¿Por qué sólo expulsar a ocho millones?
«Las ‘repatriaciones masivas’ de moros y sudacas que propugna la diputada Rocío De Meer son calco de una de las medidas más inhumanas que ha aplicado Trump»

Ilustración de Alejandra Svriz
El otro día, en la tasca de un pueblo gallego, escuché a un señor, ya entrado en años, que por su forma de explicarse parecía bastante ilustrado, pero que debe de tener lo que suele llamarse un «carácter fuerte», porque se puso a despotricar contra no sé qué desafuero que habían cometido las autoridades; empezó a excitarse y de pronto exclamó: «No tenemos remedio. Tendríamos que desaparecer del mapa. Una bomba y pum, todos fuera, yo incluido, no debería quedar ni uno, no servimos para nada, todos tontos», etc.
Parecía que su indignación venía de lejos. Me puse a pensar que por más que detestes a tus vecinos, y a ti mismo, estas ideas es mejor no verbalizarlas, no sea que por acto de magia o por una conexión insospechada con el Altísimo el deseo se cumpla, de forma fulminante, y precisamente cuando yo estoy allí.
Ya sería mala suerte. Por si acaso, salí en seguida de la taberna.
Al salir iba pensando en la diputada Rocío de Meer, que ha afirmado en rueda de prensa que, en España, «de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país, más o menos, más de siete millones –porque tenemos que tener en cuenta la segunda generación–, ocho millones de personas han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo». Según De Meer es «extraordinariamente difícil» que todas esas personas puedan adaptarse a los «usos y costumbres» españolas, de manera que «todos estos millones de personas que han venido hace muy poco tiempo a nuestro país y que no se han adaptado a nuestras costumbres y en muchísimos casos además han protagonizado escenas de inseguridad en nuestros barrios y en nuestros entornos tendrán que volver a sus países».
Esos inmigrantes que no se ajustan a nuestros «usos y costumbres» espero que no incluyan a mi asistenta por horas, que es peruana y vive en una habitación alquilada que comparte con su hijo: un uso y costumbre muy poco español, desde luego. Pero sin ella no sé qué haría. Como la eches, Rocío, nos veremos las caras.
«Hablando de los ‘usos y costumbres’ diferentes de los nuestros: también los tienen los catalanes. Véase que prohibieron los toros»
Estas «repatriaciones masivas» de moros y sudacas que propugna la señora diputada son calco de una de las medidas más repugnantes e inhumanas que ha aplicado en los Estados Unidos el presidente Trump, turbio espejo en el que se mira la señora De Meer y su partido…
Aunque claro, ese proyecto de «expulsiones masivas» que acaricia la señora De Meer tiene también su lado bueno: si se cumplieran sus designios, tendríamos siete millones de ciudadanos menos. El problema de la vivienda y el del paro se verían notablemente reducidos, y el Estado se ahorraría miles de millones de euros, que podrían invertirse en reducir la deuda pública o en comprar las armas que nos reclama la UE y la OTAN. Las colas en los hospitales serían mucho más cortas. Ahora bien, si a esos siete u ocho millones le sumamos además los 2,7 millones de gallegos que el señor de la taberna quisiera que desaparezcan, ya nos quedamos en 36 o 37 millones.
Hablando de los «usos y costumbres» diferentes de los nuestros: también los tienen los catalanes. Véase que prohibieron las corridas de toros, que no hay uso y costumbre más netamente española. Esa gente no encaja, y siempre está incordiando con sus injustificadas pretensiones de superioridad. Fuera con esos petulantes. Seis o siete millones menos. Que se vayan a Atenas y Neopatria, serán allí muy bien recibidos.
Fuera también los vascos, que tienen usos y costumbres muy diferentes a las nuestras, los aizkolaris, los dantzaris y además la tradición del asesinato de los disidentes y españoles irredentos, con la que han atornillado los privilegios del cupo. Dos millones y pico menos. Que se vayan a su querida Iparralde, si allí los aceptan.
«Expulsando por aquí, repatriando por allá, calculo que España se quedaría en unos 20 o 25 millones de ciudadanos homogéneos»
Si pudiera aportar mi granito de arena a este proceso de saneamiento nacional, yo expulsaría también de España a los madrileños, aunque no haya nada extraño en sus «usos y costumbres». Pero disfrutan de privilegios financieros enormes gracias a que la capital es sede de las instituciones del Estado, y además veneran a la detestable señora Ayuso: ¡fuera! No sé dónde los aceptarían, quizá en el Sáhara o el Gobi.
Así, expulsando por aquí, repatriando por allá, calculo que España se quedaría en unos 20 o 25 millones de ciudadanos homogéneos, con los mismos usos y costumbre y con pisos accesibles para todos. Habría una terrible carestía de mano de obra, pero podría solucionarse con una política de estímulo de la natalidad, que sería muy satisfactoria para las parejas que ahora no pueden permitirse el lujo de tener hijos.
Todo son ventajas, y se me ocurren otros colectivos con «usos y costumbres» incompatibles con los de la generalidad de la población, pero no puedo explicarlo aquí, porque la cosa exige una acción sorpresiva.