The Objective
José Carlos Llop

Desde Ecuador

«El libro del ecuatoriano Diego Pérez Ordóñez, ‘Los extravagantes’, forma un mosaico de la cultura europea del siglo XX contemplada por un expatriado de esa cultura»

Opinión
Desde Ecuador

Ilustración de Alejandra Svriz.

Blaise Cendrars escribió La prosa del Transiberiano, que no pasa por el ecuador, pero en uno de sus pequeños poemas de navegante dijo que allí «el océano es azul oscuro y el Atlántico parece que vaya a derramarse sobre el cielo». Inscrita en esa licencia poética que revela un imposible físico está la mirada americana sobre la cultura europea: el Atlántico se derrama sobre el cielo y el Atlántico son ellos y el cielo es el de los frescos de Tiépolo, que somos nosotros. Lo que ocurre en ese exceso atlántico –todo en América es exceso y desmesura, todo en Europa es memoria y constreñimiento– es la conversión del barroco de la Contrarreforma en un espíritu propio enriquecido por su propio pasado.

Algo de eso está en la prosa de Lezama, como lo está en bastantes pasajes –otro estilo– de Álvaro Mutis y sus húsares y fantasmas que parecen salidos de las naves hundidas que portaban el oro americano hasta Sevilla. Y algo más está también en la generosidad y la pasión de Victoria Ocampo –desde la revista/editorial Sur a sus amoríos con Drieu de La Rochelle y Roger Caillois (lo del conde Keyserling siempre me ha parecido un complemento de temporada). Sin olvidar nunca la modernización de la lengua de Darío y su anglofiliación en Borges.

Desde la luz vertical de Quito, llega el nuevo libro de Diego Pérez Ordóñez, titulado Los extravagantes. De la literatura ensayística del autor ecuatoriano puede decirse que forma parte destacada de ese Atlántico que se derrama sobre Europa y lo hace desde el refinamiento estético y la alta cultura. Hace un par de años leí su Cabaret Montaigne –en el título el espíritu– y allí Dylan se daba la mano con Lampedusa, Venecia se conectaba con el París de Modiano, James Salter viajaba con Javier Marías y Mujica Laínez jugaba a las cartas con Von Rezzori. Recuerdo los días de su lectura con la sensación de estar invitado en una gran casa de atmósfera familiar: fueron días muy felices.

Los extravagantes confirma ese mundo de Pérez Ordóñez, tan rico como cercano, cuyo origen es una América que sabe leer Europa mejor que ésta a sí misma ahora. Lo que incluye a Pérez Ordóñez en la estela, también, de los mejores: de Mutis a Ocampo, por citar sólo a dos. Si Ecuador de Henri Michaux, es tan deudor en espíritu de las atmósferas amazónicas como de la mala salud de su autor y las crónicas americanas de los exploradores españoles, Los extravagantes forma un mosaico de la cultura europea del siglo XX contemplada por un expatriado de esa misma cultura.

«Música que piensa sería un buen epígrafe para definir Los extravagantes»

Un expatriado que no lo es, sino que sabe que su forma de leer añade luz a los textos y a los autores que previamente lo han iluminado a él. Mientras lo leía recordé en algún momento al Gimferrer del Primer Dietari sin sus volutas esteticistas y con una lúcida introspección conceptual. Los escritores sobre los que Pérez Ordóñez escribe son autores cuyas obras ya son indistinguibles de su exégeta: forman el retrato de su rostro intelectual y como tal los ofrece en Los extravagantes. Tampoco él –como decía Borges de Michaux– profesa ninguna de las supersticiones de su época.

El misterio de Chatwin en la escritura de la maravillosa Utz, sabiéndose a las puertas de una muerte inmediata; el hallazgo de un Ian Fleming bibliófilo (y aquí he de recordar los elevados precios de sus novelas de James Bond en el escaparate parisino de Shakespeare & Co como un acto de justicia poética); la vida de Karen Blixen; la escritura, los netsukes heredados y el arte cerámico de huella japonesa del gran Edmond de Waal (imprescindible su La liebre de los ojos de ámbar y muy acertada la conexión que hace Pérez Ordoñez de su El oro blanco con el Utz chatwiniano); los libros que leía David Bowie o el estilo tardío de Dylan –donde he añorado una coda sobre Murder most foul–, Proust, Michon, Sontag en Nápoles, Yourcenarson algunos de los pasajes y autores de Los extravagantes. Uno vuelve a estar en una casa civilizada, cuyo propietario es cronista de la mejor cultura en unos tiempos aficionados a convocar la barbarie. Un festín de finezza.  

Hay en el libro de Pérez Ordóñez una cita de Pascal Quignard que dice: «Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa». Música que piensa sería un buen epígrafe para definir Los extravagantes. Con pasión de lector refinado y sin miedo alguno.

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