The Objective
Ricardo Dudda

Pedro Sánchez, el novio tóxico

«El presidente no intenta ganarse la confianza de la ciudadanía; es consciente de que la ha perdido. Si permanece en el poder es por su cinismo y por el de sus socios»

Opinión
Pedro Sánchez, el novio tóxico

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay una parte del discurso que dio esta semana Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados que no me quito de encima. Sánchez admitió, compungido y de nuevo victimizado, que cuando se publicó el informe de la UCO sobre Santos Cerdán pensó en dimitir. «Estoy decepcionado, primero conmigo mismo, porque yo les nombré. Tengo la responsabilidad y la asumo. Me piden la dimisión y la convocatoria de elecciones. Yo mismo he considerado estas opciones. Me pareció la solución más sencilla para mí y mi familia. Pero después de escuchar a mucha gente comprendí que tirar la toalla no es nunca una opción».

Hay una lógica perversa detrás. La secuencia es así. Dice tener la responsabilidad y asumirla. Se planteó dimitir. Pero luego pensó que mejor no, que nunca hay que tirar la toalla. Ese cambio de opinión es fascinante. Si se planteó la dimisión, es porque era consciente de la gravedad del informe y, sobre todo, de su responsabilidad. Si finalmente no lo hizo, ¿por qué se lo planteó? Y, sobre todo, ¿por qué decir que pensó dimitir y luego cambiar de opinión? ¿No es mejor decir directamente: no me voy de aquí, porque soy inocente? 

No solo es la inconsistencia de decir que vas a dimitir para luego no hacerlo, una táctica que ya hizo en abril de 2024 con su célebre carta de amor y dimisión (Carta de amor y dimisión podría ser el título de una novela de Álvaro Pombo). Es que en ese gesto hay una velada asunción de responsabilidad. Entre líneas, el presidente está admitiendo que debería dimitir, pero que no lo hará. Y al admitir veladamente que debería dimitir, está también admitiendo que es culpable. 

Luego hay otra asunción velada. Lo que sugiere su discurso es que si se planteó dimitir fue para no seguir dañando a los suyos. «La solución más sencilla para mí y mi familia». Dijo lo mismo con la Primera Carta, cuando dijo que no aguantaba más las infamias contra su mujer y que pensaba marcharse. Cuando finalmente decidió no dimitir, lo que demostró es que tan insoportable no era la situación: su mujer bien podía soportar un poquito más de infamias, que tampoco eran para tanto. ¡No puedo más!, grita quien, en el fondo, sí que puede más. 

«Puedo cambiar, lo prometo, dijo Sánchez en el Congreso. Y su promesa fue de cartón piedra»

Pedro Sánchez es, realmente, un novio tóxico. Puedo cambiar, lo prometo, dijo Sánchez en el Congreso. Y su promesa fue de cartón piedra, el equivalente a una cena de reconciliación en el Ginos. Un flamante Plan Estatal de Lucha Contra la Corrupción. La medida estrella de ese plan es la creación de una Agencia Independiente de Integridad Pública. Si cada palabra empieza en mayúsculas es que la cosa es seria. El presidente dijo que este plan serviría para «poner a España en la vanguardia» de la lucha contra la corrupción. Partimos desde una posición muy desfavorable, pero yo creo que otros siete años de sanchismo y nos convertimos en Dinamarca. ¡De derrota en derrota hasta la victoria! 

Hay quienes se han tomado a risa el plan y quienes, como la Fundación Civio, han intentado tomárselo en serio, que es también una manera de fiscalizar al poder. Su conclusión es esperable. «El Plan Estatal de Lucha contra la Corrupción no nos parece una estrategia de cambio, sino un ejercicio de política performativa», escriben en su web (merece la pena leer el artículo entero). «En vez de abordar las causas estructurales de la corrupción, despliega tácticas recurrentes que generan titulares sin alterar el statu quo. Se reciclan como novedosas medidas que ya fueron prometidas en planes anteriores y que nunca llegaron a implementarse. Se proponen nuevas leyes para solucionar problemas que no derivan de una ausencia de normas, sino del incumplimiento sistemático de las ya existentes. Y se sustituyen reformas concretas, viables y demandadas por la sociedad civil por proyectos de ‘leyes ómnibus’ grandilocuentes, cuya complejidad y ambición las condenan de antemano».

Pedro Sánchez nunca ha sido un presidente muy pedagógico. Ahora menos aún. No intenta ganarse la confianza de la ciudadanía; es consciente de que la ha perdido. Si permanece en el poder es por su cinismo y, sobre todo, por el de sus socios. Lanza globos sonda, crea cortinas de humo. No volverá a pasar, te lo juro. Pedro Sánchez es un novio tóxico y su víctima somos todos los españoles. 

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