Ser socialista hoy en España
«Es de izquierdas denunciar que la política en España se ha convertido en un negocio, en un álbum familiar de fotografías»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hoy es imposible el debate en el PSOE. Sánchez controla a los ministros, que se parecen más a los antiguos secretarios de Estado de los reyes absolutistas que a los integrantes de un gobierno del siglo XXI. Los ministros controlan el partido. Es más, al presidente lo tienen prisionero los independentistas y está subordinado al PSC, hasta el punto de que el PSOE parece un instrumento de los socialistas catalanes.
En esas circunstancias, el debate dentro de las estrechas fronteras del partido, hoy ocupado por Sánchez e impulsado por una camarilla incapaz de elaborar proyectos políticos reformistas e integradores, no es posible. Así se ha demostrado cada vez que Sánchez ha hecho lo contrario de lo que había comprometido, o se ha opuesto casi siempre a los intereses presentes de los españoles y a las ideas políticas más arraigadas en el propio PSOE.
Ese ambiente sórdido, en el que lo más importante es sobrevivir y defender los intereses personales, hace imposible considerar al PSOE como el instrumento modernizador que una vez fue.
El debate debe desprenderse del sentimentalismo tribal, de las lealtades honradas —de las que se benefician políticos desvergonzados y aventureros—. En ese marco, y no en otro, debe entenderse lo que sigue.
No es propio de un socialdemócrata occidental quebrar el principio de igualdad, hacer una España de dos velocidades o condenar a unos españoles para favorecer a otros.
No es propio del socialismo democrático convertir la justicia en un instrumento para auxiliar a los aliados o para conseguir un estatus de impunidad hasta el punto de hacer inoperante uno de los pilares de la lucha contra la desigualdad como es el aprovechamiento del poder para fines propios o de un colectivo.
No es compatible con el socialismo democrático y liberal hacer retroceder a España al siglo XIX, a la España de los reinos de taifa, de los cantones, de los privilegios y de los caciques.
No es de izquierdas vaciar el Estado de sus competencias y de su autoridad, cuando a la vuelta de la esquina se puede estar preparando otra acción subversiva contra la Nación, al igual que ha ocurrido en muchas ocasiones a lo largo de la historia.
No es de izquierdas basar toda la acción política en la mentira y en el engaño, menos aún la impostura de un personaje detrás del cual no hay más que humo y maquillaje.
Hoy es de izquierdas defender la Constitución del 78, defender la Transición, el capital político y social que hemos heredado.
Es de izquierdas denunciar que la política en España se ha convertido en un negocio, en un álbum familiar de fotografías, en una profesión para dóciles sin ideas ni grandeza.
«Es de una izquierda moderna y reformista denunciar el ambiente sórdido en el que han introducido a la política española y al Partido Socialista»
Es de un socialdemócrata clásico denunciar que en España hemos vuelto a ser un país en el que no pueden confiar nuestros socios y aliados occidentales porque la política exterior se ha convertido en una mera extensión de la política doméstica en la que no existen compromisos y sacrificios, sino solo fotografías para el ego personal.
Es de una izquierda moderna y reformista denunciar el ambiente sórdido en el que han introducido a la política española y al Partido Socialista.
Es de izquierdas defender lo que nos une a los españoles, a España.
Es progresista defender la Constitución y la igualdad entre todos los ciudadanos, sin importar el sexo, la religión, la raza, el origen familiar o el lugar donde se haya nacido.
Es el momento de reivindicar a Celaya, diciendo que hacer política hasta mancharse es una obligación de los progresistas. Porque hoy en realidad el centro-izquierda y el centro-derecha deben coincidir en la defensa de la democracia liberal y en fortalecer las instituciones de las agresiones de los populistas y reaccionarios.
Hoy la política progresista reside en la lucha contra la arbitrariedad y la endogamia de la política. La opción es comprometerse, denunciar y no resignarnos a no hacer nada.