Lo personal ya no es político
«Feijóo no cruzó ninguna línea roja. Solo les recordó de dónde vienen, quiénes son. Y la imagen no es agradable, porque en el espejo vieron a una banda de hipócritas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Lo personal es político. Hasta que alguien señala públicamente que el suegro de Pedro regentaba prostíbulos. Entonces ya no. Porque lo personal es político hasta que afecta al entorno familiar del presidente. Entonces lo personal pasa de ser político a una «línea roja». Juego sucio. Hasta homofobia.
Feijóo lo dijo en el Congreso y sonó como un disparo en una iglesia:
«¿Pero con quién está viviendo usted?
¿Pero de qué prostíbulos ha vivido usted?
Partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución.
Y ahora quiere usted ilegalizar su biografía. Allá usted, señoría.
No se compare conmigo. He sido honesto con usted. No se lo acepto».
Indignación. Colapso. La misma izquierda moralista que lleva años entrando hasta la cocina de las vidas privadas ajenas, cancelando civilmente a quien se ha resistido a encajar en sus moldes y exponiendo pública y falsamente a familiares de políticos de la oposición para presentarlos como delincuentes, pide ahora las sales porque alguien ha osado mencionar lo obvio: que Pedro Sánchez se ha lucrado, indirectamente, del mismo negocio que hoy quiere criminalizar desde su atalaya de superioridad moral. Una atalaya construida sobre cimientos de barro.
Que no es un bulo. Que no es una sospecha. Que el suegro regentaba saunas donde se ejercía la prostitución. Que Begoña, según indican las informaciones, echaba una mano con la contabilidad. Y que Pedro vivió y disfrutó de inmuebles adquiridos con los beneficios del asunto.
«No se está exponiendo a ningún inocente para, a través de él, atacar al rival político. Aquí hay hechos y verdades»
Y aquí no hay lona ni hay montaje. No se está exponiendo a ningún inocente para, a través de él, atacar al rival político. Aquí hay hechos y verdades que evidencian un cinismo inconmensurable por parte de Pedro Sánchez y del feminismo que lo arropa como al escogido del gineceo.
Pretenden que cuando el escándalo salpica al presidente, las reglas del juego cambien. Se apaguen los megáfonos, se retiren las pancartas y se demonicen las lonas. Lo personal, que hasta hace cinco minutos era el combustible de toda su artillería política, se vuelve de repente un terreno sagrado. Intocable. Privado. Casi espiritual. Ya no se puede mencionar al suegro, ni a la esposa, ni al negocio familiar. De golpe, todos descubren el valor de la discreción, el decoro y los límites. La misma tropa que llevaba años rebuscando hasta en el historial de vacunación de la abuela de Ayuso, ahora se pone digna. Piden respeto. Lloran por las «líneas rojas». Imploran que no se politicen las saunas.
La izquierda que asedió a Barberá, la de la foto con el narco, la de los 7.291, la de la bomba lapa a Pedro, la de los dos DNI de Peinado, la de los gastos médicos del padre moribundo de Rajoy y la del delincuente confeso, ahora va de víctima. Ahora suplica piedad. Qué delicados. Qué frágiles. Qué selectiva su moral.
Ya no cuela.
«La réplica parlamentaria de Feijóo dolió porque mostró al mundo que el rey está desnudo»
No hay nada más político que beneficiarse económicamente de aquello que luego quieres prohibir para posturear, para aparentar una moralidad de la que careces. Pero no se equivoquen, que no estamos ante una contradicción menor. La réplica parlamentaria de Feijóo dolió porque mostró al mundo que el rey está desnudo. Su intervención hizo las veces de radiografía del esqueleto entero del sanchismo: señalar al resto mientras escondes la mierda bajo la alfombra. Y cuando alguien levanta la alfombra, gritar «¡ultraderecha!» «¡fascismo!». Manual básico de resistencia.
Pensaban que, con el patético bulo de la «cláusula Quirón», Sánchez había conseguido elegir –otra vez– el terreno de juego. Pero no, esta vez no. Feijóo decidió el juego y las reglas. A la vista está que los ha pillado al traspiés, porque cuanto más se victimizan, más se habla del negocio de la prostitución del suegro de Pedro.
Feijóo no cruzó ninguna línea roja. Solo les recordó de dónde vienen, quiénes son. Les obligó a mirar su propio reflejo. Y la imagen no es agradable, porque en el espejo vieron a una banda de hipócritas, carentes de legitimidad para abolir la prostitución o para menospreciar a las prostitutas y a sus clientes. Si alguien merece rechazo y menosprecio social, es la izquierda. Porque ejercen la profesión más antigua y abominable del mundo: la de la prostitución moral e intelectual.