El momento de la verdad
«Cabe preguntarse si una filosofía escéptica, centrada en la gestión, puede ofrecer el tipo de certezas que una sociedad en decadencia necesita»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Me interesa la etimología de las palabras: krísis, en griego antiguo, significaba «decisión», «juicio». Nosotros diríamos que la crisis es el momento de la verdad. Sería el caso del actual Gobierno de Pedro Sánchez, asediado por las ramificaciones de una maquinaria que ha hecho de la mentira un estilo político. La crisis, en este caso, abre un horizonte de juicio sobre el partido: no sólo –y de forma hipotética– por medio de los tribunales, sino sobre todo a través de la ciudadanía una vez se convoquen las próximas elecciones generales.
Pero la crisis contemporánea va mucho más allá de las corruptelas de nuestro gobierno y apunta más bien a una escala global. Esta es la tesis que mantiene Robert Kaplan en su ensayo Tierra baldía, en el que retrata una época en zozobra permanente: un lugar y un tiempo donde se desmoronan los grandes imperios y donde las grandes tecnologías de la información –juntamente con la globalización económica– han «encogido la geografía» hasta el punto de convertir cada conflicto lejano en un asunto que nos concierne.
Estados Unidos, Europa, China y Rusia viven su particular juicio, como consecuencia de la acumulación de errores cometidos. Pensemos en Alemania, por ejemplo, tras los años fallidos de Merkel. Apostó por la protección militar de la OTAN, la energía rusa y el comercio con China, a la vez que exigía austeridad a sus vecinos del sur. Ahora ya podemos cuantificar –incluso a través del PIB– el precio a pagar por sus políticas. La invasión de Ucrania despertó a todo el continente del sueño kantiano de la paz perpetua. Vuelve el leitmotiv clásico del poder, que no es sino la dicotomía entre amigo y enemigo.
China vive atrapada por la tensión nacionalista de cualquier imperio creciente, mientras la demografía empieza a jugar en contra del crecimiento ilimitado de periodos anteriores. Casi como si fuera un axioma, cabe afirmar que el autoritarismo tecnocrático en el que han caído las elites chinas no puede tener la última palabra.
La lista de desafíos contemporáneos (Israel, Irán, las diversas variantes del populismo, los agujeros presupuestarios y el hiperendeudamiento, el neofeudalismo que se inicia con el despliegue de las empresas puntocom…) trascienden la actual coyuntura. Sugieren una crisis ideológica o espiritual en la medida en que las tradicionales fuentes de sentido han colapsado o han dejado de ser significativas.
«La historia nos sugiere que estos periodos de crisis permanente sólo se resuelven recuperando un sentido de la verdad»
Por eso tiene sentido preguntarse, como hace José María Marco en Después de la nación: ¿qué queda de una nación cuando se ha abandonado la idea misma de nación? No se trata de una cuestión retórica. Señala la dificultad creciente de imaginar una comunidad política cuando ya no compartimos un relato ni un destino.
Kaplan defiende aún la esperanza de un retorno liberal, en el sentido más noble de la palabra. Pero cabe preguntarse si una filosofía escéptica, centrada en la gestión, puede ofrecer el tipo de certezas que una sociedad en decadencia necesita. La historia, si algo nos sugiere, es que estos periodos de crisis permanente sólo se resuelven recuperando un sentido de la verdad.
¿Qué verdades nos sostendrán en el futuro? ¿Qué respuestas sabremos dar a la crisis o a las crisis contemporáneas? El tiempo lo dirá. Pero lo que se intuye es que necesitamos revivir un propósito noble que nos conduzca hacia un horizonte mejor. El resto, sencillamente, lo podemos llamar vagabundeo. Poco más.