The Objective
Martín Varsavsky

La paradoja renovable: cómo China debilita a Rusia e Irán y ayuda a Occidente

«Sin necesidad de enviar tropas ni imponer más sanciones, Estados Unidos y Europa están viendo cómo se debilitan dos de los regímenes más agresivos del siglo XXI»

Opinión
La paradoja renovable: cómo China debilita a Rusia e Irán y ayuda a Occidente

Ilustración de Alejandra Svriz.

Rusia y China se presentan al mundo como aliados estratégicos, ejemplos paradigmáticos de regímenes autoritarios unidos por su rechazo al orden liberal occidental. Ambos ejercen un férreo control del poder: elecciones manipuladas, represión de la disidencia, censura estatal, vigilancia masiva y partidos únicos que gobiernan sin oposición real. Comparten enemigos —Estados Unidos, Europa, la OTAN, Israel— y se alinean con otros regímenes autocráticos como Irán y Corea del Norte.

Pero detrás de esa fachada de unidad ideológica, se esconde una contradicción estructural profunda. Porque mientras Rusia e Irán dependen del petróleo y el gas para financiar su supervivencia política, China está liderando una revolución que podría acabar con ese modelo económico para siempre: la transición energética global.

Lo irónico es que, sin proponérselo directamente, China está ayudando más que nadie a las democracias occidentales —a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Israel y a Ucrania— al desmantelar desde dentro los pilares económicos de sus enemigos energéticos.

Durante la última década, China ha construido un imperio solar. Controla más del 90% de la producción mundial de polisilicio, más del 80% de los paneles solares y una gran parte de las baterías, turbinas eólicas e inversores que forman la columna vertebral de la energía limpia. Gracias a esa escala industrial, los precios han caído más de un 90%, haciendo que las renovables sean hoy más baratas que los combustibles fósiles en la mayoría del mundo.

Y lo más relevante: China no solo instala esta infraestructura en su territorio. La exporta, la financia y la construye en todos los rincones del planeta. Desde África hasta América Latina, pasando por el sudeste asiático y Oriente Medio, Pekín despliega paneles, turbinas y baterías a través de créditos blandos, acuerdos bilaterales y empresas estatales que ofrecen paquetes llave en mano.

Cada uno de esos paneles exportados es una bala de plata contra el gas ruso y el petróleo iraní. Un solo panel solar de 400W genera unos 15.000 kWh en su vida útil, suficiente para desplazar unos cuatro barriles de petróleo o 1.400 m³ de gas. Con más de 5.500 millones de paneles instalados globalmente en 2025, estamos hablando de la eliminación de miles de millones de barriles de demanda futura, muchos de ellos que habrían salido de Rusia, Irán o Venezuela.

En paralelo, la electrificación del transporte acelera esta transformación. En 2024 se vendieron más de 17 millones de vehículos eléctricos, y se espera superar los 20 millones en 2025. Cada uno reemplaza unos 400 galones de gasolina al año. Si las proyecciones actuales se cumplen, para 2035 podríamos ver una caída en la demanda de petróleo de hasta 12 millones de barriles diarios solo por efecto de los EVs.

El resultado ya se siente: los ingresos energéticos de Rusia cayeron un 18% interanual en el segundo trimestre de 2025. Europa ha reducido en más del 80% su dependencia del gas ruso desde la invasión a Ucrania. Irán, por su parte, sigue dependiendo casi por completo de exportaciones de crudo a China —frecuentemente con descuento— para sobrevivir bajo sanciones. Pero ese mismo cliente está construyendo su independencia energética a pasos agigantados. Cuando China ya no necesite su petróleo, ¿quién lo hará?

«La hegemonía del petróleo está llegando a su fin. Y quien lo está acelerando no es Bruselas ni Washington, sino Pekín»

Este cambio de paradigma es una bendición geopolítica para las democracias. Sin necesidad de enviar tropas ni imponer más sanciones, Estados Unidos y Europa están viendo cómo se debilitan dos de los regímenes más agresivos del siglo XXI. Una Rusia empobrecida no puede sostener su invasión de Ucrania con la misma fuerza. Un Irán debilitado tiene menos recursos para financiar a Hamás, Hezbolá o los hutíes.

China, por supuesto, no lo hace para beneficiar a Occidente. Su interés es dominar las industrias del futuro, ser la superpotencia de la energía del siglo XXI. Pero en el proceso, está erosionando las bases económicas de sus supuestos aliados autoritarios.

Y aquí está la gran paradoja: mientras China compra petróleo iraní y mantiene lazos diplomáticos con Rusia, está construyendo un mundo donde el petróleo ya no es relevante. Los necesita hoy, pero no los necesitará mañana. Y cuando ese día llegue, esos regímenes se enfrentarán a un abismo económico del que quizás no puedan regresar.

La hegemonía del petróleo está llegando a su fin. Y quien lo está acelerando no es Bruselas ni Washington, sino Pekín. El dominio de China en renovables es una espada de doble filo: amenaza a las industrias occidentales, sí, pero al mismo tiempo desmantela los imperios fósiles que más daño han hecho a las democracias en las últimas décadas.

Occidente debe reconocer este fenómeno, no solo como un desafío, sino también como una oportunidad estratégica. La guerra energética silenciosa que China lidera puede ser, sin quererlo, una de las mayores contribuciones a la seguridad global en tiempos de incertidumbre.

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