The Objective
Antonio Agredano

Frutofobia

«La dictadura de lo emocional pondrá su zapato sobre el cuello de lo racional. Y entonces volveremos a la jungla. Al egoísmo y a la ausencia total de sentido»

Opinión
Frutofobia

Ilustración de Alejandra Svriz

Vivimos tiempos desconcertantes, pero yo no era consciente de que lo eran tanto. En su primer día como portavoz del PSOE, Montserrat Mínguez, por atacar a Isabel Díaz Ayuso, dijo: «Me disgusta que se tape a la fruta como un insulto. Ustedes no me conocen, pero yo vengo de Lleida, tierra de fruta, vivimos de la fruta. La fruta no puede ser jamás un insulto». La fruta no puede ser jamás un insulto. Ni manzanas podridas, ni naranjas amargas, ni cabezas de melón, ni pegarse una piña, ni nada.

El PSOE ha llevado la victimización hasta terrenos inexplorados. Pronto quizá una ley de vegetales sintientes. Desde Jonathan Woodgate, no había visto un debut igual. Mínguez caricaturiza con sus gelatinosas palabras una práctica habitual de su espectro político: la hipersensibilidad frente al razonamiento. La afectación frente al debate. La susceptibilidad frente a los hechos.

Hablamos de fascismo con cierta alegría. Hasta una vez me lo gritaron por la calle por llevar puesta la camiseta celeste de mi querida Lazio. Pero no hay nada más totalitario, más excluyente y más destructivo, que negarse a escuchar la opinión de los demás. Que sentirse incómodos en un mundo que fluye, que se expresa y que cuestiona. Nada más peligroso que negar los argumentos ajenos por la vía emocional. Ya no es que no estamos de acuerdo en lo que nos dicen, es que sus palabras nos escandalizan, nos duelen y nos estorban. Mejor callar bocas que abrir oídos.

Una sociedad que se rige por su piel deja de pensar en la arquitectura de sus huesos. Una sociedad fofa, sin sustento, que sólo reacciona desde una emotividad melosa, individualista y profundamente caprichoso. La señora Mínguez reacciona ante la frutofobia como si los kiwis fueran un colectivo a proteger. Como si el «me gusta la fruta» tuviera más recorrido que el de la provocación política. Como si por la vía del pastelazo sentimental la gente de Lleida censurara a Ayuso por nombrar al melocotón en vano.

Mientras esto sucede, mientras Mínguez arranca nerviosa y epidérmicamente su portavocía, en el Congreso Pedro Sánchez es ovacionado por su partido antes de tomar la palabra. Mientras las peras se inquietan en sus canastos, Santos Cerdán duerme en la cárcel. Mientras una uva huérfana y desvalida rueda hasta el olvido por debajo del frigorífico, la Guardia Civil investiga y los jueces imputan a una organización criminal que ha operado durante años, con un sigilo incomprensible, en el seno del Gobierno y a la sombra del PSOE.

«Cuando todo es dramatismo decimonónico, abrazos sentidos y sensibilidad pornográfica, nada importa»

El Congreso aprobaba una reforma de su Reglamento para sancionar a periodistas de ultraderecha bullangueros y tendenciosos. El PSOE había puesto mucho empeño en ello. Daniel Gascón, en El País, se oponía a la medida con un artículo brillante que acababa así: «Si solo defiendes la libertad de expresión de quienes opinan lo mismo que tú, en realidad no defiendes la libertad de expresión: la atacas. La libertad exige sacrificios odiosos, pero la alternativa es peor».

E inmediatamente me pregunté: ¿qué pensarán las mandarinas de todo esto? O lo que es más importante: ¿cómo explicarle a una mujer que defiende la dignidad de las frutas frente a un puñado de periodistas que lo que ha impulsado su partido es un ataque a nuestra democracia?

Cuando todo es dramatismo decimonónico, abrazos sentidos y sensibilidad pornográfica, nada importa. Porque no hay fondo. Porque no hay ideas severamente debatidas. Hoy defendemos las frutas, pero mañana puede pasar cualquier cosa. Que los partidos de cadetes no tengan resultado, para que los niños no se traumaticen con las derrotas. Que los propietarios de coches deportivos negros paguen más impuestos por exhibir su masculinidad tóxica. Que el pelo encanecido desgrave frente a las usuarias de peluquería y tinte, por desnaturalizar el aspecto de una mujer acorde a sus años.

La dictadura de lo emocional pondrá su zapato sobre el cuello de lo racional. Y entonces volveremos a la jungla. Al egoísmo, a la supervivencia y la ausencia total de sentido y rigor. Hoy son los plátanos, pero mañana podría tocarte a ti.

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