo gobierno legisle tratando de evitar que ocurra otra vez. Esta corrección no funciona para siempre y en toda circunstancia, claro, porque el crimen siempre se abre camino. Sostener lo contrario, la imposición mágica de un régimen sin fallos que nos lleve a la gloria eterna, es caminar por el sendero de los virtuosos, que solo tiene dos paradas: el ridículo o la dictadura.

Mandeville escribió hace más de 200 años que el problema de ciertos escritores -intelectuales, diríamos hoy- es que dicen a la gente lo que deben ser, cómo han de organizarse y vivir, pensar y juzgar, pero sin contar que somos imperfectos y cometemos errores. Por eso es necesario ir a lo práctico siendo tan realistas como pesimistas. Lo que toca es echar al tirano corrupto, que paguen los que metieron la mano en la caja y en la faja, y que el que llegue al poder establezca normas para que el crimen y la deriva autoritaria sean más difíciles. Todo esto asumiendo, claro, que habrá corruptos y candidatos a tirano porque la política y la vida pública son así.

«La corrupción no es solo un síntoma de decadencia, sino que es un vector de consolidación del poderoso corrupto»

Entiendo a los revolucionarios de mesa camilla y a los pensadores de tinta fácil que diseñan paraísos cuyo cumplimiento dejan a la voluntad, no a la razón, y que siempre ven frustrados por intereses oscuros o conspiraciones novelescas. Ese utopismo, y el pensamiento ideológico que lo acompaña, son los que permiten la degradación de una comunidad política democrática.

Esta enfermedad se ha agravado desde que el sistema entró en crisis hace más de una década. El fruto ha sido la aparición de indeseables en la escena pública, como Sánchez, Pablo Iglesias y tantos otros, el encanallamiento de algunas instituciones y de cierta prensa, y la corrupción política y económica sin precedentes. Como ha escrito Pier Paolo Portinaro, la corrupción no es solo un síntoma de decadencia, sino que es un vector de expansión y consolidación del poderoso corrupto.

Ya sufrimos al equipo de opinión sincronizada hablando de la «máquina del fango» de «bulos» y «pseudomedios» cuando la prensa libre, como THE OBJECTIVE, destapó las andanzas de los corruptos del sanchismo. No caigamos ahora en la tentación de desviar la atención hablando de la culpabilidad del sistema o de la responsabilidad del «liberalismo pecador», porque es hacerle un favor a un tirano corrupto que se hace la víctima. 

Publicidad