The Objective
Jorge Mestre

Sánchez levita en el cubo de basura

«Ruz y Sánchez se sentaron en la misma cabina de Estado. Tal vez allí, el presidente le susurró la receta infalible: di una cosa y haz la contraria»

Opinión
Sánchez levita en el cubo de basura

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pedro Sánchez compareció en el Congreso con el aplomo de un telepredicador reciclado para el prime time. Se envolvió en la bandera de la dignidad institucional como quien se pone un albornoz limpio después de un baño en el vertedero. No asumió responsabilidades ni ofreció explicaciones: simplemente levitó.

Lejos de ensuciarse con los hechos, el presidente se elevó sobre ellos. El caso Ábalos-Koldo-Cerdán no le salpica, le inspira. Las comisiones millonarias no le afectan; le entristecen. Y de los contratos amañados no sabía nada, pasaba por allí. Se limitó a deslizar que todo era «una campaña», con el barro chorreando por los bordes del escaño.

Mientras tanto, en otro rincón de la farsa, la constructora Levantina Ingeniería y Construcción (LIC), epicentro empresarial del escándalo, presumía de ejemplaridad. En 2022 aprobó un manifiesto ético tan riguroso que, si lo hubieran aplicado de verdad, hoy no estarían en los juzgados, sino en los altares. Prohibía sobornos, regalos, pagos en metálico, relaciones opacas con autoridades públicas, e incluso los «pagos de facilitación». El manual de la empresa era tan puro como sus negocios eran turbios.

Y ahí empieza la poesía: mientras imprimían su proclama contra la corrupción con tipografía sueca, el gerente de LIC, José Ruz, coordinaba adjudicaciones con teléfonos desechables, apodos en clave y cafés muy caros. Firmaba contratos por WhatsApp y pactaba comisiones como quien pide una caña: rápido, directo y sin recibo. Uno hablaba de transparencia, el otro de porcentajes. Uno lo escribía en PDF; el otro lo ejecutaba en B.

Lo sublime llega cuando uno pone en paralelo la homilía de Sánchez y el decálogo de LIC. Es el nexo común. Porque Ruz no solo compartía negocios con el poder: compartía avión. Fue el único empresario no vinculado al Ibex que acompañó a Pedro Sánchez en su viaje oficial a Argel. Volaron juntos. Se sentaron en la misma cabina de Estado. Tal vez allí, entre canapé y confidencia, el presidente le susurró la receta infalible: di una cosa y haz la contraria. Uno en política, otro en obra pública. ¿Resultado? Milagro diplomático, su deuda con Argelia se redujo cinco millones. Mientras el país sufría la pandemia, su empresa cerraba con beneficios.

A los ciudadanos nos toca no perder el olfato. No resignarnos al perfume institucional del cinismo. No aceptar que esto es lo que hay.

Y aquí estamos, con un presidente que levita y una empresa que predica, mientras el país chapotea. El escándalo ya no es noticia. Es atmósfera. La corrupción no sorprende, se gestiona. Ha aprendido a disfrazarse de gestión. El saqueo tiene protocolo. Y el saqueador, manifiesto ético. Lo que antes se hacía en el cuarto oscuro, ahora se firma en PDF. Lo llaman buen gobierno. Pero es solo teatro.

El problema no es que haya casos. Es que el sistema los digiere sin pestañear. Cada mordida se vuelve anécdota. Cada adjudicación sospechosa se tapa con un titular tibio. Y cada vez que el hedor asoma, alguien sube el volumen de la orquesta para que nadie lo huela.

Por eso, si todo esto se resuelve con una sanción menor, una portada disimulada y un «caso cerrado» a media voz, el sistema no estará funcionando. Estará descomponiéndose. Porque esto no es un accidente. Es un método.

Hace falta algo más que cinismo para soportar esta farsa. Hace falta talento. El talento de convertir una trama de adjudicaciones en una anécdota de sobremesa. El talento de vender que lo grave no es la corrupción, sino que se sepa. Y sobre todo, el talento de predicar con una mano mientras se cobra con la otra. Eso sí que es transversalidad: un manifiesto anticorrupción en una mano y una mordida en la otra.

A los ciudadanos nos toca no perder el olfato. No resignarnos al perfume institucional del cinismo. No aceptar que esto es lo que hay. Y a quienes investigan, a quienes juzgan, a quienes escriben, nos toca hacer el trabajo. Sin pausa, sin miedo, sin espectáculo. Porque si esta montaña de estiércol solo entierra a un Santos Cerdán, entonces no habrá justicia: habrá compost.

Y cuidado. Porque el compost, con tiempo, también se usa para sembrar. Lo que crece después, no siempre es trigo. A veces es más mierda.

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